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Goldin, William Se.ior de las moscas

William Golding El Se or de las moscas A mi madre y a mi padre 1. El toque de caracola: El muchacho rubio descendi un ltimo trecho de roca y comenz a abrirse paso hacia la laguna. Se hab a quitado el su ter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sent a la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba ba ada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un p jaro, visi n roja y amarilla, salt en vuelo como un rel mpago, con un antip tico chillido, al que contest un grito como si fuese su eco; Eh dec a , aguarda un segundo!

separaba de la laguna. Saltó un tronco caído y se encontró fuera de la selva. La costa apareció vestida de palmeras. Se sostenían frente a la luz del sol o se inclinaban o descansaban contra ella, y sus verdes plumas se alzaban más de treinta metros en el aire. Bajo ellas el terreno formaba un ribazo mal cubierto de hierba,

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1 William Golding El Se or de las moscas A mi madre y a mi padre 1. El toque de caracola: El muchacho rubio descendi un ltimo trecho de roca y comenz a abrirse paso hacia la laguna. Se hab a quitado el su ter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sent a la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba ba ada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un p jaro, visi n roja y amarilla, salt en vuelo como un rel mpago, con un antip tico chillido, al que contest un grito como si fuese su eco; Eh dec a , aguarda un segundo!

2 La maleza al borde del desgarr n del terreno tembl y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo. -Aguarda un segundo dijo la voz , estoy atrapado. El muchacho rubio se detuvo y se estir las medias con un adem n instintivo, que por un momento pareci transformar la selva en un bosque cercano a Londres. De nuevo habl la voz. No puedo casi moverme con estas dichosas trepadoras. El due o de aquella voz sali de la maleza andando de espaldas y las ramas ara aron su grasiento anorak. Ten a desnudas y llenas de rasgu os las gordas rodillas. Se agach para arrancarse cuidadosamente las espinas. Despu s se dio la vuelta. Era m s bajo que el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y mir tras sus gruesas gafas.

3 D nde est el hombre del meg fono? El muchacho rubio sacudi la cabeza. Estamos en una isla. Por lo menos, eso me parece. Lo de all fuera, en el mar, es un arrecife. Me parece que no hay personas mayores en ninguna parte. El otro muchacho mir alarmado. Y aquel piloto? Pero no estaba con los pasajeros, es verdad, estaba m s adelante, en la cabina. El muchacho rubio mir hacia el arrecife con los ojos entornados. Todos los otros sigui el gordito . Alguno tiene que haberse salvado. Se habr salvado alguno, verdad? El muchacho rubio empez a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresur tras l. No hay m s personas mayores en este sitio?

4 Me parece que no. El muchacho rubio hab a dicho esto en un tono solemne, pero en seguida le domin el gozo que siempre produce una ambici n realizada, y en el centro del desgarr n de la selva brinc dando media voltereta y sonri burlonamente a la figura invertida del otro. Ni una persona mayor! En aquel momento el muchacho gordo pareci acordarse de algo. El piloto aquel. El otro dej caer sus pies y se sent en la tierra ardiente. Se marchar a despu s de soltarnos a nosotros. No pod a aterrizar aqu , es imposible para un avi n con ruedas. Ser que nos han atacado! No te preocupes, que ya volver . Pero el gordo hizo un gesto de negaci n con la cabeza. Cuando baj bamos mir por una de las ventanillas aquellas. Vi la otra parte del avi n y sal an llamas.

5 Observ el desgarr n de la selva de arriba abajo. Y todo esto lo hizo la cabina del avi n. El otro extendi la mano y toc un tronco de rbol mellado. Se qued pensativo por un momento. Qu le pasar a? pregunt . D nde estar ahora? La tormenta lo arrastr al mar. Menudo peligro, con tantos rboles cay ndose. Algunos chicos estar n dentro todav a. Dud por un momento; despu s habl de nuevo. C mo te llamas? Ralph. El gordito esperaba a su vez la misma pregunta, pero no hubo tal se al de amistad. El muchacho rubio llamado Ralph sonri vagamente, se levant y de nuevo emprendi la marcha hacia la laguna. El otro le sigui , decidido, a su lado. Me parece que muchos otros estar n por ah . T no has visto a nadie m s, verdad?

6 Ralph contest que no, con la cabeza, y forz la marcha, pero tropez con una rama y cay ruidosamente al suelo. El muchacho gordo se par a su lado, respirando con dificultad. Mi t a me ha dicho que no debo correr explic , por el asma. Asma? S . Me quedo sin aliento. Era el nico chico en el colegio con asma dijo el gordito con cierto orgullo . Y llevo gafas desde que ten a tres a os. Se quit las gafas, que mostr a Ralph con un alegre gui o de ojos; luego las limpi con su mugriento anorak. Qued pensativo y una expresi n de dolor alter los p lidos rasgos de su rostro. Enjug el sudor de sus mejillas y en seguida se ajust las gafas. Esa Busc en torno suyo. Esa fruta dijo , Puestas las gafas, se apart de Ralph para esconderse entre el enmara ado follaje.

7 En seguida Ralph se escabull en silencio y desapareci por entre el ramaje. Segundos despu s, los gru idos del otro quedaron detr s de l. Se apresur hacia la pantalla que a n le separaba de la laguna. Salt un tronco ca do y se encontr fuera de la selva . La costa apareci vestida de palmeras. Se sosten an frente a la luz del sol o se inclinaban o descansaban contra ella, y sus verdes plumas se alzaban m s de treinta metros en el aire. Bajo ellas el terreno formaba un ribazo mal cubierto de hierba, desgarrado por las ra ces de los rboles ca dos y regado de cocos podridos y reto os del palmar. Detr s quedaban la oscuridad de la selva y el espacio abierto del desgarr n. Ralph se par , apoyada la mano en un tronco gris, con la mirada fija en el agua tr mula.

8 All , quiz a poco m s de un kil metro, la blanca espuma saltaba sobre un arrecife de coral, y a n m s all , el mar abierto era de un azul oscuro. Limitada por aquel arco irregular de coral, la laguna yac a tan tranquila como un lago de monta a, con infinitos matices del azul y sombr os verdes y morados. La playa, entre la terraza de palmeras y el agua, semejaba un fino arco de tiro, aunque sin final discernibles, pues a la izquierda de Ralph la perspectiva de palmeras, arena y agua se prolongaba hacia un punto en el infinito. Y siempre presente, casi visible, el calor. Salt de la terraza. Sinti la arena pesando sobre sus zapatos negros y el azote del calor en el cuerpo. Comenz a notar el peso de la ropa: se quit con una fuerte sacudida cada zapato y de un solo tir n cada media.

9 Subi de otro salto a la terraza, se despoj de la camisa y se detuvo all , entre los cocos que semejaban calaveras, desliz ndose sobre su piel las sombras verdes de las palmeras y la selva. Se desabroch la hebilla adornada del cintur n, dej caer pantal n y calzoncillo y, desnudo, contempl la playa deslumbrante y el agua. Por su edad algo m s de doce a os hab a ya perdido la prominencia del vientre de la ni ez; pero a n no hab a adquirido la figura desgarbada del adolescente. Se adivinaba ahora, por la anchura y peso de sus hombros, que podr a llegar a ser un boxeador, pero la boca y los ojos ten an una suavidad que no anunciaba ning n demonio escondido. Acarici suavemente el tronco de palmera y, obligado al fin a creer en la realidad de la isla, volvi a re r lleno de gozo y a saltar y a voltearse.

10 De nuevo gilmente en pie, salt a la playa, se dej caer de rodillas y con los brazos apil la arena contra su pecho. Se sent a contemplar el agua, brill ndole de alegr a los ojos. El muchacho gordo baj a la terraza de palmeras y se sent cuidadosamente en su borde. Oye, perdona que haya tardado tanto. La fruta Se limpi las gafas y las ajust sobre su corta naricilla. La montura hab a marcado una V profunda y rosada en el caballete. Observ con mirada cr tica el cuerpo dorado de Ralph y despu s mir su propia ropa. Se llev una mano al pecho y asi la cremallera. Mi t Resuelto, tir de la cremallera y se sac el anorak por la cabeza. Ya est ! Ralph le mir de reojo y sigui en silencio.


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