Example: tourism industry

Daniel Pennac Mal de escuela - aulalibre.es

Daniel Pennac Mal de escuela M a l de escuela En Mal de escuela , Daniel Pennac aborda la cuesti n de la escuela y la educaci n desde un punto de vista ins lito, el de los malos alumnos. El prestigioso escritor franc s, un p simo estudiante en su poca, estudia esta figura del folclore popular otorg ndole la nobleza que se merece y restituy ndole la carga de angustia y dolor que inevitablemente lo acompa a. Desde su propia experiencia como zoquete y como profesor durante los veinticinco a os que ejerci . en un instituto de Par s, Pennac reflexiona acerca de la pedagog a y las disfunciones de la instituci n escolar, sobre la sed de aprendizaje y el dolor de ser un mal estudiante, sobre el sentimiento de exclusi n del alumno y el amor a la ense anza del profesor. Mal de escuela es un entusiasta regreso a las aulas, lleno de ternura, humor y sentido com n.

1 Comencemos por el epílogo: mamá, casi centenaria, viendo una película sobre un autor al que conoce muy bien. Se ve al autor en su casa, en París, rodeado de sus

Tags:

  Casa, En su casa

Information

Domain:

Source:

Link to this page:

Please notify us if you found a problem with this document:

Other abuse

Transcription of Daniel Pennac Mal de escuela - aulalibre.es

1 Daniel Pennac Mal de escuela M a l de escuela En Mal de escuela , Daniel Pennac aborda la cuesti n de la escuela y la educaci n desde un punto de vista ins lito, el de los malos alumnos. El prestigioso escritor franc s, un p simo estudiante en su poca, estudia esta figura del folclore popular otorg ndole la nobleza que se merece y restituy ndole la carga de angustia y dolor que inevitablemente lo acompa a. Desde su propia experiencia como zoquete y como profesor durante los veinticinco a os que ejerci . en un instituto de Par s, Pennac reflexiona acerca de la pedagog a y las disfunciones de la instituci n escolar, sobre la sed de aprendizaje y el dolor de ser un mal estudiante, sobre el sentimiento de exclusi n del alumno y el amor a la ense anza del profesor. Mal de escuela es un entusiasta regreso a las aulas, lleno de ternura, humor y sentido com n.

2 Un fen meno editorial en Francia capaz de reabrir el debate de la educaci n. Daniel Pennac naci en Casablanca, Marruecos, en 1944. Hijo de un militar franc s, despu s de una infancia que transcurri en diversos pa ses de frica y del Sudeste Asi tico, se licenci y comenz a trabajar como profesor de lengua y literatura en un liceo parisino. Sus primeras incursiones en la escritura se produjeron en la li teratura infantil, pero su gran xito fue Como una novela (Anagrama, 1994), un apasionado himno a la lectura sin complejos. Finalmente, a ra z de la popularidad que alcanz la saga del se or Malauss ne (Literatura Mondadori), dej la ense anza para dedicarse a la literatura. Mal de escuela es su ltimo libro. Mal de escuela Daniel Pennac . Barcelona, 2008. Traducci n de Manuel Serrat Crespo Para Minne, tanto!

3 A Fanchon Delfosse, Pierre Ar nes, Jos Rivaux, Philippe Bonneu, Ali Mehidi, Francoise Dousset y Nicole Harl , salvadores de alumnos si los hay. Ya la memoria de Jean Rolin, que nunca se desesper . I. EL BASUSERO DE DJIBUTI. Estadisticamente todo se explica, personalmente todo se complica. 1. Comencemos por el ep logo: mam , casi centenaria, viendo una pel cula sobre un autor al que conoce muy bien. Se ve al autor en su casa , en Par s, rodeado de sus libros, en su biblioteca que es tambi n su despacho. La ventana da al patio de una escuela . Jolgorio de recreo. Se dice que durante un cuarto de siglo el autor ejerci el oficio de profesor y que eligi ese apartamento que da a dos patios de recreo como un ferroviario que se instalara, al jubilarse, junto a un apartadero. Luego se ve al autor en Espa a, en Italia, discutiendo con sus traductores, bromeando con sus amigos venecianos y, en la altiplanicie del Vercors, caminando, solitario, entre la bruma de las alturas, hablando del oficio, de la lengua, del estilo, de la estructura novel stica, de los Nuevo despacho que da, esta vez, al esplendor alpino.

4 Las escenas est n salpicadas de entrevistas con artistas a quienes el autor admira y que, a su vez, hablan de su propio trabajo: el cineasta y novelista Dai Sijie, el dibujante Semp , el cantante Thomas Fersen, el pintor J rg Kreienb hl. Regreso a Par s: el autor sentado ante su ordenador, entre diccionarios esta vez. Siente pasi n por ellos, dice. Por lo dem s, y es el fin de la pel cula, te enteras de que ha entrado ya en el diccionario, el Robert, en la letra P, con la denominaci n Pennac , que viene de su apellido completo Pennacchioni, Daniel como nombre de pila. Mam , pues, ve esa pel cula en compa a de mi hermano Bernard, que la grab . para ella. La mira de punta a cabo, inm vil en su sill n, con la mirada fija, sin decir palabra, mientras cae la noche. Fin de la pel cula. Cr ditos.

5 Silencio. Luego, volvi ndose lentamente hacia Bernard, pregunta: T crees que lo lograr alg n d a? 2. Y es que fui un mal alumno y nunca se ha recuperado por completo de ello. Hoy, mientras su conciencia de ancian sima dama abandona las playas del presente para dirigirse, dulcemente, hacia los lejanos archipi lagos de la memoria, los primeros arrecifes que resurgen le recuerdan aquella inquietud que la corroy durante toda mi escolaridad. Posa en m una mirada preocupada y, lentamente: Qu haces en la vida? Muy pronto, mi porvenir le pareci tan comprometido que nunca estuvo por completo segura de mi presente. No estando destinado a devenir, yo no le parec a preparado para perdurar. Era su hijo precario. Sin embargo, sab a que yo hab a salido ya a flote desde aquel mes de septiembre de 1969, cuando entr en mi primera aula en calidad de profesor.

6 Pero, durante los siguientes decenios (es decir durante toda mi vida adulta), su inquietud resisti secretamente todas las pruebas de xito que le proporcionaban mis llamadas telef nicas, mis cartas, mis visitas, la publicaci n de mis libros, los art culos de los peri dicos o mis apariciones por la tele, en el programa de Pivot. Ni la estabilidad de mi vida profesional, ni el reconocimiento de mi trabajo literario, nada de lo que o a decir de m por otros o de lo que pod a leer en la prensa, la tranquilizaba del todo. Ciertamente, se alegraba de mis xitos, hablaba de ellos con sus amigos, aceptaba que mi padre, muerto antes de conocerlos, se habr a sentido feliz pero, en lo m s secreto de su coraz n, permanec a la ansiedad que hab a hecho nacer para siempre el mal alumno de los inicios.

7 As se expresaba su amor de madre; cuando yo la pinchaba hablando de las delicias de la inquietud materna, ella respond a a tono con una chanza digna de Woody Allen: Qu quieres?, no todas las jud as son madres, pero todas las madres son jud as. Y hoy, cuando mi anciana madre jud a no pertenece ya del todo al presente, sus ojos expresan de nuevo su inquietud cuando se posan en su benjam n de sesenta a os. Una inquietud que habr a perdido ya su intensidad, una ansiedad f sil, que ya solo es el h bito de s misma, pero que sigue siendo lo bastante vivaz para que mam me pregunte, con su mano en la m a, cuando me separo de ella: Ya tienes un apartamento en Par s? 3. De modo que yo era un mal alumno. Cada anochecer de mi infancia, regresaba a casa perseguido por la escuela . Mis boletines hablaban de la reprobaci n de mis maestros.

8 Cuando no era el ltimo de la clase, era el pen ltimo. ( Hurra!) Negado para la aritm tica primero, para las matem ticas luego, profundamente disortogr fico, reticente a la memorizaci n de las fechas y a la localizaci n de los puntos geogr ficos, incapaz de aprender lenguas extranjeras, con fama de perezoso (lecciones no sabidas, deberes no hechos), llevaba a casa unos resultados tan lamentables que no eran compensados por la m sica, ni por el deporte, ni, en definitiva, por actividad extraescolar alguna. Comprendes? Comprendes al menos lo que te estoy explicando? Y yo no comprend a. Aquella incapacidad para comprender se remontaba tan lejos en mi infancia que la familia hab a imaginado una leyenda para poner fecha a sus or genes: mi aprendizaje del alfabeto. Siempre he o do decir que yo hab a necesitado todo un a o para aprender la letra a.

9 La letra a, en un a o. El desierto de mi ignorancia comenzaba a partir de la infranqueable b. Que no cunda el p nico, dentro de veintis is a os dominar perfectamente el alfabeto. As ironizaba mi padre para disipar sus propios temores. Muchos a os m s tarde, mientras yo repet a el ltimo curso en busca de un t tulo de bachiller que se me escapaba obstinadamente, solt otra sentencia: No te preocupes, incluso en el bachillerato se acaban adquiriendo O, en septiembre de 1968, con mi licenciatura de letras finalmente en el bolsillo: Para la licenciatura has necesitado una revoluci n, debemos temer una guerra mundial para la c tedra? Todo dicho sin especial maldad. Era nuestra forma de connivencia. Mi padre y yo optamos muy pronto por la sonrisa. Pero volvamos a mis comienzos. El menor de cuatro hermanos, yo era un caso especial.

10 Mis padres no hab an tenido la posibilidad de entrenarse con mis hermanos mayores, cuya escolaridad, sin ser excepcionalmente brillante, hab a transcurrido sin tropiezos. Yo era objeto de estupor, y de un estupor constante, pues los a os pasaban sin aportar la menor mejor a a mi estado de embotamiento escolar. Me quedo de una pieza , Es para no cre rselo , me resultan exclamaciones familiares, unidas a unas miradas adultas en las que veo perfectamente que mi incapacidad para asimilar cualquier cosa abre un abismo de incredulidad. Aparentemente, todo el mundo comprend a m s deprisa que yo. Eres tonto de capirote! Una tarde del a o de mi bachillerato (de uno de los a os de mi bachillerato), mientras mi padre me daba una clase de trigonometr a en la estancia que nos serv a de biblioteca, nuestro perro se tendi sin hacer ruido en la cama, a nuestra espalda.


Related search queries