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El intrépido soldadito de plomo - ILCE

0 El intr pido soldadito de plomo hans christian andersen 1805-1875 1 EL INTR PIDO soldadito DE plomo ranse una vez veinticinco soldados de plomo , todos hermanos, pues los hab an fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil al hombro y miraban de frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon en cuanto se levant la tapa de la caja que los conten a fue: Soldados de plomo ! . La pronunci un chiquillo, dando una gran palmada. Eran el regalo de su cumplea os, y los aline sobre la mesa. Todos eran exactamente iguales, excepto uno, que se distingu a un poquito de los dem s: le faltaba una pierna, pues hab a sido fundido el ltimo, y el plomo no alcanz.

Hans Christian Andersen . 1805-1875. 1 EL INTRÉPIDO SOLDADITO DE PLOMO . Éranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues los habían fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil alhombro y miraban de frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon en

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1 0 El intr pido soldadito de plomo hans christian andersen 1805-1875 1 EL INTR PIDO soldadito DE plomo ranse una vez veinticinco soldados de plomo , todos hermanos, pues los hab an fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil al hombro y miraban de frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon en cuanto se levant la tapa de la caja que los conten a fue: Soldados de plomo ! . La pronunci un chiquillo, dando una gran palmada. Eran el regalo de su cumplea os, y los aline sobre la mesa. Todos eran exactamente iguales, excepto uno, que se distingu a un poquito de los dem s: le faltaba una pierna, pues hab a sido fundido el ltimo, y el plomo no alcanz.

2 Pero con una pierna, se sosten a tan firme como los otros con dos, y de l precisamente vamos a hablar aqu . En la mesa donde los colocaron hab a otros muchos juguetes, y entre ellos destacaba un bonito castillo de papel, por cuyas ventanas se 2 ve an las salas interiores. Enfrente, unos arbolitos rodeaban un espejo que semejaba un lago, en el cual flotaban y se reflejaban unos cisnes de cera. Todo era en extremo primoroso, pero lo m s lindo era una muchachita que estaba en la puerta del castillo. De papel tambi n ella, llevaba un hermoso vestido y una estrecha banda azul en los hombros, a modo de faj n, con una reluciente estrella de oropel en el centro, tan grande como su cara. La chiquilla ten a los brazos extendidos, pues era una bailarina, y una pierna levantada, tanto, qu el soldado de plomo , no alcanzando a descubrirla, acab por creer que s lo ten a una, como l.

3 He aqu la mujer que necesito pens . Pero est muy alta para m : vive en un palacio, y yo por toda vivienda s lo tengo una caja, y adem s somos veinticinco los que vivimos en ella; no es lugar para una princesa. Sin embargo, intentar establecer relaciones . 3 Y se situ detr s de una tabaquera que hab a sobre la mesa, desde la cual pudo contemplar a sus anchas a la distinguida damita, que continuaba sosteni ndose sobre un pie sin caerse. Al anochecer, los soldados de plomo fueron guardados en su caja, y los habitantes de la casa se retiraron a dormir. ste era el momento que los juguetes aprovechaban para jugar por su cuenta, a "visitas", a "guerra", a "baile"; los soldados de plomo alborotaban en su caja, pues quer an participar en las diversiones; mas no pod an levantar la tapa.

4 El cascanueces todo era dar volteretas, y el pizarr n venga divertirse en la pizarra. Con el ruido se despert el canario, el cual intervino tambi n en el jolgorio, recitando versos. Los nicos que no se movieron de su sitio fueron el soldado de plomo y la bailarina; sta segu a sosteni ndose sobre la punta del pie, y l sobre su nica pierna; pero sin desviar ni por un momento los ojos de ella. 4 El reloj dio las doce y, pum!, salt la tapa de la tabaquera; pero lo que hab a dentro no era rap , sino un duendecillo negro. Era un juguete sorpresa. Soldado de plomo dijo el duende , no mires as ! Pero el soldado se hizo el sordo. Espera a que llegue la ma ana, ya ver s! a adi el duende.

5 Cuando los ni os se levantaron, pusieron el soldado en la ventana, y, sea por obra del duende o del viento, abri se sta de repente, y el soldadito se precipit de cabeza, cayendo desde una altura de tres pisos. Fue una ca da terrible. Qued clavado de cabeza entre los adoquines, con la pierna estirada y la bayoneta hacia abajo. La criada y el chiquillo bajaron corriendo a buscarlo; mas, a pesar de que casi lo pisaron, no pudieron encontrarlo. Si el soldado hubiese gritado: Estoy aqu ! , indudablemente habr an 5 dado con l, pero le pareci indecoroso gritar, yendo de uniforme. He aqu que comenz a llover; las gotas ca an cada vez m s espesas, hasta convertirse en un verdadero aguacero.

6 Cuando aclar , pasaron por all dos mozalbetes callejeros Mira! exclam uno . Un soldado de plomo ! Vamos a hacerle navegar! Con un papel de peri dico hicieron un barquito, y, embarcando en l, al soldado, lo pusieron en el arroyo; el barquichuelo fue arrastrado por la corriente, y los chiquillos segu an detr s de l dando palmadas de contento. Dios nos proteja! y qu olas, y qu corriente! No pod a ser de otro modo, con el diluvio que hab a ca do. El bote de papel no cesaba de tropezar y tambalearse, girando a veces tan bruscamente, que el soldado por poco se marea; sin embargo, continuaba impert rrito, sin pesta ear, mirando siempre de frente y siempre arma al hombro. 6 De pronto, el bote entr bajo un puente del arroyo; aquello estaba oscuro como en su caja.

7 D nde ir a parar? pensaba . De todo esto tiene la culpa el duende. Ay, si al menos aquella muchachita estuviese conmigo en el bote! Poco me importar a esta oscuridad! . De repente sali una gran rata de agua que viv a debajo el puente. Alto! grit . A ver, tu pasaporte! Pero el soldado de plomo no respondi ; nicamente oprimi con m s fuerza el fusil. La barquilla sigui su camino, y la rata tras ella. Uf! C mo rechinaba los dientes y gritaba a las virutas y las pajas: Detenedlo, detenedlo! No ha pagado peaje! No ha mostrado el pasaporte! La corriente se volv a cada vez m s impetuosa. El soldado ve a ya la luz del sol al extremo del t nel. 7 Pero entonces percibi un estruendo capaz de infundir terror al m s valiente.

8 Imaginad que, en el punto donde terminaba el puente, el arroyo se precipitaba en un gran canal. Para l, aquello resultaba tan peligroso como lo ser a para nosotros el caer por una alta catarata. Estaba ya tan cerca de ella, que era imposible evitarla. El barquito sali disparado, pero nuestro pobre soldadito segu a tan firme como le era posible. Nadie pod a decir que hab a pesta eado siquiera! La barquita describi dos o tres vueltas sobre s misma con un ruido sordo, inund ndose hasta el borde; iba a zozobrar. Al soldado le llegaba el agua al cuello. La barca se hund a por momentos, y el papel se deshac a; el agua cubr a ya la cabeza del soldado, que, en aquel momento se acord de la linda bailarina, y cuyo rostro nunca volver a a contemplar.

9 Le pareci que le dec an al o do: Adi s, adi s, guerrero! Tienes que sufrir la muerte! . 8 Se desgarr entonces el papel, y el soldado se fue al fondo, pero en el mismo momento se lo trag un gran pez. All s se estaba oscuro! Peor a n que bajo el puente del arroyo; y, adem s, tan estrecho! Pero el soldado segu a firme, tendido cuan largo era, sin soltar el fusil. El pez continu sus evoluciones y horribles movimientos, hasta que, por fin, se qued quieto, y en su interior penetr un rayo de luz. De pronto se hizo una gran claridad, y alguien exclam : El soldado de plomo ! El pez hab a sido pescado, llevado al mercado y vendido; y, ahora estaba en la cocina, donde la cocinera lo abr a con un gran cuchillo.

10 Cogiendo por el cuerpo con dos dedos el soldadito , lo llev a la sala, pues todos quer an ver aquel personaje extra o salido del est mago del pez; pero el soldado de plomo no se sent a nada orgulloso. Lo pusieron de pie sobre la 9 mesa y qu cosas m s raras ocurren a veces en el mundo! se encontr en el mismo cuarto de antes, con los mismos ni os y los mismos juguetes sobre la mesa, sin que faltase el soberbio palacio y la linda bailarina, siempre sosteni ndose sobre la punta del pie y con la otra pierna al aire. Aquello conmovi a nuestro soldado, y estuvo a punto de llorar l grimas de plomo . Pero habr a sido poco digno de l. La mir sin decir palabra. En stas, uno de los chiquillos, cogiendo al soldado, lo tir a la chimenea, sin motivo alguno; seguramente la culpa la tuvo el duende de la tabaquera.


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