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LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER - biblioteca.org.ar

MARK TWAIN LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales MARK TWAIN LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER CAP TULO I Tom! Silencio. - Tom! Silencio. - D nde andar metido ese chico!.. Tom! La anciana se baj los anteojos y mir , por encima, alrededor del cuarto; despu s se los subi a la frente y mir por debajo. Rara vez o nunca miraba a trav s de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aqu llos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a trav s de un par de mantas. Se qued un instante perpleja y dijo, no con c lera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles: -Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy No termin la frase, porque antes se agach dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; as es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos.

desenterrar fue el gato. -¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho! Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las

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1 MARK TWAIN LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales MARK TWAIN LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER CAP TULO I Tom! Silencio. - Tom! Silencio. - D nde andar metido ese chico!.. Tom! La anciana se baj los anteojos y mir , por encima, alrededor del cuarto; despu s se los subi a la frente y mir por debajo. Rara vez o nunca miraba a trav s de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aqu llos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a trav s de un par de mantas. Se qued un instante perpleja y dijo, no con c lera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles: -Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy No termin la frase, porque antes se agach dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; as es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos.

2 Lo nico que consigui desenterrar fue el gato. - No se ha visto cosa igual que ese muchacho! Fue hasta la puerta y se detuvo all , recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que constitu an el jard n. Ni sombra de Tom. Alz , pues, la voz a un ngulo de punter a calculado para larga distancia y grit : - T ! Toooom! Oy tras de ella un ligero ruido y se volvi a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo. - Ya est s! Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!.. Qu estabas haciendo ah ? -Nada. - Nada? M rate esas manos, m rate esa Qu es eso pegajoso? -No lo s , t a. -Bueno; pues yo s lo s . Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despellejar vivo. Dame esa vara. La vara se cerni en el aire. Aquello tomaba mal cariz.

3 - Dios m o! Mire lo que tiene detr s, t a! La anciana gir en redondo, recogi ndose las faldas para esquivar el peligro; y en el mismo instante escap el chico, se encaram por la alta valla de tablas y desapareci tras ella. Su t a Polly se qued un momento sorprendida y despu s se ech a re r bondadosamente. - Diablo de chico! Cu ndo acabar de aprender sus ma as! Cu ntas jugarretas como sta no me habr hecho, y a n le hago caso! Pero las viejas bobas somos m s bobas que nadie. Perro viejo no aprende gracias nuevas, como suele decirse. Pero, Se or!, si no me la juega del mismo modo dos d as seguidos, c mo va una a saber por d nde ir a salir? Parece que adivina hasta d nde puede atormentarme antes de que llegue a montar en c lera, y sabe, el muy pillo, que si logra desconcertarme o hacerme re r ya todo se ha acabado y no soy capaz de pegarle.

4 No; la verdad es que no cumplo mi deber para con este chico: sa es la pura verdad. Tiene el diablo en el cuerpo; pero, qu le voy a hacer! Es el hijo de mi pobre hermana difunta, y no tengo entra as para zurrarle. Cada vez que le dejo sin castigo me remuerde la conciencia, y cada vez que le pego se me parte el coraz n. Todo sea por Dios! Pocos son los d as del hombre nacido de mujer y llenos de tribulaci n, como dice la Escritura, y as lo creo. Esta tarde se escapar del colegio y no tendr m s remedio que hacerle trabajar ma ana como castigo. Cosa dura es obligarle a trabajar los s bados, cuando todos los chicos tienen asueto; pero aborrece el trabajo m s que ninguna otra cosa, y, o soy un poco r gida con l, o me convertir en la perdici n de ese ni o. Tom hizo rabona, en efecto, y lo pas en grande. Volvi a casa con el tiempo justo para ayudar a Jim, el negrito, a aserrar la le a para el d a siguiente y hacer astillas antes de la cena; pero, al menos, lleg a tiempo para contar sus AVENTURAS a Jim mientras ste hac a tres cuartas partes de la tarea.

5 Sid, el hermano menor de Tom o mejor dicho, hermanastro, ya hab a dado fin a la suya de recoger astillas, pues era un muchacho tranquilo, poco dado a AVENTURAS ni calaveradas. Mientras Tom cenaba y escamoteaba terrones de az car cuando la ocasi n se le ofrec a, su t a le hac a preguntas llenas de malicia y trastienda, con el intento de hacerle picar el anzuelo y sonsacarle reveladoras confesiones. Como otras muchas personas, igualmente sencillas y candorosas, se envanec a de poseer un talento especial para la diplomacia tortuosa y sutil, y se complac a en mirar sus m s obvios y transparentes artificios como maravillas de artera astucia. As , le dijo: -Hac a bastante calor en la escuela, Tom; no es cierto? -S , se ora. -Much simo calor, verdad? -S , se ora. - Y no te entraron ganas de irte a nadar? Tom sinti una vaga escama, un barrunto de alarmante sospecha.

6 Examin la cara de su t a Polly, pero nada sac en limpio. As es que contest : -No, t a; , no muchas. La anciana alarg la mano y le palp la camisa. -Pero ahora no tienes demasiado calor, con todo. Y se qued tan satisfecha por haber descubierto que la camisa estaba seca sin dejar traslucir que era aquello lo que ten a en las mientes. Pero bien sab a ya Tom de d nde soplaba el viento. As es que se apresur a parar el pr ximo golpe. -Algunos chicos nos estuvimos echando agua por la cabeza. A n la tengo h meda. Ve usted? La t a Polly se qued moh na, pensando que no hab a advertido aquel detalle acusador, y adem s le hab a fallado un tiro. Pero tuvo una nueva inspiraci n. -Dime, Tom: para mojarte la cabeza no tuviste que descoserte el cuello de la camisa por donde yo te lo cos ? Desabr chate la chaqueta! Toda sombra de alarma desapareci de la faz de Tom.

7 Abri la chaqueta. El cuello estaba cosido, y bien cosido. - Diablo de chico! Estaba segura de que habr as hecho rabona y de que te habr as ido a nadar. Me parece, Tom, que eres como gato escaldado, como suele decirse, y mejor de lo que pareces. Al menos, por esta vez. Le dol a un poco que su sagacidad le hubiera fallado, y se complac a de que Tom hubiera tropezado y ca do en la obediencia por una vez. Pero Sid dijo: -Pues mire usted: yo dir a que el cuello estaba cosido con hilo blanco y ahora es negro. - Cierto que lo cos con hilo blanco! Tom! Pero Tom no esper el final. Al escapar grit desde la puerta: -Siddy, buena zurra te va a costar. Ya en lugar seguro, sac dos largas agujas que llevaba clavadas debajo de la solapa. En una hab a enrollado hilo negro, y en la otra, blanco. Si no es por Sid no lo descubre. Unas veces lo cose con blanco y otras con negro.

8 Por qu no se decidir de una vez por uno a otro! As no hay quien lleve la cuenta. Pero Sid me las ha de pagar, reconcho! No era el ni o modelo del lugar. Al ni o modelo lo conoc a de sobra, y lo detestaba con toda su alma. A n no hab an pasado dos minutos cuando ya hab a olvidado sus cuitas y pesadumbres. No porque fueran ni una pizca menos graves y amargas de lo que son para los hombres las de la edad madura, sino porque un nuevo y absorbente inter s las redujo a la nada y las apart por entonces de su pensamiento, del mismo modo como las desgracias de los mayores se olvidan en el anhelo y la excitaci n de nuevas empresas. Este nuevo inter s era cierta inapreciable novedad en el arte de silbar, en la que acababa de adiestrarle un negro, y que ansiaba practicar a solas y tranquilo. Consist a en ciertas variaciones a estilo de trino de p jaro, una especie de l quido gorjeo que resultaba de hacer vibrar la lengua contra el paladar y que se intercalaba en la silbante melod a.

9 Probablemente el lector recuerda c mo se hace, si es que ha sido muchacho alguna vez. La aplicaci n y la perseverancia pronto le hicieron dar en el quid y ech a andar calle adelante con la boca rebosando armon as y el alma llena de regocijo. Sent a lo mismo que experimenta el astr nomo al descubrir una nueva estrella. No hay duda que en cuanto a lo intenso, hondo y acendrado del placer, la ventaja estaba del lado del muchacho, no del astr nomo. Los crep sculos caniculares eran largos. A n no era de noche. De pronto Tom suspendi el silbido: un forastero estaba ante l; un muchacho que apenas le llevaba un dedo de ventaja en la estatura. Un reci n llegado, de cualquier edad o sexo, era una curiosidad emocionante en el pobre lugarejo de San Petersburgo. El chico, adem s, estaba bien trajeado, y eso en un d a no festivo. Esto era simplemente asombroso.

10 El sombrero era coquet n; la chaqueta, de pa o azul, nueva, bien cortada y elegante; y a igual altura estaban los pantalones. Ten a puestos los zapatos, aunque no era m s que viernes. hasta llevaba corbata: una cinta de colores vivos. En toda su persona hab a un aire de ciudad que le dol a a Tom como una injuria. Cuanto m s contemplaba aquella esplendorosa maravilla, m s alzaba en el aire la nariz con un gesto de desd n por aquellas galas y m s rota y desastrada le iba pareciendo su propia vestimenta. Ninguno de los dos hablaba. Si uno se mov a, se mov a el otro, pero s lo de costado, haciendo rueda. Segu an cara a cara y mir ndose a los ojos sin pesta ear. Al fin, Tom dijo: -Yo te puedo. -Pues anda y haz la prueba. -Pues s que te puedo. - A que no! - A que s ! - A que no! Sigui una pausa embarazosa. Despu s prosigui Tom: -Y t , c mo te llamas?


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