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El Monte de las Ánimas - Biblioteca

Gustavo Adolfo B cker El Monte de las nimas 2006 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Gustavo Adolfo B cker El Monte de las nimas La Noche de Difuntos, me despert a no s qu hora el doble de las campanas. Su ta ido mon tono y eterno me trajo a las mientes esta tradici n que o hace poco en Soria. Intent dormir de nuevo. Imposible! Una vez aguijoneada la imaginaci n es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decid a escribirla, como en efecto lo hice. A las doce de la ma ana, despu s de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le har mucho efecto a los lectores de El Contempor neo.

Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas. I —Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas. —¡Tan pronto!

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1 Gustavo Adolfo B cker El Monte de las nimas 2006 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Gustavo Adolfo B cker El Monte de las nimas La Noche de Difuntos, me despert a no s qu hora el doble de las campanas. Su ta ido mon tono y eterno me trajo a las mientes esta tradici n que o hace poco en Soria. Intent dormir de nuevo. Imposible! Una vez aguijoneada la imaginaci n es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decid a escribirla, como en efecto lo hice. A las doce de la ma ana, despu s de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le har mucho efecto a los lectores de El Contempor neo.

2 Yo la o en el mismo lugar en que acaeci , y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sent a crujir los cristales de mi balc n, estremecidos por el aire de la noche. Sea de ello lo que quiera, all va, como el caballo de copas. I Atad los perros, haced la se al con las trompas para que se re nan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es d a de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas. Tan pronto! A ser otro d a, no dejara yo de concluir con ese reba o de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonar la oraci n en los Templarios, y las nimas de los difuntos comenzar n a ta er su campana en la capilla del Monte .

3 En esa capilla ruinosa! Bah! Quieres asustarme? No, hermosa prima. T ignoras cuanto sucede en este pa s, porque a n no hace un a o que has venido a l desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo tambi n pondr la m a al paso, y mientras dure el camino te contar esa historia. Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magn ficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que preced an a la comitiva a bastante distancia. Mientras duraba el camino, Alonso narr en estos t rminos la prometida historia: Ese Monte que hoy llaman de las Animas pertenec a a los Templarios, cuyo convento ves all , a la margen del r o.

4 Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los rabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que as hubieran solos sabido defenderla corno solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad ferment por algunos a os, y estall al fin, un odio profundo. Los primeros ten an acotado ese Monte , donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los cl rigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

5 Cundi la voz del reto, y nada fue a parte a detener a los unos en su man a de cazar y a los otros en su empe o de estorbarlo. La proyectada expedici n se llev a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendr an presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacer a. Fue una batalla espantosa: el Monte qued sembrado de cad veres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento fest n. Por ltimo, intervino la autoridad del rey: el Monte , maldita ocasi n de tantas desgracias, se declar abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo Monte , y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenz a arruinarse.

6 Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las nimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacer a fant stica por entre las bre as y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos a llan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro d a se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de l antes que cierre la noche. La relaci n de Alonso concluy justamente cuando los dos j venes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. All esperaron al resto de la comitiva, la cual, despu s de incorpor rsele los dos jinetes, se perdi por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

7 II Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea g tica del palacio de los condes de Alcudiel desped a un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del sal n. Solas dos personas parec an ajenas a la conversaci n general: Beatriz y Alonso. Beatriz segu a con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz. Ambos guardaban hac a rato un profundo silencio. Las due as refer an, a prop sito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un ta ido mon tono y triste.

8 Hermosa prima exclam , al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las ridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus h bitos sencillos y patriarcales, s que no te gustan; te he o do suspirar varias veces, acaso por alg n gal n de tu lejano se or o. Beatriz hizo un gesto de fr a indiferencia: todo un car cter de mujer se revel en aquella desde osa contracci n de sus delgados labios. Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde hasta aqu has vivido se apresur a a adir el joven. De un modo o de otro, presiento que no tardar en Al separarnos, quisiera que llevases una memoria m Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra?

9 El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautiv tu atenci n. Qu hermoso estar a sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regal a la que me dio el ser, y ella lo llev al Lo quieres? No s en el tuyo contest la hermosa, pero en mi pa s una prenda recibida compromete una voluntad. S lo en un d a de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un , que a n puede ir a Roma sin volver con las manos vac as. El acento helado con que Beatriz pronunci estas palabras turb un momento al joven que, despu s de serenarse, dijo con tristeza: Lo s , prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es d a de ceremonias y presentes.

10 Quieres aceptar el m o? Beatriz se mordi ligeramente los labios y extendi la mano para tomar la joya, sin a adir una palabra. Los dos j venes volvieron a quedarse en silencio, y volvi se a o r la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hac a crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y mon tono doblar de las campanas. Al cabo de algunos minutos, el interrumpido di logo torn a reanudarse de este modo: Y antes que concluya el d a de Todos los Santos en que as como el tuyo se celebra el m o, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, no lo har s? dijo l, clavando una mirada en la de su prima, que brill como un rel mpago, iluminada por un pensamiento diab lico: Por qu no?


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