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043-15 - JACQUES MARITAIN, FILOSOFO CRISTIANO

043-15 . HUMANISMO CRISTIANO . JACQUES Maritain (Art culo publicado en 1942 en , en Fortune Magazine, e incorporado en 1952 al libro El alcance de la raz n'). I. La secularizaci n de la imagen cristiana del hombre Todo gran per odo de civilizaci n est dominado por cierta idea peculiar que el hombre se forja del hombre. Nuestra conducta depende de esa imagen tanto como de nuestra propia naturaleza;. tr tase de una imagen que se manifiesta con rasgos n tidos y bri- llantes en el esp ritu de algunos pensadores particularmente repre- sentativos y que, m s o menos inconsciente en la masa humana, es sin embargo lo suficientemente vigorosa como para moldear, de acuerdo a su propio arquetipo, las estructuras sociales y pol ticas caracter sticas de una poca cultural dada. 2 JACQUES Maritain En t rminos generales, la imagen del hombre que rein en la cristian- dad de la Edad Media se deb a a San Pablo y a San Agust n.

Humanismo Cristiano 3 na mientras se reemplazaba el Evangelio por la razón humana o por la bondad humana, y en tanto se esperaba de la naturaleza del hombre lo que antes se

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1 043-15 . HUMANISMO CRISTIANO . JACQUES Maritain (Art culo publicado en 1942 en , en Fortune Magazine, e incorporado en 1952 al libro El alcance de la raz n'). I. La secularizaci n de la imagen cristiana del hombre Todo gran per odo de civilizaci n est dominado por cierta idea peculiar que el hombre se forja del hombre. Nuestra conducta depende de esa imagen tanto como de nuestra propia naturaleza;. tr tase de una imagen que se manifiesta con rasgos n tidos y bri- llantes en el esp ritu de algunos pensadores particularmente repre- sentativos y que, m s o menos inconsciente en la masa humana, es sin embargo lo suficientemente vigorosa como para moldear, de acuerdo a su propio arquetipo, las estructuras sociales y pol ticas caracter sticas de una poca cultural dada. 2 JACQUES Maritain En t rminos generales, la imagen del hombre que rein en la cristian- dad de la Edad Media se deb a a San Pablo y a San Agust n.

2 Esa imagen qued desintegrada desde la poca del Renacimiento y de la Reforma y se reparti entre un extremo pesimismo CRISTIANO , que desesperaba de la naturaleza humana, y un extremo optimismo CRISTIANO , que contaba m s con el esfuerzo del hombre que con la gracia divina. La imagen del hombre que rein en los tiempos modernos se debi a Descartes, John Locke, al Iluminismo y a Juan Jacobo Rousseau. Aqu nos hallamos frente al proceso de secularizaci n del hombre cristia- no, que se llev a cabo desde el siglo XVI en adelante. No nos dejemos enga ar por el aspecto puramente filos fico de tal proceso. En realidad, el hombre del racionalismo cartesiano era una mente pura concebida de acuerdo a un arqueti- po ang lico. El hombre de la religi n natural era un caballero CRISTIANO que no necesitaba de la gracia, del milagro o de la revelaci n, y que era virtuoso y justo por su propia naturaleza buena.

3 El hombre de Juan Jacobo Rousseau era, de manera mucho m s profunda y significativa, el mismo hombre de San Pablo transferido al plano de la natura- leza pura, era inocente como Ad n antes del pecado original, ansiaba un estado de libertad y de bienaventuranza divina, y estaba corrompido por la vida social y la civilizaci n, como los hijos de Ad n por el pecado original. Ese hombre habr a de ser redimido y liberado no por Cristo, sino por la esencial bondad de la naturaleza humana que era menester restaurar mediante una educaci n sin trabas y que deb a revelarse en la Ciudad del Hombre de los futuros siglos, en una forma de Estado en el que cada uno, obedeciendo a todos, continuar a no obstante, obedeci ndose a s mismo . Este proceso no fue, en modo alguno, un proceso puramente racional. Fue un proceso de secularizaci n de algo consagrado, elevado por encima de la na- turaleza, por Dios, llamado a una perfecci n divina, y que viv a una vida divina en una fr gil y cascada vasija, esto es, el hombre del cristianismo, el hombre de la Encarnaci n.

4 Todo esto significaba sencillamente retraer al hombre a la esfera del hom- bre mismo (humanismo antropoc ntrico), manteniendo una apariencia cristia- Humanismo CRISTIANO 3. na mientras se reemplazaba el Evangelio por la raz n humana o por la bondad humana, y en tanto se esperaba de la naturaleza del hombre lo que antes se hab a esperado de la virtud de Dios, al darse a s mismo a sus criaturas. En los albores de los tiempos modernos se le hicieron al hombre enor- mes, divinas promesas. Se cre a que la ciencia habr a de liberar al hom- bre y convertido en amo y se or de toda la naturaleza, y que un progre- so autom tico y necesario lo conducir a a un reino terrenal de paz, a esa bienaventurada Jerusal n que nuestras manos construir an al transformar la vida social y pol tica y que ser a el Reino del Hombre, en el cual nos convertir amos en los supremos gobernantes de nuestra propia historia y cuyos resplandores alentaron las esperanzas y las energ as de los grandes revolucionarios modernos.

5 II. El hombre moderno Si procurara ahora desentra ar los resultados ltimos de este vasto proceso de secularizaci n, describir a yo la progresiva p rdida, operada en la ideolog a moderna, de todas las certezas (provenientes ya de concepciones metaf sicas, ya de la fe religiosa) que en el sistema CRISTIANO hab an dado fundamento y garan- tizado la realidad de la imagen del hombre. La desgracia hist rica consisti en el fracaso de la raz n filos fica que, al hacerse cargo de la antigua herencia teol gica con el fin de adue arse de ella, se encontr luego hasta incapaz de sostener sus propios supuestos metaf sicos, su propia justificaci n del hombre CRISTIANO secularizado, y se vio obligada a dege- nerar en una negaci n positivista de esta misma justificaci n. La raz n humana perdi su facultad de aprehender el ser y s lo fue til para la lectura matem tica de fen menos sensibles y para la constituci n de las correspondientes t cnicas materiales, campo del cual toda realidad absoluta, toda verdad absoluta y todo valor absoluto est n, por supuesto, desterrados.

6 Se alemos por eso, lo m s brevemente posible, que en lo que respecta al hombre mismo, el hombre moderno (me refiero al hombre, que se cree moder- 4 JACQUES Maritain no, cuando en realidad est entrando ahora ya en el pasado) conoc a , sin conocer la Verdad; era capaz de llegar a las verdades relativas y cambiantes de la ciencia, pero era incapaz y temeroso de alcanzar toda verdad supratemporal descubierta a trav s del esfuerzo metaf sico de la raz n, incapaz, asimismo, de alcanzar la divina verdad expresada por el Verbo de Dios. El hombre moderno aspiraba a los derechos humanos y a la dignidad hu- , pero sin Dios pues su ideolog a fundaba los derechos del hombre y la dignidad humana en una voluntad humana semejante a la divina, e infinita- mente aut noma, que cualquier regla o medici n procedente de Otro podr a da ar y destruir. El hombre moderno confiaba en la paz y en la , sin Jesucristo, pues no ten a necesidad de un Redentor, ya que iba a salvarse por s mismo, y porque su amor por la humanidad no ten a necesidad de basarse en la caridad divina.

7 El hombre moderno constantemente avanzaba hacia el bien y hacia la po- sesi n de la , sin enfrentarse con el mal que hay en la tierra, pues no cre a en la existencia del mal; el mal era tan s lo una fase imperfecta de la evoluci n que otra fase ulterior habr a natural y necesariamente de trascender. El hombre moderno gozaba de la vida humana y reverenciaba la vida hu- mana, consider ndola como algo dotado de infinito , sin poseer un alma ni conocer el don de s mismo, porque el alma era un concepto nada cient fico, heredado de los sue os de los hombres primitivos. Y si el hombre no entrega su alma a Aquel a quien ama, qu puede dar? Puede entregar dinero, pero no puede hacer don de s mismo. En lo tocante a la civilizaci n, el hombre moderno ten a en el estado burgu s una vida social y pol tica, una vida en com sin bien com n y sin obra com n, pues, el objeto de la vida en com n consist a tan s lo en la con- servaci n de la libertad necesaria para gozar de la propiedad privada, adquirir riquezas y buscar placeres.

8 El hombre moderno cre a en la libertad, sin tener dominio del yo o res- Humanismo CRISTIANO 5. ponsabilidad moral pues el libre arbitrio era incompatible con el determinismo cient fico; y cre a en la , sin justicia, porque tambi n la justicia era una idea metaf sica que hab a perdido todo fundamento racional y que carec a de todo criterio en la concepci n moderna de la biolog a y de la sociolog a. El hombre moderno cifraba sus esperanzas en el maquinismo, en la t c- nica y en una civilizaci n mec nica o , sin tener ciencia para do- minarlos y ponerlos al servicio del bien humano y de la libertad humana, pues el hombre moderno esperaba la libertad del desarrollo de las t cnicas exteriores mismas, no de un esfuerzo asc tico tendiente a lograr la posesi n interior del yo. Y el que no posee las normas de la vida humana, que son me- taf sicas c mo podr a aplicadas al uso que damos a las m quinas?

9 La ley de la m quina, que es la ley de la materia, se aplicar por s misma al hombre y lo reducir a la esclavitud. En lo tocante, por ltimo, al dinamismo interno de la vida humana, el hombre moderno buscaba la , pero no ten a ninguna meta final a que tender, ni ning n arquetipo racional al cual adherirse; de manera que el concepto m s natural y el motor m s poderoso de nuestra vida, esto es, la felicidad, qued desviado por la p rdida del concepto y del sentido de finalidad (porque la finalidad no es sino lo deseable, y lo deseable no es otra cosa que la felicidad). La felicidad se convirti en el impulso mismo hacia la felicidad, un movimiento ilimitado y de nivel cada vez m s bajo, y cada vez m s estancado. Y el hombre moderno aspiraba a la , sin tener que cumplir ninguna heroica misi n de justicia y sin alimentar el amor fraternal de donde obtener inspiraci n. La m s significativa conquista pol tica de los tiempos mo- dernos, el concepto de los derechos de la persona humana y de los derechos del pueblo, qued as viciada por obra de la misma p rdida del concepto del senti- do de finalidad, y por el repudio del fermento evang lico que obra en la historia humana; la democracia tendi a convertirse en una encarnaci n de la soberana voluntad del pueblo en el mecanismo de un Estado burocr tico cada vez m s irresponsable y cada vez m s ap tico.

10 6 JACQUES Maritain III. La crisis de nuestra civilizaci n Acabo de hablar de las infinitas promesas que fueron hechas al hombre en los albores de los tiempos modernos. La gigantesca empresa del hombre CRISTIANO secularizado alcanz espl ndi- dos resultados en todas las esferas, menos para el hombre mismo: en lo tocante al hombre mismo las cosas no salieron , y esto no ha de sorprendernos. El proceso de secularizaci n del hombre CRISTIANO ata e sobre todo a la idea del hombre y a la filosof a de la vida desarrollada en los tiempos modernos. En la realidad concreta de la historia humana, se desarroll parejamente un proceso de crecimiento y se alcanzaron grandes conquistas humanas, debidas al movi- miento natural de la civilizaci n y al impulso primitivo (impulso evang lico). enderezado hac a el ideal democr tico. Por lo menos, la civilizaci n del siglo XIX permaneci cristiana en sus principios reales, aunque fueran olvidados o pasados por alto; en los restos secularizados contenidos en su misma idea del hombre y de la civilizaci n; en la libertad religiosa - por m s que se la haya trabado en ciertos momentos y en ciertos pa ses -, que esa civilizaci n conserv de buen o mal grad ; hasta en el mismo nfasis que al hablar sobre la raz n y sobre la grandeza humana, los li- brepensadores de la poca emplearon como arma contra el cristianismo; y, por fin, en el sentimiento secularizado que inspir , a pesar de su ideolog a equivo- cada, mejoras sociales y pol ticas y las grandes esperanzas del siglo.


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