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El signo de los cuatro - ILCE

0 El signo de los cuatro Sir Arthur Conan Doyle ( 1859- 1930) 1 El signo de los cuatro I. La ciencia de la deducci II. La exposici n del III. En busca de una soluci IV. La historia del hombre V. La tragedia de Pondicherry VI. Sherlock Holmes hace una demostraci VII. El episodio del VIII. Los agentes irregulares de Baker IX. Se completa la X. El fin del isle XI. El gran tesoro de XII. La extra a historia de Jonathan 2 EL signo DE LOS cuatro Sir Arthur Conan Doyle La ciencia de la deducci n Sherlock Holmes extrajo un frasco de un anaquel y la jeringa hipod rmica de su estuche.

El asunto que me consultó fue el de un testamento, y presentaba algunasfases interesantes; le fui útil haciéndole conocer dos casos semejantes: uno, acontecido en Riga en 1857 y, el otro, en Saint Louis en 1871. Por ellos encontró la verdadera solución. Aquí tengo una carta suya que

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1 0 El signo de los cuatro Sir Arthur Conan Doyle ( 1859- 1930) 1 El signo de los cuatro I. La ciencia de la deducci II. La exposici n del III. En busca de una soluci IV. La historia del hombre V. La tragedia de Pondicherry VI. Sherlock Holmes hace una demostraci VII. El episodio del VIII. Los agentes irregulares de Baker IX. Se completa la X. El fin del isle XI. El gran tesoro de XII. La extra a historia de Jonathan 2 EL signo DE LOS cuatro Sir Arthur Conan Doyle La ciencia de la deducci n Sherlock Holmes extrajo un frasco de un anaquel y la jeringa hipod rmica de su estuche.

2 Con sus dedos largos, blancos y nerviosos, ajust la delicada aguja y se enroll la manga izquierda de su camisa. Durante un momento sus ojos se apoyaron pensativamente en su brazo nervudo, lleno de manchas y con innumerables cicatrices, causadas por las frecuentes inyecciones. Finalmente se introdujo la aguja delgada, presion el peque o pist n, se la sac , y se dej caer en un sill n forrado de terciopelo, con un profundo suspiro de satisfacci n. Tres veces al d a, durante muchos meses, hab a sido yo testigo de este espect culo, pero, a pesar de ello, no me resignaba a seguir vi ndolo.

3 Por el contrario, d a con d a me sent a m s irritado a su vista. El remordimiento me quitaba el sue o al pensar que me faltaba valor suficiente para protestar. Una y otra vez me hab a prometido abordar aquel tema escabroso, pero hab a algo en el aire fr o y tranquilo de mi compa ero, que me imped a decidirme a hacerlo. Sus facultades casi adivinatorias, su disciplina mental y sus 3 cualidades extraordinarias, me inhib an y me hac an sentir inferior y torpe. Sin embargo, aquella tarde, sea a causa del vino que hab a tomado en el almuerzo, o a la exasperaci n que me produjo su actitud exageradamente deliberada, sent que no pod a resistir m s tiempo.

4 Qu es ahora? pregunt . Morfina o coca na? Levant los ojos l nguidamente del viejo volumen recubierto de negro que hab a abierto. Es coca na me dijo , una soluci n al 7 por ciento. Quiere usted probarla? No, gracias contest con brusquedad . A n no me repongo por completo de la campa a de Afganist n. No puedo darme el lujo de dar a mi constituci n una nueva carga. Sonri de mi tono vehemente. Quiz tenga raz n, Watson dijo . Supongo que la coca na es perjudicial. Sin embargo, la he encontrado tan estimulante y ben fica para la mente, que su acci n secundaria carece de importancia para m.

5 Pero, considere usted las consecuencias! Dije con pesar . Calcule lo que va a costarle a la larga! Su cerebro puede ser despertado y excitado como usted dice, pero mediante un proceso patol gico y morboso, que entra a un creciente cambio de los tejidos y puede producir una debilidad mental permanente. Usted sabe, tambi n, la reacci n terrible 4 que sucede a los momentos de excitaci n. No creo que stos valgan la pena. Por qu arriesga por un simple placer pasajero la p rdida de las grandes facultades con que fue usted dotado? Recuerde que no le hablo s lo como amigo, sino como m dico que se siente hasta cierto punto responsable de su salud.

6 No pareci ofenderse por mis palabras. Por el contrario, uni las puntas de sus dedos y apoy los codos en los brazos del sill n, como quien se dispone a enfrascarse, de buena gana, en una larga y agradable conversaci n. Mi mente dijo se rebela a estar ociosa. Deme problemas, deme trabajo, deme el m s complicado de los criptogramas, o el an lisis m s intrincado, y me sentir en mi atm sfera natural. Entonces puedo pas rmela sin estimulantes artificiales. Pero aborrezco la rutina mon tona de la existencia. Tengo hambre de exaltaci n mental.

7 Por eso he escogido esta profesi n o m s bien, la he porque soy el nico en el mundo que la practica. El nico detective que no pertenece a la polic a? El nico detective que no s lo no pertenece a la polic a sino que adem s es detective consultor me contest . Yo soy la ltima y m s alta corte de apelaciones en la materia. Cuando Gregson, o Lestrade, o Athelney fracasan, lo cual, dicho sea de paso, les sucede casi siempre, me someten el asunto a m . Entonces yo, en mi calidad de perito, examino los datos, y emito mi opini n de especialista, sin siquiera pedir que se reconozca mi intervenci n en el asunto; mi nombre no figura en ning n peri dico.

8 La obra en s misma, el placer de encontrar 5 un terreno propicio donde ejercitar mis facultades, constituyen mi mayor premio; usted me ha visto operar en el caso de Jefferson Hope. S , cierto exclam con entusiasmo . Nada en la vida me ha llamado tanto la atenci n, y no he podido menos que referir el asunto en un folleto que publiqu con el t tulo de Estudio en escarlata. Mi amigo movi tristemente la cabeza. He hojeado el folleto dijo , y, francamente, no puedo felicitarlo. El detectivismo es, o deber a ser, una ciencia exacta, y hay que ocuparse de ella con la frialdad y ausencia de emociones con que se tratan las ciencias exactas; usted ha intentado darle un tinte de romanticismo, lo que equivale a mezclar una historia de amor o una fuga de enamorados con la quinta proposici n de Euclides.

9 Pero en el hecho hab a una novela observ y no pod a desfigurar lo sucedido. Hay hechos que deben ser suprimidos o, por lo menos, reducidos a proporciones justas al referirlos. Lo nico del asunto que merec a ser mencionado era el curioso razonamiento anal tico de causas y efectos, con el que consegu descubrir el misterio. Esta cr tica de una obra que yo hab a escrito con el especial objeto de serle agradable a l mismo, me desagrad bastante; y confieso tambi n que me irritaba el ego smo con que parec a pretender que cada l nea de mi folleto estuviera dedicada 6 nicamente a sus propios y particulares actos.

10 En m s de una ocasi n, durante los a os que hac a viv amos en Baker Street, hab a tenido oportunidad de observar que, bajo las tranquilas y did cticas maneras de mi compa ero, se escond a una peque a dosis de vanidad. Con todo, no le contest nada, me sent , y me puse a frotar mi pierna herida. Una bala de Jezail me la hab a atravesado tiempo atr s, y aunque la herida no me imped a andar, los cambios de temperatura me causaban agudos dolores. Mi clientela se ha extendido ya hasta el continente repuso Holmes al cabo de un rato, llenando de tabaco su antigua pipa de palo de rosa.


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