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Harry tiene que realizar una tarea siniestra, peligrosa y ...

Harry tiene que realizar una tarea siniestra, peligrosa y aparentemente imposible: la de localizar y de destruir a los Horrocruxes. Harry nunca se sinti tan s lo ni se enfrent a un futuro tan incierto. Pero Harry debe encontrar la fuerza necesaria para terminar la tarea que le han dado. l debe dejar el calor, la seguridad y el compa erismo de La Madriguera y seguir sin miedo el camino inexorable marcado para l. En este final, la s ptima entrega de la serie Harry Potter, Rowling revela de manera espectacular las respuestas a las muchas preguntas que se han estado esperando con tanta impaciencia.

J. K. Rowling Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Harry Potter - 7 ePub r1.3 Titivillus 17.12.17 ebookelo.com - Página 3

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1 Harry tiene que realizar una tarea siniestra, peligrosa y aparentemente imposible: la de localizar y de destruir a los Horrocruxes. Harry nunca se sinti tan s lo ni se enfrent a un futuro tan incierto. Pero Harry debe encontrar la fuerza necesaria para terminar la tarea que le han dado. l debe dejar el calor, la seguridad y el compa erismo de La Madriguera y seguir sin miedo el camino inexorable marcado para l. En este final, la s ptima entrega de la serie Harry Potter, Rowling revela de manera espectacular las respuestas a las muchas preguntas que se han estado esperando con tanta impaciencia.

2 Su rica prosa y su narrativa, llena de giros inesperados, han hecho que estos libros sean libros para leer y releer una y otra vez. - P gina 2. J. K. Rowling Harry Potter y las reliquias de la muerte Harry Potter - 7. ePub Titivillus - P gina 3. T tulo original: Harry Potter and the Deathly Hallows J. K. Rowling, 2007. Traducci n: Gemma Rovira Ortega Ilustraciones: Mary GrandPr . Dise o de portada: Tiago da Silva Editor digital: Titivillus ePub base - P gina 4. - P gina 5. La dedicatoria de este libro se divide en siete partes: para Neil, para Jessica, para David, para Kenzie, para Di, para Anne y para ti si has seguido con Harry hasta el final.

3 - P gina 6. Ay! el tormento arraigado en el linaje, el grito desgarrador de la muerte , el golpe que rasga la vena, la sangre que nadie resta a, la pena, la maldici n insoportable. Pero hay un remedio en esta casa, no fuera de ella, no, no venido de otros, sino de ellos mismos en su pugna sangrienta. A vosotros clamamos, oscuros dioses que habit is bajo la tierra. Escuchad con atenci n, dichosos poderes subterr neos, responded, enviad ayuda. Amparad a estos muchachos, concededles la victoria ya. ESQUILO, Las co foras*.

4 La muerte no es m s que un viaje, semejante al que realizan dos amigos al separarse para atravesar los mares. Como a n se necesitan, ellos siguen viviendo el uno en el otro y se aman en una realidad omnipresente. En dicho divino espejo se ven cara a cara, y su conversaci n fluye con pureza y libertad. Tal es el consuelo de los amigos: aunque se diga que han muerto, su amistad y su compa a no desaparecen, porque stas son inmortales. WILLIAM PENN, More Fruits of Solitude * Traducci n de la versi n inglesa de Robert Fagles.

5 - P gina 7. CAP TULO UNO. El ascenso del Se or Tenebroso E N un estrecho sendero ba ado por la luna, dos hombres aparecieron de la nada a escasos metros de distancia. Permanecieron inm viles un instante, apunt ndose mutuamente al pecho con sus respectivas varitas m gicas, hasta reconocerse. Entonces las guardaron bajo las capas y echaron a andar a buen paso en la misma direcci n. Buenas noticias? pregunt el de mayor estatura. Excelentes replic Severus Snape. El lado izquierdo del sendero estaba bordeado por unas zarzas silvestres no muy crecidas, y el derecho, por un seto alto y muy cuidado.

6 Al caminar, los dos hombres hac an ondear las largas capas alrededor de los tobillos. Tem a llegar tarde dijo Yaxley, cuyas burdas facciones dejaban de verse a intervalos cuando las ramas de los rboles tapaban la luz de la luna . Result un poco m s complicado de lo que esperaba, pero conf o en que l estar satisfecho. Pareces convencido de que te recibir bien, no? Snape asinti , pero no dio explicaciones. Torcieron a la derecha y tomaron un ancho camino que part a del sendero. El alto seto describ a tambi n una curva y se prolongaba al otro lado de la impresionante verja de hierro forjado que cerraba el paso.

7 Ninguno de los dos individuos se detuvo; sin mediar palabra, ambos alzaron el brazo izquierdo, como si saludaran, y atravesaron la verja igual que si las oscuras barras met licas fueran de humo. El seto de tejo amortiguaba el sonido de los pasos. De pronto, se oy un susurro a la derecha; Yaxley volvi a sacar la varita m gica y apunt hacia all por encima de la cabeza de su acompa ante, pero el origen del ruido no era m s que un pavo real completamente blanco que se paseaba ufano por encima del seto. - P gina 8.

8 Lucius siempre ha sido un engre do. Bah, pavos reales! Yaxley se guard la varita bajo la capa y solt un resoplido de desd n. Una magn fica mansi n surgi de la oscuridad al final del camino; hab a luz en las ventanas de cristales emplomados de la planta baja. En alg n punto del oscuro jard n que se extend a m s all del seto borboteaba una fuente. Snape y Yaxley, cuyos pasos hac an crujir la grava, se acercaron presurosos a la puerta de entrada, que se abri hacia dentro, aunque no se vio que nadie la abriera. El amplio vest bulo, d bilmente iluminado, estaba decorado con suntuosidad y una espl ndida alfombra cubr a la mayor parte del suelo de piedra.

9 La mirada de los p lidos personajes de los retratos que colgaban de las paredes sigui a los dos hombres, que andaban a grandes zancadas. Por fin, se detuvieron ante una maciza puerta de madera, titubearon un instante y, acto seguido, Snape hizo girar la manija de bronce. El sal n se hallaba repleto de gente sentada alrededor de una larga y ornamentada mesa. Todos guardaban silencio. Los muebles de la estancia estaban arrinconados de cualquier manera contra las paredes, y la nica fuente de luz era el gran fuego que ard a en la chimenea, bajo una elegante repisa de m rmol coronada con un espejo de marco dorado.

10 Snape y Yaxley vacilaron un momento en el umbral. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, alzaron la vista para observar el elemento m s extra o de la escena: una figura humana, al parecer inconsciente, colgaba cabeza abajo sobre la mesa y giraba despacio, como si pendiera de una cuerda invisible, reflej ndose en el espejo y en la desnuda y pulida superficie de la mesa. Ninguna de las personas sentadas bajo esa singular figura le prestaba atenci n, excepto un joven p lido, situado casi debajo de ella, que parec a incapaz de dejar de mirarla cada poco.


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