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José Luis González Quirós, - DIGITAL.CSIC: Home

1 2 3 Jos Luis Gonz lez Quir s, Mente y cerebro, Iberediciones, Madrid 1994, 329 p ginas, ISBN 84-7916-026-8. Este documento es un pdf del texto original que, l gicamente, difiere en paginaci n y en ciertos peque os detalles de la obra editada cuya referencia bibliogr fica figura arriba. Jos Luis Gonz lez Quir s 4 PR LOGO Este libro es la revisi n y puesta al d a de un largo trabajo que sirvi como tesis doctoral: mi maestro, Roberto Saumells, me propuso que comparase las ideas de alg n gran pensador cl sico con las doctrinas m s en boga sobre la cuesti n mente-cuerpo.

3 José Luis González Quirós, Mente y cerebro, Iberediciones, Madrid 1994, 329 páginas, ISBN 84-7916-026-8. Este documento es un pdf del texto original que, lógicamente, difiere en

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1 1 2 3 Jos Luis Gonz lez Quir s, Mente y cerebro, Iberediciones, Madrid 1994, 329 p ginas, ISBN 84-7916-026-8. Este documento es un pdf del texto original que, l gicamente, difiere en paginaci n y en ciertos peque os detalles de la obra editada cuya referencia bibliogr fica figura arriba. Jos Luis Gonz lez Quir s 4 PR LOGO Este libro es la revisi n y puesta al d a de un largo trabajo que sirvi como tesis doctoral: mi maestro, Roberto Saumells, me propuso que comparase las ideas de alg n gran pensador cl sico con las doctrinas m s en boga sobre la cuesti n mente-cuerpo.

2 Tanto por cercan a como por haber examinado el tema con cierta extensi n, nos pareci que Bergson podr a ofrecer un contrapunto adecuado al pensamiento m s reciente. Mi sorpresa fue enorme cuando comenc a comprobar que la mayor a de los autores contempor neos dedicados a estas cuestiones no hab an le do al fil sofo franc s. Pese a que la tentaci n de interpretar este hecho sorprendente con claves sociol gicas me parec a muy fuerte, escog un camino m s arriscado al suponer que, en el fondo, Bergson y los m s contempor neos estaban hablando de lo mismo, a saber, de lo que a m me interesaba.

3 Y me puse a ello en una tarea que result imprudentemente larga, no s lo por la dificultad del tema y las de la vida en general, sino por la desaz n que produce trabajar en soledad y de un modo tan extra o. Gracias a la comprensi n de Violeta (mi mujer, que siempre crey que lo que hac a era interesante), a la ayuda de Saumells, y de contad simos amigos -entre los que quiero recordar a Juan Miguel Palacios y a Ram n Rodr guez-, y al est mulo constante de Jos Antonio Escudero, pude acabar un trabajo que amenazaba por adquirir los caracteres de la Gran historia de los varangianos de la que nos habl con su maestr a habitual H.

4 G. Wells. 5 Del origen de este trabajo quedan unos cuantos rasgos bien visibles, como, por ejemplo, un cierto exceso de referencias y, tal vez, el vicio acad mico de defender una posici n precisa; lamentablemente, el tema escogido no se prestaba mucho al dogmatismo, con lo que el af n de pol mica podr parecer un poco impertinente. Desde que estas l neas comenzaron a reescribirse, y seguramente gracias a ello, ha aumentado mi convicci n de que casi todas las posiciones doctrinales con las que ha habido que enfrentarse poseen algo m s que un atisbo de verdad.

5 Al revisar el texto para su publicaci n, he procurado que el aspecto pol mico no oculte lo que me parece decisivo: ver con claridad los dif ciles problemas que est n implicados en nuestras ideas sobre la mente, en lo que pensamos de nuestro cuerpo y nuestra alma. Cada lector podr dar testimonio de si lo he conseguido. Daniel Dennett ha dicho, con una sinceridad que le honra, que los fil sofos nunca est n demasiado seguros de lo que est n hablando ni de cuales son realmente los problemas. Pese a que ello pueda ser verdad en muchas ocasiones, sigo creyendo que la ingenuidad que me llev a enfrentarme con un tema mayor -como, sin duda, lo es el de la mente-, esa actitud poco circunspecta y un tanto inmadura (como la de las preguntas de los ni os de las que Penrose (1989:451) ha dicho que no merecen la risa), es consecuencia del rechazo a la ligereza con que en nuestro tiempo se despachan las cuestiones ltimas.

6 El caso es que necesitamos algo que -a punto de entrar en lo que algunos han comenzado a llamar el siglo del cerebro- no parece echarse suficientemente en falta: una teor a coherente de la mente. El hecho de que carezcamos de ella sirve de obst culo para ocultar deficiencias muy 6 graves en nuestra imagen de lo real que, como es frecuente, se tratan de paliar mediante procedimientos expeditivos y que no deber an considerarse de recibo: bien con un exceso de detalles cuya significaci n te rica nadie se molesta en precisar, o bien suponiendo, con suficiencia postmetaf sica, que se trata de cuestiones que nuestra superior perspicacia ha acertado a abandonar.

7 Sin embargo, no es preciso mucho tiempo para comprender que existen lagunas y contradicciones muy obvias en nuestras actuales teor as de lo mental. Tales carencias no dejan de existir porque no sean sometidas a consideraci n: son paradojas y ambig edades que ning n prejuicio acierta a disimular, que ninguna met fora brillante puede ocultar del todo. Nunca sabremos bastante como para renunciar a la b squeda de un sentido m s preciso de lo real: pero ahora sabemos tan poco, y lo sabemos tan mal, que dar por cerradas algunas cuestiones resulta un aut ntico disparate.

8 Somos verdaderos primitivos, por m s que nos guste presumir de estar de vuelta y dedicarnos a tareas m s gratificantes que la de comprobar con lucidez cuales son los l mites de nuestras respuestas. En una poca en que ni est de moda pensar, ni se sabe bien para que habr a que hacerlo, nada me ser a m s grato que haber contribuido a que el siempre improbable lector comparta conmigo la sensaci n de que descubrir las fisuras de nuestras creencias m s b sicas y pr cticas sobre qui nes somos y c mo pensamos, es, tambi n, una manera eficaz de asomarse a nuevos panoramas en los que sea posible la esperanza.

9 Quiero expresar mi agradecimiento a Carlos Fern ndez Conde por su tenacidad al poner en marcha una nueva colecci n de libros y a Wenceslao Casta ares por leer el manuscrito y sus util simas observaciones. 7 8 I. INTRODUCCI N II. ALMA Y MUNDO. LOS FUNDAMENTOS DE LA VISI N MATERIALISTA 1. Los objetivos del materialismo 2. La caracterizaci n de lo mental Inmediatez No espacialidad Intencionalidad 3. La mente como subsidiaria del cuerpo 4. Los problemas de la identificaci n La paradoja de la descripci n La paradoja gnoseol gica La paradoja metaf sica.

10 Organismo y mundo 5. Mente y materia III. MATERIA Y MEMORIA. EL AN LISIS DE BERGSON 1. Ciencia y experiencia 2. El sentido com n y el dualismo metaf sico 3. Las bases del dualismo metaf sico 4. La reconsideraci n bergsoniana 5. Conocimiento y acci n 6. Cr tica del paralelismo 7. Cerebro y memoria a. Formas y patolog as de la memoria 9 8. La memoria y el esp ritu IV. EL MATERIALISMO CONTEMPOR NEO. CARACTERES GENERALES 1. El rechazo del dualismo A. La objeci n de la anomal a B. El problema de la unidad de la mente C. La ineficacia causal de la mente D. Solipsismo y el problema de las otras mentes 2.


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