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William Shakespeare, Enrique IV, traducción de …

W. SHAKESPEARE. Enrique IV. TRADUCCI N, PR LOGO Y. NOTAS DE MIGUEL CAN . BUENOS AIRES. 1918. W. S H A K E S P E A R E. A LA MEMORIA DE ARIST BULO DEL VALLE. Dedico este trabajo, que en vida le ofrec como homenaje de profundo afecto y alta estimaci n. El me lo aconsej , en d as amargos y sombr os, para disciplinar mi esp ritu inquieto y angustiado. En esa labor mec nica, que el contacto con el alma del poeta soberano hac a deliciosa -y que llev . a cabo diez a os ha, lejos de mi patria- el recuerdo del amigo no se apart . de m . l ha entrado ya en el reposo eterno, sin haber dado, a los ojos de los hombres, la medida de su inteligencia noble y levantada. Pero ese recuerdo queda -y por la vida- en el alma de los que le amamos y parece iluminarla, orient ndola hacia cuanto es leal, justo y elevado.

W. SHAKESPEARE 5 ción le impidiera dar su nombre3.. ¡Escribir el “Rey Lear” en la sombra y emplear un testaferro para lanzar “Hamlet”! El sentido común ha

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1 W. SHAKESPEARE. Enrique IV. TRADUCCI N, PR LOGO Y. NOTAS DE MIGUEL CAN . BUENOS AIRES. 1918. W. S H A K E S P E A R E. A LA MEMORIA DE ARIST BULO DEL VALLE. Dedico este trabajo, que en vida le ofrec como homenaje de profundo afecto y alta estimaci n. El me lo aconsej , en d as amargos y sombr os, para disciplinar mi esp ritu inquieto y angustiado. En esa labor mec nica, que el contacto con el alma del poeta soberano hac a deliciosa -y que llev . a cabo diez a os ha, lejos de mi patria- el recuerdo del amigo no se apart . de m . l ha entrado ya en el reposo eterno, sin haber dado, a los ojos de los hombres, la medida de su inteligencia noble y levantada. Pero ese recuerdo queda -y por la vida- en el alma de los que le amamos y parece iluminarla, orient ndola hacia cuanto es leal, justo y elevado.

2 Quiz la impresi n pro- funda que dejan tras s los grandes esp ritus, sea el nico y real patrimonio humano, legado incomparable, porque l determina todo lo que ennoblece a la especie, el culto del honor, la aspiraci n al ideal, el desinter s, la cultu- ra del propio intelecto y el amor sin l mites a la tierra natal. De esa arcilla divina estaba formada el alma de Del Valle y ante su memoria inclino re- verente mi coraz n de amigo. 3. ENR IQUE IV. INTRODUCCI N. I. La mayor parte de las obras de Shakespeare 1 est n traducidas en todos los idiomas occidentales2 . La cultura universal ha pronunciado su fallo definitivo sobre el mayor genio dram tico que la humanidad ha producido y las viejas querellas de escuela, al repasar ante nuestros ojos, en el estudio de la historia cr tica de esa obra colosal, nos pare- cen m s absurdas a n que las controversias de los m dicos del siglo XV sobre las causas determinantes del sexo en la fecundaci n.

3 C mo nace en el cerebro una concepci n genial o c mo se forma en las en- tra as maternas un cuerpo de l neas puras, son cuestiones que por el momento la ciencia humana deja prudentemente de lado, para s lo estudiar el resultado prodigioso. En Shakespeare, el misterio no se li- mita al arcano inexplorado de la gestaci n; todo lo que al poeta se re- fiere est envuelto en una sombra impenetrable y que jam s despejar . la humanidad. El progreso de la ciencia fisiol gica puede llegar alg n d a a penetrar las leyes que rigen el pensamiento y hasta explicar las razones que determinan la intensidad de su manifestaci n; jam s se sabr qui n fue Shakespeare. La ciencia hist rica, ayudada por un m todo de asombrosa severi- dad, nos ha revelado el secreto de la vida de la mayor parte de los hom- bres famosos de la antig edad.

4 Sus actos, su corte intelectual, su vida privada misma, todo se rehace, a la luz de datos inconexos, pero que la ex gesis aclara, y la vida de un hombre extraordinario, separada de la nuestra por s lo tres siglos, que ha dejado tras s la obra intelectual m s poderosa de que puede estar orgulloso el g nero humano, nos es m s desconocida que la existencia de cualesquiera de los mignons de Enrique III. Hasta tal punto llega nuestra ignorancia respecto a lo que a Shakes- peare se refiere, que un paciente americano, despu s de una labor dig- na por cierto de una causa m s racional, ha tratado, no hace mucho, de despojar al poeta de la corona de gloria que el mundo le ha discer- nido, para ce ir con ella la frente de un hombre de esp ritu alt simo y de alma ruin, Bacon, a quien atribuye la paternidad de las obras dra- m ticas que Shakespeare firmara para ocultar al autor, cuya alta situa- 4.

5 W. S H A K E S P E A R E. ci n le impidiera dar su nombre3. Escribir el Rey Lear en la sombra y emplear un testaferro para lanzar Hamlet ! El sentido com n ha dado cuenta de esa estrafalaria concepci n. Shakespeare sigue crecien- do a medida que los tiempos corren y que la conciencia humana se persuade que ese parto maravilloso de la tierra es ya de casi imposible renovaci n. Qu se sabe de positivo de Shakespeare? Nada m s de lo que dice Steevens, uno de sus mejores bi grafos: Todo lo que se sabe con cierto grado de certidumbre acerca de Shakespeare, es que naci en Stratford-upon-Avon; que cas all y tuvo hijos; que fue a Londres, donde empez la carrera siendo actor y luego escribi poemas y comedias; que volvi a Stratford y que all . hizo testamento, muri y recibi sepultura.

6 Nada m s; sobre esos datos, la intensa curiosidad despertada por el autor de una obra tan extraordinaria, ha bordado, apoy ndose en de- talles, suposiciones, deducciones, etc., que la cr tica severa no puede tomar en cuenta, una vida completa con sus an cdotas caracter sticas y hasta conatos de estudio psicol gico sobre un car cter totalmente desconocido y que no ha dejado reflejos de su propia personalidad en todo el curso de sus inmensos trabajos. Si por el fruto se conoce el rbol, seg n una expresi n que el mismo Shakespeare pone en boca de Falstaff, no hay duda de que el alma, que concibi los tipos levantados del drama shakespeariano, ten a el tem- ple puro y sin tacha de los grandes caracteres. La afecci n profunda del pueblo ingl s, atribuyendo a su autor favorito todos los elementos que ennoblecen el esp ritu humano, est aqu justificada por la deduc- ci n m s rigurosa y justiciera.

7 Basta haber visto un cuadro de Rubens de la buena manera, una de aquellas telas irradiantes de luz esplendo- roso arrojada a raudales, sin medida, como saliendo a borbotones de la inagotable fuente, para forjarse, en un instante, una idea l gica de la vida y los gustos del incomparable artista. El que as derrocha sus fuerzas, el que se da todo entero a la obra del momento, debe haber concebido la existencia con extraordinaria amplitud, haberse rodeado de todas las cosas que embellecen la vida, frecuentado los grandes de la tierra y mezcl dose al movimiento activo de su tiempo. Y, en efecto, tal fue la vida de Rubens. En cambio, la manera exigua, parsimoniosa, paciente y concienzuda de un holand s, nos refleja, como en un diora- 5. ENR IQUE IV.

8 Ma, la apacible existencia del artista, su trabajo tenaz, sus reposos del domingo en los suburbios, su hogar tranquilo y numeroso, su dulce y apagada existencia. La conexi n profunda de la obra de arte, cuando es de orden supe- rior, con la naturaleza moral que la produce, da cierta legitimidad po- sitiva a esa deducci n. Aplicada a Shakespeare y a su obra, hace resal- tar del primer golpe un organismo esencialmente intelectual, viviendo dentro de s mismo con tal intensidad, que los fen menos de la vida objetiva desaparecen por completo sin dejar rastros de su influencia. La rapidez con que Shakespeare produc a, paseando su esp ritu por los mbitos todos que la inteligencia y la imaginaci n de los hombres han alcanzado, no basta para explicar que el poeta tuviera tiempo sobrado para entregarse a las preocupaciones vulgares de la vida corriente.

9 Me lo represento 4 silencioso, humilde, de aspecto d bil y simp tico, con unos grandes ojos luminosos, transparentando el mundo de sue os que era su regi n normal, inclinado durante el d a sobre una mesa de trabajo, por la noche en su teatro, entregando por completo la gesti n econ mica de la empresa a su socio de ocasi n, querido y respetado por todos, arreglando las speras querellas de sus compa eros, busca- do por los grandes se ores, deferente y agradecido a sus favores, viendo los rid culos humanos con implacable intensidad, pero dando alas gi- gantes al germen de todo sentimiento noble, formando a Desd mona de una l grima, a Miranda de un soplo, a Julieta de un beso, a Hamlet de una idea, a Iago de una sombra, a Hotspur de un mpetu, a Falstaff de una sonrisa.

10 Qu nos importa saber m s sobre l, si cuid caballos a la puerta de un teatro, si fue mal c mico, si reemplaz a un amigo en una cita de amor, si vivi como un burgu s enriquecido sus ltimos a os en Stratford?5 El contacto de su alma le tenemos en sus obras, contacto tan perenne e inmutable, que escapa al tiempo y al espacio, contacto que persistir mientras el organismo humano no se modifique, mien- tras el hombre odie, ame, sue e, delire, ambicione o niegue. II. Los dramas hist ricos de Shakespeare, especialmente los que se re- fieren a los anales de Inglaterra, tienen forzosamente un n mero m s 6. W. S H A K E S P E A R E. reducido de lectores, por la preparaci n indispensable que exigen, que sus tragedias de mera fantas a o las comedias de imaginaci n.


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