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Edipo rey - biblioteca.org.ar

S focles Edipo rey Personajes Edipo . Sacerdote. Creonte. Coro de ancianos tebanos. Tiresias. Vocasta. Mensajero. Servidor de layo. Otro mensajero. (Delante del palacio de Edipo , en Tebas. Un grupo de ancianos y de j venes est n sentados en las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El Sacerdote de Zeus se adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale seguido de dos ayudantes y contempla al grupo en silencio. Despu s les dirige la palabra.) Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo Por qu est is en actitud sedente ante m , coronados con ramos de suplicantes? La ciudad est llena de incienso, a la vez que de cantos, de s plica y de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo , famoso entre todos. As que, oh anciano, ya que eres por tu condici n a quien corresponde hablar, dime en nombre de todos: cu l es la causa de que est is as ante m ?

o el ruego? Piensa que yo querría ayudaros en todo. Sería insensible, si no me compadeciera ante semejante actitud. SACERDOTE.- ¡Oh Edipo, que reinas en mi país!

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1 S focles Edipo rey Personajes Edipo . Sacerdote. Creonte. Coro de ancianos tebanos. Tiresias. Vocasta. Mensajero. Servidor de layo. Otro mensajero. (Delante del palacio de Edipo , en Tebas. Un grupo de ancianos y de j venes est n sentados en las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El Sacerdote de Zeus se adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale seguido de dos ayudantes y contempla al grupo en silencio. Despu s les dirige la palabra.) Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo Por qu est is en actitud sedente ante m , coronados con ramos de suplicantes? La ciudad est llena de incienso, a la vez que de cantos, de s plica y de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo , famoso entre todos. As que, oh anciano, ya que eres por tu condici n a quien corresponde hablar, dime en nombre de todos: cu l es la causa de que est is as ante m ?

2 El temor, o el ruego? Piensa que yo querr a ayudaros en todo. Ser a insensible, si no me compadeciera ante semejante actitud. Oh Edipo , que reinas en mi pa s! Ves de qu edad somos los que nos sentamos cerca de tus altares: unos, sin fuerzas a n para volar lejos; otros, torpes por la vejez, somos Sacerdotes -yo lo soy de Zeus-, y otros, escogidos entre los a n j venes. El resto del pueblo con sus ramos permanece sentado en las plazas en actitud de s plica, junto a los dos templos de Palas y junto a la ceniza prof tica de Ismeno. La ciudad, como t mismo puedes ver, est ya demasiado agitada y no es capaz todav a de levantar la cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fruct feras de la tierra, en los reba os de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Adem s, la divinidad que produce la peste, precipit ndose, aflige la ciudad. Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos est despoblada la morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos!

3 Ni yo ni estos j venes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero s el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses. T que, al llegar, liberaste la ciudad Cadmea del tributo que ofrec amos a la cruel cantora y, adem s, sin haber visto nada m s ni haber sido informado por nosotros, sino con la ayuda de un dios, se dice y se cree que enderezaste nuestra vida. Pero ahora, oh Edipo , el m s sabio entre todos!, te imploramos todos los que estamos aqu como suplicantes que nos consigas alguna ayuda, bien sea tras o r el mensaje de alg n dios, o bien lo conozcas de un mortal. Pues veo que son efectivos, sobre todo, los hechos llevados a cabo por los consejos de los que tienen experiencia. Ea, oh el mejor de los mortales!, endereza la ciudad. Ea!, apresta tu guardia, porque esta tierra ahora te celebra como su salvador por el favor de anta o. Que de ninguna manera recordemos de tu reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero ca mos despu s; antes bien, levanta con firmeza la ciudad.

4 Con favorable augurio, nos procuraste entonces la fortuna. S nos tambi n igual en esta ocasi n. Pues, si vas a gobernar esta tierra, como lo haces, es mejor reinar con hombres en ella que vac a, que nada es una fortaleza ni una nave privadas de hombres que las pueblen. Oh hijos dignos de l stima! Ven s a hablarme porque anhel is algo conocido y no ignorado por m . S bien que todos est is sufriendo y, al sufrir, no hay ninguno de vosotros que padezca tanto como yo. En efecto, vuestro dolor llega s lo a cada uno en s mismo y a ning n otro, mientras que mi nimo se duele, al tiempo, por la ciudad y por m y por ti. De modo que no me despert is de un sue o en el que estuviera sumido, sino que estad seguros de que muchas l grimas he derramado yo y muchos caminos he recorrido en el curso de mis pensamientos. El nico remedio que he encontrado, despu s de reflexionar a fondo, es el que he tomado: envi a Creonte, hijo de Meneceo, mi propio cu ado, a la morada P tica de Febo, a fin de que se enterara de lo que tengo que hacer o decir para proteger esta ciudad.

5 Y ya hoy mismo, si lo calculo en comparaci n con el tiempo pasado, me inquieta qu estar haciendo, pues, contra lo que es razonable, lleva ausente m s tiempo del fijado. Ser a yo malvado si, cuando llegue, no cumplo todo cuanto el dios manifieste. Con oportunidad has hablado. Precisamente stos me est n indicando por se as que Creonte se acerca. Oh soberano Apolo! Ojal viniera con suerte liberadora, del mismo modo que viene con rostro radiante! Por lo que se puede adivinar, viene complacido. En otro caso no vendr a as , con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel. Pronto lo sabremos, pues ya est lo suficientemente cerca para que nos escuche. Oh pr ncipe, mi pariente, hijo de Meneceo! Con qu respuesta del or culo nos llegas? (Entra Creonte en escena.) Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan felizmente a t rmino, todas pueden resultar bien. Cu l es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranquilo ni tampoco preocupado.

6 Si deseas o rlo estando stos aqu cerca, estoy dispuesto a hablar y tambi n, si lo deseas, a ir dentro. Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicci n mayor, incluso, que por mi propia vida. Dir las palabras que escuch de parte del dios. El soberano Febo nos orden , claramente, arrojar de la regi n una mancilla que existe en esta tierra y no mantenerla para que llegue a ser irremediable. Con qu expiaci n? Cu l es la naturaleza de la desgracia? Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que esta sangre es la que est sacudiendo la ciudad. De qu hombre denuncia tal desdicha? Ten amos nosotros, se or, en otro tiempo a Layo como soberano de esta tierra, antes de que t rigieras rectamente esta ciudad. Lo s por haberlo o do, pero nunca lo vi. l muri y ahora nos prescribe claramente que tomemos venganza de los culpables con violencia, En qu pa s pueden estar? D nde podr encontrarse la huella de una antigua culpa, dif cil de investigar?

7 Afirm que en esta tierra. Lo que es buscado puede ser cogido, pero se escapa lo que pasamos por alto. Se encontr Layo con esta muerte en casa, o en el campo, o en alg n otro pa s? Tras haber marchado, seg n dijo, a consultar al or culo, y una vez fuera, ya no volvi m s a casa. Y ning n mensajero ni compa ero de viaje lo vio, de quien, inform ndose, pudiera sacarse alguna ventaja? Murieron, excepto uno, que huy despavorido y s lo una cosa pudo decir con seguridad de lo que vio. Cu l? Porque una sola podr a proporcionarnos el conocimiento de muchas, si consigui ramos un peque o principio de esperanza. Dec a que unos ladrones con los que se tropezaron le dieron muerte, no con el rigor de una sola mano, sino de muchas. C mo habr a llegado el ladr n a semejante audacia, si no se hubiera proyectado desde aqu con dinero? Eso era lo que se cre a. Pero, despu s que muri Layo, nadie surg a como su vengador en medio de las desgracias.

8 Qu tipo de desgracia se present que imped a, ca da as la soberan a, averiguarlo? La Esfinge, de enigm ticos cantos, nos determinaba a atender a lo que nos estaba saliendo al paso, dejando de lado lo que no ten amos a la vista. Yo lo volver a sacar a la luz desde el principio, ya que Febo, merecidamente, y t , de manera digna, pusisteis tal solicitud en favor del muerto; de manera que ver is tambi n en m , con raz n, a un aliado para vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios. Pues no para defensa de lejanos amigos sino de m mismo alejar yo en persona esta mancha. El que fuera el asesino de aqu l tal vez tambi n de m podr a querer vengarse con violencia semejante. As , pues, auxiliando a aqu l me ayudo a m mismo. Vosotros, hijos, levantaos de las gradas lo m s pronto que pod is y recoged estos ramos de suplicantes. Que otro congregue aqu al pueblo de Cadmo sabiendo que yo voy a disponerlo todo. Y con la ayuda de la divinidad aparecer triunfante o fracasado.

9 (Entran Edipo y Creonte en el palacio.) Hijos, levant monos. Pues con vistas a lo que l nos promete hemos venido aqu . Ojal que Febo, el que ha enviado estos or culos, llegue como salvador y ponga fin a la epidemia! (Salen de la escena y, seguidamente, entra en ella el Coro de ancianos tebanos.) CORO. ESTROFA 1 Oh dulce or culo de Zeus! Con qu esp ritu has llegado desde Pito, la rica en oro, a la ilustre Tebas? Mi nimo est tenso por el miedo, temblando de espanto, oh dios, a quien se le dirigen agudos gritos, Delios, sanador! Por ti estoy lleno de temor. Qu obligaci n de nuevo me vas a imponer, bien inmediatamente o despu s del transcurrir de los a os? D melo, oh hija de la urea Esperanza, palabra inmortal! ANT STROFA 1 Te invoco la primera, hija de Zeus, inmortal Atenea, y a tu hermana, Artemis, protectora del pa s, que se asienta en glorioso trono en el centro del gora y a Apolo el que flecha a distancia.

10 Ay! Haceos visibles para m , los tres, como preservadores de la muerte. Si ya anteriormente, en socorro de una desgracia sufrida por la ciudad, conseguisteis arrojar del lugar el ardor de la plaga, presentaos tambi n ahora. ESTROFA 2 Ay de m ! Soporto dolores sin cuento. Todo mi pueblo est enfermo y no existe el arma de la reflexi n con la que uno se pueda defender. Ni crecen los frutos de la noble tierra ni las mujeres tienen que soportar quejumbrosos esfuerzos en sus partos. Y uno tras otro, cual r pido p jaro, puedes ver que se precipitan, con m s fuerza que el fuego irresistible, hacia la costa del dios de las sombras. ANT STROFA 2 La poblaci n perece en n mero incontable. Sus hijos, abandonados, yacen en el suelo, portadores de muerte, sin obtener ninguna compasi n. Entretanto, esposas y, tambi n, canosas madres gimen por doquier en las gradas de los templos, en actitud de suplicantes, a causa de sus tristes desgracias.


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