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U El lobo n estepario aHermann Hesse

0 El lobo estepario Hermann Hesse (1877-1962) Una cruza na M1 EL LOBO estepario Hermann Hesse NDICE INTRODUCCI N .. 2 ANOTACIONES DE HARRY HALLER .. 28 S lo para locos .. 28 TRACTAT DEL LOBO estepario .. 49 (No para cualquiera) .. 49 SIGUEN LAS ANOTACIONES DE HARRY HALLER .. 83 S lo para locos .. 83 2 INTRODUCCI N Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresi n que l mismo usaba muchas veces, llam bamos el lobo estepario . No hay por qu examinar si su manuscrito requiere un pr logo introductor; a m me es en todo caso una necesidad agregar a las hojas del lobo estepario algunas, en las que he de procurar estampar mi recuerdo de tal individuo. No es gran cosa lo que s de l, y especialmente me han quedado desconocidos su pasado y su origen.

3 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx él mismo este aislamiento como su propia predestinación. Sin embargo, ya en cierto modo lo había conocido yo antes por

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1 0 El lobo estepario Hermann Hesse (1877-1962) Una cruza na M1 EL LOBO estepario Hermann Hesse NDICE INTRODUCCI N .. 2 ANOTACIONES DE HARRY HALLER .. 28 S lo para locos .. 28 TRACTAT DEL LOBO estepario .. 49 (No para cualquiera) .. 49 SIGUEN LAS ANOTACIONES DE HARRY HALLER .. 83 S lo para locos .. 83 2 INTRODUCCI N Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresi n que l mismo usaba muchas veces, llam bamos el lobo estepario . No hay por qu examinar si su manuscrito requiere un pr logo introductor; a m me es en todo caso una necesidad agregar a las hojas del lobo estepario algunas, en las que he de procurar estampar mi recuerdo de tal individuo. No es gran cosa lo que s de l, y especialmente me han quedado desconocidos su pasado y su origen.

2 Pero de su personalidad conservo una impresi n fuerte, y como tengo que confesar, a pesar de todo, un recuerdo simp tico. El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta a os, que hace algunos fue a casa de mi t a buscando una habitaci n amueblada. Alquil el cuarto del doblado y la peque a alcoba contigua, volvi a los pocos d as con dos ba les y un caj n grande de libros, y habit en nuestra casa nueve o diez meses. Viv a muy tranquilamente y para s , y a no ser por la situaci n vecina de nuestros dormitorios, que trajo consigo alg n encuentro casual en la escalera o en el pasillo, no hubi semos acaso llegado a conocernos, pues sociable no era este hombre, al contrario, era muy insociable, en una medida no observada por m en nadie hasta entonces; era realmente, como l se llamaba a veces, un lobo estepario , un ser extra o, salvaje y sombr o, muy sombr o, de otro mundo que mi mundo.

3 Yo no supe, en verdad, hasta que le stas sus anotaciones, en qu profundo aislamiento iba l llevando su vida a causa de su predisposici n y de su sino, y cu n conscientemente reconoc a 3 l mismo este aislamiento como su propia predestinaci n. Sin embargo, ya en cierto modo lo hab a conocido yo antes por alg n ligero encuentro y algunas conversaciones, y el retrato que se deduc a de sus anotaciones, era en el fondo coincidente con aquel otro, sin duda algo m s p lido y defectuoso, que yo me hab a forjado por nuestro conocimiento personal. Por casualidad estaba yo presente en el momento en que el lobo estepario entr por vez primera en nuestra casa y alquil la habitaci n a mi t a. Lleg a mediod a, los platos estaban a n sobre la Mesa, y yo dispon a de media hora antes de tener que volver a mi oficina.

4 No he olvidado la impresi n extra a y muy contradictoria que me produjo en el primer encuentro: Entr por la puerta cristalera, despu s de haber llamado a la campanilla, y la t a le pregunt en el corredor, medio a oscuras, lo que deseaba. Pero l, el lobo estepario , hab a levantado su cabeza afilada y rapada, y, olfateando con su nariz nerviosa en derredor, exclam , antes de contestar ni de decir su nombre: " Oh!, aqu huele bien". Y al decir esto, sonre a, y mi t a sonre a tambi n, pero a m se me antojaron m s bien c micas estas palabras de saludo y tuve algo contra l. Bien dijo ; vengo por la habitaci n que alquila usted. S lo cuando los tres subimos la escalera hasta el descanso, pude observar m s exactamente al hombre. No era muy alto, pero ten a los andares y la posici n de cabeza de los hombres corpulentos, llevaba un abrigo de invierno, moderno y c modo, y, por lo dem s, vest a decentemente, pero con descuido, estaba afeitado y llevaba muy corto el cabello, que ac y all empezaba 4 a adquirir tonalidades grises.

5 Sus andares no me gustaron nada en un principio; ten a algo de penoso e indeciso, que no armonizaba con su perfil agudo y fuerte, ni con el tono y temperamento de su conversaci n. S lo m s adelante observ y supe que estaba enfermo y que le molestaba andar. Con una sonrisa especial, que entonces tambi n me result desagradable, pas revista a la escalera, a las paredes y ventanas, y a las altas alacenas en el hueco de la escalera; todo ello parec a gustarle y, sin embargo, al mismo tiempo le parec a en cierto modo rid culo. En general, todo el individuo daba la impresi n como si llegara a nosotros de un mundo extra o, por ejemplo de pa ses ultramarinos, y encontrara aqu todo muy bonito, s , pero un tanto c mico. Era, como no puedo menos de decir, cort s, hasta agradable, estuvo en seguida conforme y si objeci n alguna con la casa, la habitaci n y el precio por el alquiler y el desayuno, y, sin embargo, en torno de toda su persona hab a como una atm sfera extra a y, al parecer, no buena y hostil.

6 Alquil la habitaci n, alquil tambi n la alcoba contigua, se enter de todo lo concerniente a calefacci n, agua, servicio y orden dom stico, escuch todo atenta y amablemente, estuvo conforme con todo, ofreci en el acto una se al por el precio del alquiler, y, sin embargo, parec a que todo ello no le satisfac a por completo, se hallaba a s propio rid culo en todo aquel trato y como si no lo tomara en serio, como si le fuera extra o y nuevo alquilar un cuarto y hablar en cristiano con las personas, cuando l estaba ocupado en el fondo en cosas por completo diferentes. Algo as fue mi impresi n, y ella hubiera sido desde luego muy mala, a no estar entrecruzada y 5 corregida por toda clase de peque os rasgos. Ante todo era la cara del individuo lo que primero me agrad . Me gustaba, a pesar de aquella impresi n de extra eza.

7 Era una cara quiz algo particular y hasta triste, pero despierta, muy inteligente y espiritual y con las huellas de profundas cavilaciones. Y a esto se agregaba, para disponerme m s a la reconciliaci n, que su clase de cortes a y amabilidad, aun cuando parec a que le costaba un poco de trabajo, estaba exenta de orgullo, al contrario, hab a en ello algo casi emotivo, algo como suplicante, cuya explicaci n encontr m s tarde, pero que desde el primer momento me previno un tanto en su favor. Antes de acabar la inspecci n de las dos habitaciones y de cerrar el trato, hab a transcurrido ya el tiempo que yo ten a libre y hube de marcharme a mi despacho. Me desped y lo dej con mi t a. Cuando volv por la noche, me cont sta que el forastero se hab a quedado con las habitaciones y que uno de aquellos d as habr a de mudarse, que le habla pedido no dar cuenta de su llegada a la Polic a, porque a l, hombre enfermizo, le eran insoportables estas formalidades y el andar de ac para all en las oficinas de la Polic a, con las molestias correspondientes.

8 A n recuerdo exactamente c mo esto me sorprendi y c mo previne a mi t a de que no deb a pasar por esta condici n. Precisamente a lo poco simp tico y extra o que ten a el individuo, me pareci que se acomodaba demasiado bien este temor a la Polic a, para no ser sospechoso. Expuse a mi t a que no deb a acceder de ning n modo y sin m s ni m s a esta rara pretensi n de un hombre totalmente desconocido, cuyo cumplimiento pod a tener para ella acaso consecuencias 6 muy desagradables. Pero entonces supe que mi t a le hab a prometido ya el cumplimiento de su deseo y que ella en suma se habla dejado fascinar y encantar por el forastero; ella no hab a tomado nunca inquilinos, con los que no hubiera podido establecer una relaci n amable y cordial, familiar, o mejor dicho, como de madre, de lo cual tambi n hab an sabido sacar abundante partido algunos arrendatarios anteriores.

9 Y en las primeras semanas todo continu as , teniendo yo que objetar m s de cuatro cosas al nuevo inquilino, mientras que mi t a lo defend a en todo momento con calor. Como este asunto de la falta de aviso a la Polic a no me gustaba, quise por lo menos enterarme de lo que mi t a supiera del forastero, de su procedencia y de sus planes. Y ella ya sab a no pocas cosas, aunque l, despu s de irme yo a mediod a, s lo hab a permanecido en la casa muy poco tiempo. Le hab a dicho que pensaba pasar algunos meses en nuestra dudad, para estudiar en las bibliotecas y admirar las antig edades de la poblaci n. En realidad, no le gust a mi t a que alquilase el cuarto s lo por tan poco tiempo, pero evidentemente l la hab a ganado para s , a pesar de su aspecto un tanto extra o. En resumen, el departamento estaba alquilado, y mis objeciones llegaran demasiado tarde.

10 Por qu dijo que ol a aqu tan bien? pregunt . A esto me contest mi t a, que algunas veces tiene muy buenas ideas: Me lo figuro perfectamente. 7 En nuestra casa huele a limpieza y orden, a una vida agradable y honrada, y eso le ha gustado. Parece como si ya hubiese perdido la costumbre y lo echara de menos. Bien pens : a m no me importa. Pero dije si no est acostumbrado a una vida ordenada y decente, c mo vamos a arreglarnos? Qu vas a hacer t si es sucio y lo mancha todo, o si vuelve a casa borracho todas las noches? Ya lo veremos dijo ella riendo, y yo lo dej estar. Y en efecto, mis temores eran infundados. El inquilino, si bien no llevaba en modo alguno una vida ordenada y razonable, no nos incomod ni nos perjudic , a n hoy nos acordamos de l con gusto. Pero en el fondo, en el alma, aquel hombre nos ha molestado y nos ha inquietado mucho a los dos, a mi t a y a m , y dicho claramente, a n no me deja en paz.


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