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Las aventuras de Robinson Crusoe - …

Daniel Defoe aventuras de Robinson Crusoe Nac en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la regi n, pues mi padre era un extranjero de Brema1 que, inicialmente, se asent en Hull2. All consigui hacerse con una considerable fortuna como comerciante y, m s tarde, abandon sus negocios y se fue a vivir a York, donde se cas con mi madre, que pertenec a a la familia Robinson , una de las buenas familias del condado de la cual obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteraci n de las palabras que se hace en Inglaterra, ahora nos llaman y nosotros tambi n nos llamamos y escribimos nuestro nombre Crusoe ; y as me han lla-mado siempre mis compa eros. Ten a dos hermanos mayores, uno de ellos fue coronel de un regimiento de infanter a inglesa en Flandes, que antes hab a estado bajo el mando del c lebre coronel Lockhart, y muri en la batalla de Dunkerque3 contra los espa oles.

Daniel Defoe Aventuras de Robinson Crusoe Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un

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1 Daniel Defoe aventuras de Robinson Crusoe Nac en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la regi n, pues mi padre era un extranjero de Brema1 que, inicialmente, se asent en Hull2. All consigui hacerse con una considerable fortuna como comerciante y, m s tarde, abandon sus negocios y se fue a vivir a York, donde se cas con mi madre, que pertenec a a la familia Robinson , una de las buenas familias del condado de la cual obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteraci n de las palabras que se hace en Inglaterra, ahora nos llaman y nosotros tambi n nos llamamos y escribimos nuestro nombre Crusoe ; y as me han lla-mado siempre mis compa eros. Ten a dos hermanos mayores, uno de ellos fue coronel de un regimiento de infanter a inglesa en Flandes, que antes hab a estado bajo el mando del c lebre coronel Lockhart, y muri en la batalla de Dunkerque3 contra los espa oles.

2 Lo que fue de mi segundo hermano, nunca lo he sabido al igual que mi padre y mi madre tampoco supieron lo que fue de m . 1 Brema (Bremen): Ciudad y puerto de Alemania a orillas del r o Weser en el mar del Norte. 2 Hull (Kingston-Upon-Hull): Gran puerto pesquero y comercial de Gran Breta a, junto al estuario del Humber. 3 Dunkerque: Ciudad y puerto de Francia en el mar del Norte donde, en 1658, el Ej rcito espa ol fue derrotado por los anglo-franceses. Como yo era el tercer hijo de la familia y no me hab a educado en ning n oficio, desde muy peque o me pasaba la vida divagando. Mi padre, que era ya muy anciano, me hab a dado una buena educaci n, tan buena como puede ser la educaci n en casa y en las escuelas rurales gratuitas, y su intenci n era que estudiara leyes. Pero a m nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba a acatar la voluntad, las rdenes, m s bien, de mi padre y a escuchar las s plicas y ruegos de mi madre y mis amigos.

3 Parec a que hubiese algo de fatalidad en aquella propensi n natural que me encaminaba a la vida de sufrimientos y miserias que habr a de llevar. Mi padre, un hombre prudente y discreto, me dio sabios y excelentes consejos para disuadirme de llevar a cabo lo que, adivinaba, era mi proyecto. Una ma ana me llam a su rec mara, donde le confinaba la gota, y me inst amorosamente, aunque con vehemencia, a abandonar esta idea. Me pregunt qu razones pod a tener, aparte de una mera vocaci n de vagabundo, para abandonar la casa paterna y mi pa s natal, donde ser a bien acogido y podr a, con dedicaci n e industria, hacerme con una buena fortuna y vivir una vida c moda y placentera. Me dijo que s lo los hombres desesperados, por un lado, o extremadamente ambi-ciosos, por otro, se iban al extranjero en busca de aventuras , para mejorar su estado mediante empresas elevadas o hacerse famosos realizando obras que se sal an del camino habitual; que yo estaba muy por encima o por debajo de esas cosas; que mi estado era el estado medio, o lo que se podr a llamar el nivel m s alto de los niveles bajos, que, seg n su propia experiencia, era el mejor estado del mundo y el m s apto para la felicidad, porque no estaba expuesto a las miserias, privaciones, trabajos ni sufrimientos del sector m s vulgar de la humanidad; ni a la verg enza, el orgullo, el lujo, la ambici n ni la envidia de los que pertenec an al sector m s alto.

4 Me dijo que pod a juzgar por m mismo la felicidad de este estado, siquiera por un hecho; que este era un estado que el resto de las personas envidiaba; que los reyes a menudo se lamentaban de las consecuencias de haber nacido para grandes prop sitos y deseaban haber nacido en el medio de los dos extremos, entre los viles y los grandes; y que el sabio daba testimonio de esto, como el justo par metro de la verdadera felicidad, cuando rogaba no ser ni rico ni pobre4. 4 Proverbios 30:8: No me des pobreza ni riqueza. Me urgi a que me fijara y me diera cuenta de que los estados superiores e inferiores de la humanidad siempre sufr an calamidades en la vida, mientras que el estado medio padec a menos desastres y estaba menos expuesto a las vicisitudes que los estados m s altos y los m s bajos; que no padec a tantos des rdenes y desazones del cuerpo y el alma, como los que, por un lado, llevaban una vida llena de vicios, lujos y extravagancias, o los que, por el otro, sufr an por el trabajo excesivo, la necesidad y la falta o insuficiencia de alimentos y, luego, se enfermaban por las consecuencias naturales del tipo de vida que llevaban; que el estado medio de la vida prove a todo tipo de virtudes y deleites; que la paz y la plenitud estaban al servicio de una fortuna media.

5 Que la templanza, la moderaci n, la calma, la salud, el sosiego, to-das las diversiones agradables y todos los placeres deseables eran las bendiciones que aguardaban a la vida en el estado medio; que, de este modo, los hombres pasaban tranquila y silenciosamente por el mundo y part an c modamente de l, sin avergonzarse de la labor realizada por sus manos o su mente, ni venderse como esclavos por el pan de cada d a, ni padecer el agobio de las circunstancias adversas que le roban la paz al alma y el descanso al cuerpo; que no sufren por la envidia ni la secreta quemaz n de la ambici n por las grandes cosas, m s bien, en circunstancias agradables, pasan suavemente por el mundo, saboreando a conciencia las dulzuras de la vida, y no sus amarguras, sinti ndose felices y d ndose cuenta, por las experiencias de cada d a, de que realmente lo son. Despu s de esto, me rog encarecidamente y del modo m s afectuoso posible, que no actuara como un ni o, que no me precipitara a las miserias de las que la na turaleza y el estado en el que hab a nacido me exim an.

6 Me dijo que no ten a ninguna necesidad de buscarme el pan; que l ser a bueno conmigo y me ayudar a cuanto pudiese a entrar felizmente en el estado de la vida que me hab a estado aconsejando; y que si no me sent a feliz y c modo en el mundo, deb a ser simplemente por mi destino o por mi culpa; y que l no se hac a responsable de nada porque hab a cumplido con su deber, advirti ndome sobre unas acciones que, l sab a, pod an perjudicarme. En pocas palabras, que as como ser a bueno conmigo si me quedaba y me asentaba en casa como l dec a, en modo alguno se har a part cipe de mis desgracias, anim ndome a que me fuera. Para finalizar, me dijo que tomara el ejemplo de mi hermano mayor, con quien hab a emplea-do in tilmente los mismos argumentos para disuadirlo de que fuera a la guerra en los Pa ses Bajos, quien no pudo controlar sus deseos de juventud y se alist en el ej rcito, donde muri ; que aunque no dejar a de orar por m , se atrev a a decirme que si no desist a de dar un paso tan absurdo, no tendr a la bendici n de Dios; y que en el futuro, tendr a tiempo para pensar que no hab a seguido su consejo cuando tal vez ya no hubiera nadie que me pudiese ayudar.

7 Me di cuenta, en esta ltima parte de su discurso, que fue verdaderamente prof tico, aunque supongo que mi padre no lo sab a en ese momento; dec a que pude ver que por el rostro de mi padre bajaban abundantes l grimas, en especial, cuando hablaba de mi hermano muerto; y cuando me dijo que ya tendr a tiempo para arrepentirme y que no habr a nadie que pudiese ayudarme, estaba tan conmovido que se le quebr la voz y ten a el coraz n tan oprimido, que ya no pudo decir nada m s. Me sent sinceramente emocionado por su discurso, y qui n no?, y decid no pensar m s en viajar sino en establecerme en casa, conforme con los deseos de mi padre. Mas, ay!, a los pocos d as cambi de opini n y, para evitar que mi padre me siguiera importunando, unas semanas despu s, decid huir de casa. Sin embargo, no actu precipitadamente, ni me dej llevar por la urgencia de un primer impulso.

8 Un d a, me pareci que mi madre se sent a mejor que de ordinario y, llam ndola aparte, le dije que era tan grande mi af n por ver el mundo, que nunca podr a emprender otra actividad con la determinaci n necesaria para llevarla a cabo; que mejor era que mi padre me diera su consentimiento a que me forzara a irme sin l; que ten a dieciocho a os, por lo que ya era muy mayor para empezar como aprendiz de un oficio o como ayudante de un abogado; y que estaba seguro de que si lo hac a, nunca lo terminar a y, en poco tiempo, huir a de mi maestro para irme al mar. Le ped que hablara con mi padre y le persuadiera de dejarme hacer tan solo un viaje por mar. Si regresaba a casa porque no me gustaba, jam s volver a a marcharme y me aplicar a doblemente para recuperar el tiempo perdido. Estas palabras enfurecieron a mi madre. Me dijo que no ten a ning n sentido hablar con mi padre sobre ese asunto pues l sab a muy bien cu l era mi inter s en que diera su consentimiento para algo que pod a perjudicarme tanto; que ella se preguntaba c mo pod a pensar algo as despu s de la conversaci n que hab a tenido con mi padre y de las expresiones de afecto y ternura que hab a utilizado conmigo; en pocas palabras, que si yo quer a arruinar mi vida, ellos no tendr an forma de evitarlo pero que tuviera por cierto que nunca tendr a su consentimiento para hacerlo; y que, por su parte, no quer a hacerse part cipe de mi destrucci n para que nunca pudiese decirse que mi madre hab a accedido a algo a lo que mi padre se hab a opuesto.

9 Aunque mi madre se neg a dec rselo a mi padre, supe despu s que se lo hab a contado todo y que mi padre, muy acongojado, le dijo suspirando: -Ese chico ser a feliz si se quedara en casa, pero si se marcha, ser el m s miserable y desgraciado de los hombres. No puedo darle mi consentimiento para esto. En menos de un a o me di a la fuga. Durante todo ese tiempo me mantuve obstinadamente sordo a cualquier proposici n encaminada a que me asentara. A menudo discu t a con mi padre y mi madre sobre su r gida determinaci n en contra de mis deseos. Mas, cierto d a, estando en Hull, a donde hab a ido por casualidad y sin ninguna intenci n de fugarme; estando all , como digo, uno de mis amigos, que se embarcaba rumbo a Londres en el barco de su padre, me invit a acompa arlos, con el cebo del que ordinariamente se sirven los marineros, es decir, dici ndome que no me costar a nada el pasaje.

10 No volv a consultarle a mi padre ni a mi madre, ni siquiera les envi recado de mi decisi n. M s bien, dej que se enteraran como pudiesen y sin encomendarme a Dios o a mi padre, ni considerar las circunstancias o las consecuencias, me embarqu el primer d a de septiembre de 1651, d a funesto, Dios lo sabe!, en un barco con destino a Londres. Creo que nunca ha existido un joven aventurero cuyos infortunios empezasen tan pronto y durasen tanto tiempo como los m os. Apenas la embarcaci n hab a salido del puerto, se levant un fuerte vendaval y el mar comenz a agitarse con una violencia aterradora. Como nunca antes hab a estado en el mar, empec a sentir un malestar en el cuerpo y un terror en el alma muy dif ciles de expresar. Comenc entonces a pensar seriamente en lo que hab a hecho y en que estaba siendo justamente castigado por el Cielo por abandonar la casa de mi padre y mis obligaciones.


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