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Cándido o el optimismo Voltaire

C ndido o el optimismo Voltaire Digitalizado por Librodot C ndido o el optimismo Voltaire 2. Traducido del alem n por el Sr. Doctor Ralph Con las adiciones que se encontraron en el bolsillo del Doctor, cuando muri en Minden, el a o de gracia de 1759. CAP TULO 1. C ndido es educado en un hermoso castillo, y es expulsado de l. Hab a en Westfalia, en el castillo del se or bar n de Thunder-ten-tronckh, un joven a quien la naturaleza hab a dotado con las m s excelsas virtudes. Su fisonom a descubr a su alma. Le llamaban C ndido, tal vez porque en l se daban la rectitud de juicio junto a la espontaneidad de car cter. Los criados de mayor antig edad de la casa sospechaban que era hijo de la hermana del se or bar n y de un honrado hidalgo de la comarca, con el que la se orita nunca quiso casarse porque solamente hab a podido probar setenta y un grados en su rbol geneal gico: el resto de su linaje hab a sido devastado por el tiempo.

hicieron desaparecer del mejor de los mundos, cuya superficie infectaban, a unos nueve o diez mil bellacos. La bayoneta fue también causa suficiente de la muerte de algunos miles de hombres. Entre todos sumarían unas treinta mil almas. Cándido, que temblaba como una hoja, se escondió como pudo durante esta heroica carnicería.

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1 C ndido o el optimismo Voltaire Digitalizado por Librodot C ndido o el optimismo Voltaire 2. Traducido del alem n por el Sr. Doctor Ralph Con las adiciones que se encontraron en el bolsillo del Doctor, cuando muri en Minden, el a o de gracia de 1759. CAP TULO 1. C ndido es educado en un hermoso castillo, y es expulsado de l. Hab a en Westfalia, en el castillo del se or bar n de Thunder-ten-tronckh, un joven a quien la naturaleza hab a dotado con las m s excelsas virtudes. Su fisonom a descubr a su alma. Le llamaban C ndido, tal vez porque en l se daban la rectitud de juicio junto a la espontaneidad de car cter. Los criados de mayor antig edad de la casa sospechaban que era hijo de la hermana del se or bar n y de un honrado hidalgo de la comarca, con el que la se orita nunca quiso casarse porque solamente hab a podido probar setenta y un grados en su rbol geneal gico: el resto de su linaje hab a sido devastado por el tiempo.

2 El se or bar n era uno de los m s poderosos se ores de Westfalia, porque su castillo ten a ventanas y una puerta y hasta el sal n ten a un tapiz de adorno. Si era necesario, todos los perros del corral se convert an en una jaur a, sus caballerizos, en ojeadores, y el cura del pueblo, en capell n mayor. Todos le llamaban Monse or, y le re an las gracias. La se ora baronesa, que pesaba alrededor de trescientas cincuenta libras, disfrutaba por ello de un gran aprecio, y, como llevaba a cabo sus labores de anfitriona con tanta dignidad, a n era m s respetable. Su hija Cunegunda, de diecisiete a os de edad, era una muchacha de mejillas sonrosadas, lozana, rellenita, apetitosa. El hijo del bar n era el vivo retrato de su padre. El ayo Pangloss era el or culo de aquella casa, y el peque o C ndido atend a sus lecciones con toda la inocencia propia de su edad y de su car cter.

3 Pangloss ense aba metaf sico-te logo-cosmolonigolog a, demostrando brillantemente que no hay efecto sin causa y que el castillo de monse or bar n era el m s majestuoso de todos los castillos, y la se ora baronesa, la mejor de todas las baronesas posibles de este mundo, el mejor de todos los mundos posibles. -Es evidente -dec a- que las cosas no pueden ser de distinta manera a como son: si todo ha sido creado por un fin, necesariamente es para el mejor fin. Observen que las narices se han hecho para llevar gafas; por eso usamos gafas. Es patente que las piernas se han creado para ser calzadas, y por eso llevamos calzones. Las piedras han sido formadas para ser talladas y para construir con ellas castillos; por eso, como bar n m s importante de la provincia, monse or tiene un castillo bell simo; mientras que, como los cerdos han sido creados para ser comidos, comemos cerdo todo el a o.

4 Por consiguiente, todos aqu llos que han defendido que todo est bien han cometido un error: deber an haber dicho que todo es perfecto. C ndido le escuchaba con atenci n, y se lo cre a todo ingenuamente: y as , como 2. Librodot Librodot C ndido o el optimismo Voltaire 3. encontraba extremadamente bella a la se orita Cunegunda, aunque nunca hab a osado dec rselo, llegaba a la conclusi n de que, despu s de la fortuna de haber nacido bar n de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la se orita Cunegunda;. el tercero, poderla ver todos los d as; y el cuarto, ir a clase del maestro Pangloss, el mayor fil sofo de la provincia, y por consiguiente de todo el mundo. Un d a en que Cunegunda paseaba cerca del castillo por un bosquecillo al que llamaban parque, vio, entre unos arbustos, que el doctor Pangloss estaba impartiendo una lecci n de f sica experimental a la doncella de su madre, una morenita muy guapa y muy d cil.

5 Como la se orita Cunegunda ten a mucho gusto por las ciencias, observ . sin rechistar los repetidos experimentos de los que fue testigo; vio con toda claridad la raz n suficiente del doctor, los efectos y las causas, y regres inquieta, pensativa y con el nico deseo de ser sabia, ocurri ndosele que a lo mejor podr a ser ella la raz n suficiente del joven C ndido, y ste la raz n suficiente de ella misma. Cuando volv a al castillo, se encontr con C ndido y se ruboriz , C ndido tambi n se puso colorado, ella le salud con voz entrecortada y C ndido le contest sin saber muy bien lo que dec a. Al d a siguiente, despu s de la cena, cuando se levantaban de la mesa, Cunegunda y C ndido se toparon detr s de un biombo; Cunegunda dej caer el pa uelo al suelo y C ndido lo recogi ; al entreg rselo, ella le cogi inocentemente la mano; el joven a su vez bes inocentemente la mano de la joven con un mpetu, una sensibilidad y una gracia tan especial que sus bocas se juntaron, los ojos ardieron, las rodillas temblaron y las manos se extraviaron.

6 El se or bar n de Thunder-ten-trockh acert a pasar cerca del biombo, y, al ver aquella causa y aquel efecto, ech a C ndido del castillo a patadas en el trasero; Cunegunda se desmay , pero, en cuanto volvi en s , la se ora baronesa la abofete ; y s lo hubo aflicci n en el m s bello y m s agra- dable de los castillos posibles. CAP TULO II. C ndido y los b lgaros. Tras ser arrojado del para so terrenal, C ndido anduvo mucho tiempo sin saber ad nde ir, llorando y alzando los ojos al cielo, volvi ndolos a menudo hacia el m s hermoso de los castillos, que albergaba a la m s hermosa de las baronesitas; por fin, se durmi sin cenar en un surco en medio del campo; nevaba copiosamente. Al d a siguiente, temblando de fr o, lleg a rastras hasta la ciudad vecina, que se llamaba Valdberghofftrarbk-dikdorff, sin dinero, muerto de hambre y de cansancio.

7 Se par . con tristeza ante la puerta de una taberna. Dos hombres vestidos con uniforme azul repararon en l: -Camarada-dijo uno de ellos-, he aqu un joven bien parecido y con la estatura apropiada. Se aproximaron a C ndido y le invitaron a cenar muy educadamente. -Se ores -les contest C ndido con humildad aunque amablemente-, es un honor para m , pero no puedo pagar mi parte. Ah, se or-respondi uno de los de azul-, las personas que tienen su aspecto y sus virtudes nunca pagan nada: no mide usted cinco pies con cinco pulgadas de altura? -S , se ores, sa es mi estatura -contest con una inclinaci n. 3. Librodot Librodot C ndido o el optimismo Voltaire 4. -Ah, se or, sentaos a la mesa; no solamente le vamos a invitar, sino que no vamos a consentir que a un hombre como usted le falte dinero; todos los hombres deben ayudarse entre s.

8 -Ten is raz n -dijo C ndido-; eso es lo que siempre afirmaba el se or Pangloss, y ya veo que todo es perfecto. Le suplican que acepte unas monedas, las coge y quiere extenderles un recibo a cambio; ellos no lo aceptan en absoluto y se sientan a comer. - No siente usted afecto - Oh!, s -contesta-, estoy muy enamorado de la se orita Cunegunda. -No, no es eso -dice uno de aquellos se ores-, queremos decir si no siente un particular afecto por el rey de los b lgaros. -En absoluto -dice-, no lo conozco. - C mo! Es el rey m s encantador, y hay que brindar por l. - Eso con mucho gusto, caballeros! -Y bebe. -Con esto basta -le dicen a continuaci n ahora ahora es usted el apoyo, el protector, el defensor, el h roe de los b lgaros; su suerte est echada, y su gloria asegurada. R pidamente le colocan grilletes en los pies y se lo llevan al regimiento.

9 All le hacen girar a la derecha, a la izquierda, sacar la baqueta, envainarla, apuntar con la rodilla en tierra, disparar, ir a paso doble, y le dan treinta bastonazos; al d a siguiente, hace la instrucci n un poco mejor, y tan s lo recibe veinte palos; al otro d a no le dan m s que diez y sus compa eros le consideran un portento. C ndido, sorprendido, no entend a muy bien por qu era un h roe. Un espl ndido d a de primavera le apeteci ir a pasear y fue caminando todo derecho, creyendo que el uso de las piernas al antojo de cada uno era un privilegio tanto de la especie humana como de la animal. No habr a andado ni dos leguas cuando otros cuatro h roes de seis pies le alcanzan, lo apresan y lo arrestan. Se le pregunt . reglamentariamente si prefer a ser azotado treinta y seis veces por todo el regimiento o recibir doce balas de plomo en la cabeza.

10 Por m s que alegara que las voluntades son libres, y que no quer a ni una cosa ni otra, tuvo que elegir: en nombre de ese don de Dios llamado "libertad", se decidi por pasar treinta y seis veces por los palos; y pas dos veces. Como el regimiento lo compon an dos mil hombres, en total sumaban cuatro mil baquetazos que, desde la nuca al culo, le dejaron completamente desollado. Cuando iban a empezar la tercera carrera, C ndido, como no pod a ya m s, les suplic . que tuvieran la bondad de romperle la cabeza y accedieron a ello. Le vendaron los ojos; le hincaron de rodillas. En ese mismo momento acierta a pasar el rey de los b lgaros, que se informa del delito del doliente y, como aquel rey era muy inteligente, comprendi , por todo lo que dijeron de C ndido, que era un joven metaf sico que ignoraba las cosas de este mundo, y le otorg su perd n con una clemencia que ser.


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