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El Aleph [Cuento. Texto completo.]. Jorge Luis Borges O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space. Hamlet, II, 2. But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, aNunc-stans (ast the Schools call it);. which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hic-stans for an Infinite greatnesse of Place. Leviathan, IV, 46. La candente ma ana de febrero en que Beatriz Viterbo muri , despu s de una imperiosa agon a que no se rebaj un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, not que las carteleras de fierro de la Plaza Constituci n hab an renovado no s qu aviso de cigarrillos rubios; el hecho me doli , pues comprend que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

otros el sitio de un tesoro". Acto continuo censuró la prologomanía, "de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los Ingenios". Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por …

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1 El Aleph [Cuento. Texto completo.]. Jorge Luis Borges O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space. Hamlet, II, 2. But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, aNunc-stans (ast the Schools call it);. which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hic-stans for an Infinite greatnesse of Place. Leviathan, IV, 46. La candente ma ana de febrero en que Beatriz Viterbo muri , despu s de una imperiosa agon a que no se rebaj un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, not que las carteleras de fierro de la Plaza Constituci n hab an renovado no s qu aviso de cigarrillos rubios; el hecho me doli , pues comprend que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

2 Cambiar el universo pero yo no, pens con melanc lica vanidad; alguna vez, lo s , mi vana devoci n la hab a exasperado; muerta yo pod a consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero tambi n sin humillaci n. Consider que el treinta de abril era su cumplea os; visitar ese d a la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cort s, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardar a en el crep sculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiar a las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comuni n de Beatriz; Beatriz, el d a de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco despu s del divorcio, en un almuerzo del Club H pico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekin s que le regal Villegas Haedo.

3 Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el ment No estar a obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con m dicas ofrendas de libros: libros cuyas p ginas, finalmente, aprend a cortar, para no comprobar, meses despu s, que estaban intactos. Beatriz Viterbo muri en 1929; desde entonces, no dej pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo sol a llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada a o aparec a un poco m s tarde y me quedaba un rato m s; en 1933, una lluvia torrencial me favoreci : tuvieron que invitarme a comer.

4 No desperdici , como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparec , ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me qued a comer. As , en aniversarios melanc licos y vanamente er ticos, recib las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri. Beatriz era alta, fr gil, muy ligeramente inclinada; hab a en su andar (si el ox moron * es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de xtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no s qu cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero tambi n es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa.

5 A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulaci n italiana sobreviven en l. Su actividad mental es continua, apasionada, vers til y del todo insignificante. Abunda en inservibles analog as y en ociosos escr pulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeci la obsesi n de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. "Es el Pr ncipe de los poetas de Francia", repet a con fatuidad. "En vano te revolver s contra l; no lo alcanzar , no, la m s inficionada de tus saetas.". El treinta de abril de 1941 me permit agregar al alfajor una botella de co ac del pa s.

6 Carlos Argentino lo prob , lo juzg interesante y emprendi , al cabo de unas copas, una vindicaci n del hombre moderno. -Lo evoco -dijo con una animaci n algo inexplicable- en su gabinete de estudio, como si dij ramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de tel fonos, de tel grafos, de fon grafos, de aparatos de radiotelefon a, de cinemat grafos, de linternas m gicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de Observ que para un hombre as facultado el acto de viajar era in til; nuestro siglo XX. hab a transformado la f bula de Mahoma y de la monta a; las monta as, ahora, converg an sobre el moderno Mahoma.

7 Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposici n, que las relacion inmediatamente con la literatura; le dije que por qu no las escrib a. Previsiblemente respondi que ya lo hab a hecho: esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto-Pr logo de un poema en el que trabajaba hac a muchos a os, sinr clame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos b culos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero, abr a las compuertas a la imaginaci n; luego, hac a uso de la lima.

8 El poema se titulabaLa Tierra; trat base de una descripci n del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresi n y el gallardo ap strofe**. Le rogu que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abri un caj n del escritorio, sac . un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Cris stomo Lafinur y ley con sonora satisfacci n: He visto, como el griego, las urbes de los hombres, los trabajos, los d as de varia luz, el hambre;. no corrijo los hechos, no falseo los nombres, pero el voyage que narro, autour de ma chambre.

9 -Estrofa a todas luces interesante -dictamin -. El primer verso granjea el aplauso del catedr tico, del acad mico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opini n; el segundo pasa de Homero a Hes odo (todo un impl cito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poes a did ctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo est en la Escritura, la enumeraci n, congerie o conglobaci n; el tercero - barroquismo, decadentismo; culto depurado y fan tico de la forma?- consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente biling e, me asegura el apoyo incondicional de todo esp ritu sensible a los desenfadados envites de la facecia.

10 Nada dir de la rima rara ni de la ilustraci n que me permite, sin pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y d as, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del Comprendo una vez m s que el arte moderno exige el b lsamo de la risa, elscherzo. Decididamente, tiene la palabra Goldoni! Otras muchas estrofas me ley que tambi n obtuvieron su aprobaci n y su comentario profuso. Nada memorable hab a en ellas; ni siquiera las juzgu mucho peores que la anterior.


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