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LA APOLOG A DE S CRATES. Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. ARGUMENTO. La apolog a puede dividirse en tres partes, cada una de las que tiene su objeto. En la primera parte , la que precede la deliberaci n de los jueces sobre la inocencia la culpabilidad del acu- sado , S crates responde en general todos los adversa- rios que le han ocasionado su manera de vivir lejos de los negocios p blicos y sus conversaciones de todos los dias en las plazas, en las encrucijadas y en los paseos de Ate- nas. S crates, se decia, es un hombre peligroso, que in- tenta penetrar los misterios del cielo y de la tierra, que tiene la ma a de hacer buena la peor causa, y que ense a p blicamente el secreto.

LA APOLOGÍA DE SÓCRATES. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871

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1 LA APOLOG A DE S CRATES. Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. ARGUMENTO. La apolog a puede dividirse en tres partes, cada una de las que tiene su objeto. En la primera parte , la que precede la deliberaci n de los jueces sobre la inocencia la culpabilidad del acu- sado , S crates responde en general todos los adversa- rios que le han ocasionado su manera de vivir lejos de los negocios p blicos y sus conversaciones de todos los dias en las plazas, en las encrucijadas y en los paseos de Ate- nas. S crates, se decia, es un hombre peligroso, que in- tenta penetrar los misterios del cielo y de la tierra, que tiene la ma a de hacer buena la peor causa, y que ense a p blicamente el secreto.

2 S crates responde que jam s se ha mezclado en las cosas divinas; que su ense- anza no era como la de los sofistas que exigian un salario, si bien sobre este ltimo punto no habia acusaci n. En fin, en apoyo de esta ense anza popular, esforz ndose en hacer ver los unos su falsa ciencia, y los otros su ig- norancia, invoca una misi n sagrada recibida del dios de Belfos. Era este el camino de congraciarse , teniendo en frente los resentimientos profundos que hacia mucho tiempo habia excitado su punzante iron a ? No; toda esta justificaci n, que elude los cargos m s bien que los re- chaza , s lo podia servir para aumentar la desconfianza de los jueces, prevenidos ya en su contra.

3 As es que su verdadero valor y su inter s aparecen por entero en la consecuencia moral, que S crates pro- cura deducir con tanta profundidad como iron a. Dice que Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. 44. ha conversado sucesivamente con los poetas , con los po- l ticos , con los artistas y con los oradores; es decir, con los hombres que pasan por los m s h biles y los m s sabios de todos; y como ha visto en los unos y en los otros, en medio de su exagerada pretensi n una sabidu- r a y una habilidad universales, igual incapacidad para justificarlos hasta en el dominio limitado de su respectivo arte, declara que sus ojos la sabidur a humana es bien poca cosa, m s bien , que no es nada si no se inspira en la nica verdadera sabidur a, que reside en Dios, y que s lo se revela al hombre por las luces de la raz n.

4 Pero los enemigos de S crates no se contentaron con ^acusaciones generales, y formularon, por boca de Melito, estas dos acusaciones concretas: primero, que corromp a . los j venes; segundo, que no cre a en los dioses del Estado y que los sustitu a con extravagancias demoniacas. Estos dos cargos se llamaban y apoyaban el uno al otro , por- que ten an por fundamento com n el crimen de ultraje . la religi n. Sobre el primer punto , S crates responde solamente que por su inter s personal no era f cil que corrompiera los j venes, porque los hombres deben esperar m s mal que bien de aquellos quienes da an. Su defensa sobre el segundo punto no es m s categ rica.

5 Porque, en lugar de probar Melito que cree en los dioses del Estado, S - crates cambia los t rminos de la acusaci n, y prueba que cree en los dioses, puesto que hace profesi n de creer en los demonios, |hijos de los dioses. Pero estos dioses son los de la rep blica? Sobre esto nada dice. Su arenga toma de repente un car cter de elevaci n y fuerza, cuando invocando su amor profundo la verdad y la energ a de su fe en la misi n de que se cree encar- gado, revela, delante d los jueces, el secreto de toda su vida. Si no ha vivido como los dem s atenienses; si no ha ejercido las funciones p blicas, no ha sido por capricho Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871.

6 45. ni por misantrop a. Obedec a resueltamente la voluntad de un Dios, que desde su juventud le estrechaba consa- grarse la educaci n moral de sus conciudadanos. As es que contra sus intereses m s caros, se ha visto , aunque voluntariamente, convertido en instrumento d cil de la Divinidad. Y no preve a las luchas y los odios que de- b a causarle semejante misi n? S ; pero estaba resuelto . sacrificar en su obsequio hasta la vida. Esta confianza admirable , que enlaza y domina el debate, hace ver cla- ramente que S crates cuidaba menos del resultado de su causa que del triunfo de sus doctrinas morales. En este ltimo discurso, que le es permitido, s lo ve la ocasi n de dar una suprema ense anza, la m s brillante y eficaz de todas.

7 Se nota, sin embargo, una gran oscuridad sobre la na- turaleza de ese demonio familiar, que S crates invoca tantas veces. Era en l la luz de la conciencia, singular- mente fortalecida y aclarada por la meditaci n y por una especie de exaltaci n m stica? No hay dificultad en creer- lo. Pero tambi n hay materia para suponer, fund ndose en algunos pasajes del Timeo y del Banquete, que S crates admit a, como todos los antiguos, la existencia de seres intermedios entre Dios y el hombre , cuya inmensa dis- tancia llenan mediante la diferencia de naturaleza, y ejercen en un ministerio an logo al de los ngeles en la teolog a cristiana. Los griegos los llamaban demonios, es decir, seres divinos.

8 Y era alguno de estos genios el que se hacia escuchar por S crates? Pi nsese de esto lo que se quiera, la duda no desvirt a en nada el efecto moral de las p ginas m s originales de la Apolog a. En la segunda parte, comprendida entre la primera decisi n de los jueces y su deliberaci n sobre la aplica- ci n de la pena, S crates, reconocido culpable, declar?, sin turbarse que se somete su condenaci n. Pero su firmeza parece convertirse en una especie de orgullo, que Plat n, Obras completas, edici n de Patricio de Azc rate, tomo 1, Madrid 1871. 46. debi herir los jueces, cuando rehusando ejercitar el derecho que le d bala ley para fijar por s mismo la pena, se cree dig-no de ser alimentado en el Prit neo expensas del Estado, que era la mayor recompensa que en Atenas se dispensaba un ciudadano.

9 Moralmente tuvo raz n;. pero bajo el punto de vista de la defensa, no puede ne- garse que esta actitud altanera debi aumentar el n mero de los votos que le condenaron mue te. Este era indudablemente el voto secreto del acusado, puesto que en la ltima parte de la Apolog a, una vez pronunciada la pena, dej ver una alegr a que no era figurada. Su demonio familiar le habia advertido el re- sultado que dar a el procedimiento, inspir ndole la idea de no defenderse, y su muerte era sus ojo -la suprema sanci n de sus doctrinas y el ltimo acto necesario de su destino. As es que la idea que desde aquel acto le pre- ocup m s, fu probar que miraba la muerte como un bien.

10 De dos cosas, una: la muerte es un anonadamiento absoluto, y entonces es una ventaja escapar por la insen- sibilidad todos los males de la vida , es el tr nsito de un lugar otro, y en este caso no es la mayor feli- cidad verse trasportado la mansi n d los justos?Esta despedida de la vida, llena de serenidad y de esperanza, deja tranquilo el pensamiento sobre la creencia consola- dora y sublime de la inmortalidad; creencia que una boca pagana jam s habia reconocido hasta entonces con pala- bras tan terminantes. Ella implica ciertamente la distin- ci n absoluta del alma y del cuerpo y la espiritualidad del alma. ' Aqu se ve que la Apolog a de S crates, si bien est.


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