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CUMBRES BORRASCOSAS - Biblioteca

Emily Bront CUMBRES BORRASCOSAS 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Emily Bront CUMBRES BORRASCOSAS CAP TULO PRIMERO He vuelto hace unos instantes de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario vecino va a inquietarme por m s de una causa. En este bello pa s, que ning n mi-s ntropo hubiese podido encontrar m s agradable en toda Inglaterra, el se or Heathcliff y yo habr amos hecho una pareja ideal de compa eros. Porque ese hombre me ha parecido extraordinario. Y eso que no mostr reparar en la espont nea simpat a que me inspir . Por el contra-rio, meti los dedos m s profundamente en los bolsillos de su chaleco y sus ojos desaparecieron entre sus p rpa-dos cuando me oy pronunciar mi nombre y preguntarle: El se or Heathcliff?

dialecto local. El nombre traducía bien los rigores que allí desencadenaba el viento cuando había tempestad. Ventilación no faltaba sin duda. Se advertía lo mucho que azotaba el aire en la inclinación de unos pinos cercanos y en el hecho de que los matorra-les se doblegaban

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1 Emily Bront CUMBRES BORRASCOSAS 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Emily Bront CUMBRES BORRASCOSAS CAP TULO PRIMERO He vuelto hace unos instantes de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario vecino va a inquietarme por m s de una causa. En este bello pa s, que ning n mi-s ntropo hubiese podido encontrar m s agradable en toda Inglaterra, el se or Heathcliff y yo habr amos hecho una pareja ideal de compa eros. Porque ese hombre me ha parecido extraordinario. Y eso que no mostr reparar en la espont nea simpat a que me inspir . Por el contra-rio, meti los dedos m s profundamente en los bolsillos de su chaleco y sus ojos desaparecieron entre sus p rpa-dos cuando me oy pronunciar mi nombre y preguntarle: El se or Heathcliff?

2 L asinti con la cabeza. Soy Lockwood, su nuevo inquilino. Le visito para decirle que supongo que mi insistencia en alquilar la Granja de los Tordos no le habr causado molestia. Puesto que la casa es m a respondi apart ndose de m no hubiese consentido que nadie me molestase sobre ella, si as se me antojaba. Pase. Rezong aquel pase entre dientes, con aire tal como si quisiera mandarme al diablo. Ni toc siquiera la puerta en confirmaci n de lo que dec a. Esto bast para que yo resolviese entrar, interesado por aquel sujeto, al parecer m s reservado que yo mismo. Y como mi caballo empuja-se la barrera, l solt la cadena de la puerta y me precedi , con torvo aspecto, hacia el patio, donde dijo a gritos: Jos ! Ll vate el caballo de este se or y danos vino!

3 Puesto que ambas rdenes se dirig an a un solo criado, juzgu que toda la servidumbre se reduc a a l. Por eso entre las baldosas del patio medraban hierbajos y los setos estaban sin recortar, s lo mordisqueadas sus hojas por el ganado. Jos era hombre entrado en a os, aunque sano y fuer-te. Lanz un contrariado Dios nos valga! y, mientras se llevaba el caballo, me mir con tanta malignidad que prefer suponer que impetraba el socorro divino para di-gerir bien la comida y no con motivo de mi presencia. A la casa donde viv a el se or Heathcliff se la llamaba CUMBRES BORRASCOSAS en el dialecto local. El nombre traduc a bien los rigores que all desencadenaba el viento cuando hab a tempestad. Ventilaci n no faltaba sin duda. Se advert a lo mucho que azotaba el aire en la inclinaci n de unos pinos cercanos y en el hecho de que los matorra-les se doblegaban en un solo sentido, como si se proster-nasen ante el sol.

4 El edificio era s lido, de espesos muros a juzgar por lo hondo de las ventanas, y protegidos por grandes guardacantones. Par ndome, mir los ornamentos de la fachada. Sobre la puerta, una inscripci n dec a Hareton Earnshaw, 15OO . Aves carniceras de formas extra as y ni os en posturas lascivas enmarcaban la inscripci n. Aunque me hubiese gustado comentar todo aquello con el rudo due- o de la casa, no quise aumentar con esto la impaciencia que parec a evidenciar mientras me miraba desde la puer-ta como inst ndome a que entrase de una vez o me mar-chara. Por un pasillo llegamos al sal n que en la comarca lla-man siempre la casa , y al que no preceden otras piezas. Esa sala suele abarcar comedor y cocina, pero yo no vi co-cina, o mejor dicho no vi signos de que en el enorme larse guisase nada.

5 Pero en un ngulo oscuro se percib a ru-mor de cacharros. De las paredes no pend an cazuelas ni utensilios de cocina. En un rinc n se levantaba un apara-dor de roble con grandes pilas de platos, sin que faltasen jarras y tazas de plata. Encima del aparador hab a tortas de avena y perniles curados de vaca, cerdo y carnero. Col-gaban sobre la chimenea escopetas viejas, de ca ones herrumbrosos y unas pistolas de arz n. Se ve an encima del m rmol tres tarros de vivo colorido. El suelo era de piedra lisa y blanca. Hab a sillas de forma antigua, pinta-das de verde, con altos respaldos. En los rincones se acurrucaban perros. Una hembra con sus cachorros se escond a bajo el aparador. Todo era muy propio de la morada de uno de los cam-pesinos de la regi n, gente recia, tosca, con calz n corto y polainas.

6 Esas salas y esos hombres sentados en ellas ante un jarro de cerveza espumeante abundan en el pa s, mas Heathcliff contrastaba mucho con el ambiente. Por lo moreno, parec a un gitano, pero ten a las maneras y la ropa de un hombre distinguido y, aunque algo descuida-do en su indumentaria, su tipo era erguido y gallardo. Dijeme que muchos le tendr an por soberbio y grose-ro y que, sin embargo, no deb a ser ninguna de ambas co-sas. Por instinto imagine su reserva, hija del deseo de ocultar sus sentimientos. Deb a saber disimular sus odios y simpat as y juzgar impertinente a quien se permitiera manifestarle los suyos. Es probable que yo me aventurase mucho al atribuir a mi casero mi propio car cter. Quiz l regateara su mano al amigo ocasional, por motivos muy diversos.

7 Tal vez mi car cter sea nico. Mi madre sol a decirme que yo nunca tendr a un ho-gar feliz y lo que me ocurri el verano ltimo parece dar la raz n a mi progenitora, porque, hall ndome en una playa donde pasaba un mes, conoc a una mujer bell sima, realmente hechicera. Aunque nada le dije, si es cierto que los ojos hablan, los m os deb an delatar mi locura por ella. La joven lo not y me correspondi con una mirada dulc sima. Y qu hice? Declaro avergonzado que rectifiqu , que me hund en m mismo como un caracol en su concha y que cada mirada de la joven me hac a alejarme m s, hasta que ella, probablemente desconcertada por mi actitud y suponiendo haber sufrido un error, persuadi a su madre de que se fuesen. Esas brusquedades y cambios me han valido fama de cruel, sin que nadie, no siendo yo mismo, sepa cu nto error hay en ello.

8 Heathcliff y yo nos sentamos silenciosos ante la chimenea. La perra, separ ndose de sus cachorros, se acerc a m , fruncido el hocico y ense ando sus blancos dientes. Cuando quise acariciarla emiti un gru ido gutural. -D jela -dijo Heathcliff haciendo coro a la perra con otro gru ido y asest ndole un puntapi -. No est hecha a caricias ni se la tiene para eso. Incorpor se, fue hacia una puerta lateral y grit : - Jos ! Jos mascull algo en el fondo de la bodega, mas no apareci . Entonces su amo acudi en su busca. Qued solo con la perra y con otros dos mastines que me miraban atentamente. No me mov , temeroso de sus colmillos, pero pens que la m mica no les molestar a y les hice unas cuantas muecas. Fue una ocurrencia muy desgraciada, porque la se ora perra, ofendida sin duda por alguno de mis gestos, se precipit sobre mis pantalones.

9 La repel y me di prisa a refugiarme tras de la mesa, acto que puso en acci n a todo el ej rito cani o. Hasta seis demonios en cuatro patas confluyeron desde todos los rincones en el centro de la sala. Mis talones y los faldones de mi levita fueron los m s atacados. Quise defenderme con el hurg n de la lurnbre, pero no bast y tuve que pedir auxilio a voz en cuello. Heathcliff y Jos sub an con desesperada calma. La sala era un infierno de ladridos y gritos, pero ellos no se apresuraban nada en absoluto. Por suerte, una rolliza criada acudi m s deprisa, arremangadas las faldas, rojas las mejillas por la cercan a del fog n, desnudos los brazos y en la mano una sart n, merced a cuyos golpes, acompa ados por varios denuestos, se calm en el acto la tempestad.

10 Al entrar Heathcliff, ella, agitada como el oc ano tras un hurac n, campeaba en medio de la habitaci n. - Qu diablos ocurre? -pregunt mi casero con tono que juzgu intolerable tras tan inhospitalario acontecimiento. -De diablos es la culpa -respond -. Los cerdos endemoniados de los Evangelios no deb an encerrar m s esp ritus malos que sus perros, se or Heathcliff. Dejar a un forastero entre ellos es igual que dejarle entre un reba o de tigres. -Nunca se meten con quien no les incomoda -dijo l-. La misi n de los perros es vigilar. Un vaso de vino? -No, gracias. - Le han mordido? -En ese caso lo habr a conocido usted por lo que yo habr a hecho al que me mordiera. -Vaya, vaya -repuso Heathcliff, con una mueca-. No se excite, se or Lockwood, y beba un poco de vino.


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