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JULIÁN MARÍAS HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

JULI N MAR AS. HISTORIA DE LA FILOSOF A. HUNAB KU. PROYECTO BAKTUN. JULI N MAR AS. HISTORIA DE LA. FILOSOF A. E D I C I N. PROLOGO DE. XAVIER ZUBIRI. EPILOGO DE. JOS ORTEGA Y GASSET. Biblioteca de la Revista de Occidente Calle Mil n, 38. MADRID. Primera edici n: 1941. Trig simo segunda edici n: 1980. A la memoria de mi maestro D. MANUEL GARC A MORENTE. que fue Decano y alma de aquella Facultad de Filosof a y Letras donde yo conoc la Filosof a. PROLOGO A LA PRIMERA EDICI N. Con el mayor cari o, querido Mar as, accedo a presentar al p - blico espa ol este libro, que destina a esa juventud de que todav a casi forma usted parte. Y el cari o se funde con la satisfacci n honda de sentir que las palabras de una c tedra no han ca do totalmente en el vac o, sino que han servido para nutrir en parte una vida intelectual que emerge llena de entusiasmo y lozan a, y se afirma flotando por encima de todas las vicisitudes a que el planeta se halla sometido. Asist a sus primeras curiosidades, gui.

en la mejor de las hipótesis no pasa de ser una pretensión de ciencia. Y ello, sea que conduzca a un escepticismo acerca de la. Prólogo a la primera edición xxvii filosofía, sea que conducta a un máximo optimismo acerca de ella, como acontece precisamente en Hegel, cuando, en las pri-

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1 JULI N MAR AS. HISTORIA DE LA FILOSOF A. HUNAB KU. PROYECTO BAKTUN. JULI N MAR AS. HISTORIA DE LA. FILOSOF A. E D I C I N. PROLOGO DE. XAVIER ZUBIRI. EPILOGO DE. JOS ORTEGA Y GASSET. Biblioteca de la Revista de Occidente Calle Mil n, 38. MADRID. Primera edici n: 1941. Trig simo segunda edici n: 1980. A la memoria de mi maestro D. MANUEL GARC A MORENTE. que fue Decano y alma de aquella Facultad de Filosof a y Letras donde yo conoc la Filosof a. PROLOGO A LA PRIMERA EDICI N. Con el mayor cari o, querido Mar as, accedo a presentar al p - blico espa ol este libro, que destina a esa juventud de que todav a casi forma usted parte. Y el cari o se funde con la satisfacci n honda de sentir que las palabras de una c tedra no han ca do totalmente en el vac o, sino que han servido para nutrir en parte una vida intelectual que emerge llena de entusiasmo y lozan a, y se afirma flotando por encima de todas las vicisitudes a que el planeta se halla sometido. Asist a sus primeras curiosidades, gui.

2 Sus primeros pasos, enderec algunas veces sus senderos. Al des- pedirme de usted, ya en v as de madurez, lo hice con la paz y el sosiego de quien siente haber cumplido una parcela de la misi n que Dios le asign en este mundo. Pero me disculpar usted que este orgullo vaya nimbado por las olas de terror que invaden a quien tiene quince a os m s que usted. Terror de ver, en algunas partes, estampados pensamientos que pudieran haber servido en su hora en una c tedra o en el di logo de un seminario, pero que, faltos de madurez, no iban destinados a un p blico de lectores. Algunos, tal vez ya no los comparta; me conoce usted lo suficiente para que ello no le ex- tra e. Estuve a punto varias veces de dejar correr mi pluma en l margen de sus cuartillas. Me detuve. Decididamente, un libro sobre el conjunto de la HISTORIA de la filosof a quiz solo pueda escribirse en plena muchachez, en que el mpetu propulsor de la vida puede m s que la cautela. Simp tico gesto de entusiasmo.

3 En definitiva, ello es de esencia del discipulado intelectual. Su obra tiene, adem s, ra ces que hacen revivir mis impresio- nes de disc pulo de un maestro, Ortega, a cuyo magisterio debo tambi n yo mucho de lo menos malo de mi labor. Pero todo ello no son sino las ra ces remotas de su libro. Que- da el libro mismo; multitud de ideas, la exposici n de casi todos los pensadores y aun la de algunas pocas, son obra personal de usted. Al publicarlo tenga la seguridad de que pone en manos xxiv HISTORIA de la Filosof a de los reci n llegados a una Facultad de Filosof a un instrumento de trabajo de considerable precisi n, que les ahorrar b squedas dif ciles, les evitar pasos perdidos en el vac o y, sobre todo, les har echar a andar por el camino de la filosof a. Cosa que a muchos parecer ociosa, sobre todo cuando por a adidura se dirige la mirada hacia el pasado: una , ahora que el presente apremia, y una HISTORIA de la filosof , de una pre- sunta ciencia, cuyo resultado m s palmario es la discordancia radical tocante a su propio objeto!

4 * * *. Sin embargo, no hay que precipitarse. La ocupaci n con la HISTORIA no es una simple curiosidad. Lo ser a si la HISTORIA fuera una simple ciencia del pasado. Pero: 1 La HISTORIA no es una simple ciencia. No se ocupa del pasado en cuanto ya no existe. No es una simple ciencia, sino que existe una realidad hist - rica. La historicidad es, en efecto, una dimensi n de este ente real que se llama hombre. Y esta su historicidad no proviene exclusiva ni primariamen- te de que el pasado avanza hacia un presente y lo empuja hacia el porvenir. Es esta una interpretaci n positivista de la HISTORIA , absolutamente insuficiente. Supone, en efecto, que el presente es solo algo que pasa, y que el pasar es no ser lo que una vez fue. La verdad, por el contrario, consiste m s bien en que una realidad actual por tanto, presente , el hombre, se halla cons- tituida parcialmente por una posesi n de s misma, en forma tal, que al entrar en s se encuentra siendo lo que es, porque tuvo un pasado y se est realizando desde un futuro.

5 El pre- sente es esa maravillosa unidad de estos tres momentos, cuyo despliegue sucesivo constituye la trayectoria hist rica: el punto en que el hombre, ser temporal, se hace parad jicamente tan- gente a la eternidad. Su ntima temporalidad abre precisamente su mirada sobre la eternidad. La definici n cl sica de la eterni- dad envuelve, en efecto, desde Boecio, adem s de la intermina- bilis vitae, de una vida interminable, la total simul et perfecta possessio. Rec procamente, la realidad del hombre presente est . constituida, entre otras cosas, por ese concreto punto de tan- gencia cuyo lugar geom trico se llama situaci n. Al entrar en nosotros mismos nos descubrimos en una situaci n que nos per- tenece constitutivamente y en la cual se halla inscrito nuestro peculiar destino, elegido unas veces, impuesto otras. Y aunque la situaci n no predetermina forzosamente ni el contenido de nuestra vida ni de sus problemas, circunscribe evidentemente el Pr logo a la primera edici n xxv mbito de estos problemas y, sobre todo, limita las posibilida- des de su soluci n.

6 Con lo cual la HISTORIA como ciencia es mu- cho m s una ciencia del presente que una ciencia del pasado. Por lo que hace a la filosof a, es ello m s verdad que lo que pudiera serlo para cualquier otra ocupaci n intelectual, porque el car cter del conocimiento filos fico hace de l algo constitu- tivamente problem tico. , el saber que se busca, la llamaba casi siempre Arist teles. Nada de extra o que a los ojos profanos este problema tenga aires de discordia. En el curso de la HISTORIA nos encontramos con tres conceptos distintos de filosof a, que emergen en ltima instancia de tres dimensiones del hombre: 1. La filosof a como un saber acerca de las cosas. 2 La filosof a como una direcci n para el mundo y la vida. 3. La filosof a como una forma de vida y, por tanto, como algo que acontece. En realidad, estas tres concepciones de la filosof a, que co- rresponden a tres concepciones distintas de la inteligencia, con- ducen a tres formas absolutamente distintas de la intelectuali- dad.

7 De ellas ha ido nutri ndose sucesiva o simult neamente el mundo, y a veces hasta el mismo pensador. Las tres convergen de una manera especial en nuestra situaci n, y plantean de nue- vo en forma punzante y urgente el problema de la filosof a y de la inteligencia misma. Estas tres dimensiones de la inteligencia nos han llegado tal vez dislocadas por los cauces de la HISTORIA , y la inteligencia ha comenzado a pagar en s misma su propia deformaci n. Al tratar de reformarse reservar seguramente para el futuro formas nuevas de intelectualidad. Como todas las pre- cedentes, ser n asimismo defectuosas, mejor a n, limitadas, lo cual no las descalifica, porque el hombre es siempre lo que es gracias a sus limitaciones, que le dan a elegir lo que puede ser. Y al sentir su propia limitaci n, los intelectuales de entonces volver n a la ra z de donde partieron, como nos vemos retrotra - dos hoy a la ra z de donde partimos. Y esto es la HISTORIA : una situaci n que implica otra pasada como algo real que est posi- bilitando nuestra propia situaci n.

8 La ocupaci n con la HISTORIA de la filosof a no es, pues, una simple curiosidad; es el movimiento mismo a que se ve some- tida la inteligencia cuando intenta precisamente la ingente tarea de ponerse en marcha a s misma desde su ltima ra z. Por esto la HISTORIA de la filosof a no es extr nseca a la filosof a misma, como pudiera serlo la HISTORIA de la mec nica a la mec nica. La filosof a no es su HISTORIA ; pero la HISTORIA de la filosof a es filo- sof a; porque la entrada de la inteligencia en s misma en la si- tuaci n concreta y radical en que se encuentra instalada es el xxvi HISTORIA de la Filosof a origen y la puesta en marcha de la filosof a. El problema de la filosof a no es sino el problema mismo de la inteligencia. Con esta afirmaci n, que en el fondo remonta al viejo Parm nides, comenz a existir la filosof a en la tierra. Y Plat n nos dec a por esto que la filosof a es un silencioso di logo del alma consigo misma en torno al ser. Con todo, dif cilmente lograr el cient fico al uso librarse de la idea de que la filosof a, si no en toda su amplitud, por lo me- nos en la medida en que envuelve un saber acerca de las cosas, se pierde en los abismos de una discordia que disuelve su propia esencia.

9 Es innegable que, en el curso de su HISTORIA , la filosof a ha entendido de modos muy diversos su propia definici n como un saber acerca de las cosas. Y la primera actitud del fil sofo ha de consistir en no dejarse llevar de dos tendencias antag ni- cas que surgen espont neamente en un esp ritu principiante: la de perderse en el escepticismo o la de decidirse a adherirse pol micamente a una f rmula con preferencia a otras, tratando incluso de forjar una nueva. Dejemos estas actitudes para otros. Al recorrer este rico formulario de definiciones, no puede menos de sobrecogernos la impresi n de que algo muy grave late bajo esta diversidad. Si realmente tan distintas son las concepciones de la filosof a como un saber teor tico, resultar claro que esa diversidad significa precisamente que no solo el contenido de sus soluciones, sino la idea misma de filosof a, contin a siendo problem tica. La diversidad de definiciones actualiza ante nues- tra mente el problema mismo de la filosof a, como un verdadero saber acerca de las cosas.

10 Y pensar que la existencia de semejan- te problema pudiera descalificar al saber teor tico es condenarse a perpetuidad a no entrar ni en el zagu n de la filosof a. Los problemas de la filosof a no son en el fondo sino el problema de la filosof a. Pero quiz la cuesti n resurja con nueva angustia al tratar de precisar la ndole de este saber teor tico. No es una cuesti n nueva. De tiempo atr s, desde hace siglos, se ha formulado la misma pregunta con otros t rminos: posee car cter cient fico la filosof a? No es indiferente, sin embargo, esta manera de pre- sentar el problema. Seg n ella, el saber de las cosas adquiere su expresi n plenaria y ejemplar en la que se llama un .saber cient fico . Y este supuesto ha sido decisivo para la suerte de la idea de filosof a en los tiempos modernos. Bajo formas diversas, en efecto, se ha hecho observar repeti- das veces que la filosof a est muy lejos de ser una ciencia; que en la mejor de las hip tesis no pasa de ser una pretensi n de ciencia.


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