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Sigmund Freud - ataun.net

Sigmund FreudLo inconscienteObra reproducida sin responsabilidad editorialAdvertencia de Luarna EdicionesEste es un libro de dominio p blico en tantoque los derechos de autor, seg n la legislaci nespa ola han lo presenta aqu como un obsequio asus clientes, dejando claro que:1)La edici n no est supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del )Luarna s lo ha adaptado la obra paraque pueda ser f cilmente visible en loshabituales readers de seis )A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Justificaci n de lo inconsciente Desde muy diversos sectores se nos hadiscutido el derecho de aceptar la existencia deun psiquismo inconsciente y de laborar cient fi-camente con esta hip tesis. Contra esta opini npodemos arg ir, que la hip tesis de la existen-cia de lo inconsciente es necesaria y leg tima, yadem s, que poseemos m ltiples pruebas de suexactitud.

Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española han caducado.

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1 Sigmund FreudLo inconscienteObra reproducida sin responsabilidad editorialAdvertencia de Luarna EdicionesEste es un libro de dominio p blico en tantoque los derechos de autor, seg n la legislaci nespa ola han lo presenta aqu como un obsequio asus clientes, dejando claro que:1)La edici n no est supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del )Luarna s lo ha adaptado la obra paraque pueda ser f cilmente visible en loshabituales readers de seis )A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Justificaci n de lo inconsciente Desde muy diversos sectores se nos hadiscutido el derecho de aceptar la existencia deun psiquismo inconsciente y de laborar cient fi-camente con esta hip tesis. Contra esta opini npodemos arg ir, que la hip tesis de la existen-cia de lo inconsciente es necesaria y leg tima, yadem s, que poseemos m ltiples pruebas de suexactitud.

2 Es necesaria, porque los datos de laconciencia son altamente incompletos. Tanto enlos sanos como en los enfermos, surgen confrecuencia, actos ps quicos, cuya explicaci npresupone otros de los que la conciencia no nosofrece testimonio alguno. Actos de este g neroson, no s lo los fallos y los sue os de los indi-viduos sanos, sino tambi n todos aquellos quecalificamos de s ntomas y de fen menos obse-sivos en los enfermos. Nuestra cotidiana experiencia personalnos muestra ocurrencias, cuyo origen descono-cemos, y resultados de procesos mentales, cuyaelaboraci n ignoramos. Todos estos actos cons-cientes resultar n faltos de sentido y coherenciasi mantenemos la teor a de que la totalidad denuestros actos ps quicos ha de sernos dada aconocer por nuestra conciencia y, en cambio,quedar n ordenados dentro de un conjuntocoherente e inteligible si interpolamos entreellos los actos inconscientes, deducidos.

3 Estaadquisici n de sentido y coherencia constituye,de por s , motivo justificado para traspasar losl mites de la experiencia directa. Y si luegocomprobamos, que tomando como base la exis-tencia de un psiquismo inconsciente podemosestructurar una actividad eficac sima, por me-dio de la cual influ mos adecuadamente sobreel curso de los procesos conscientes, tendremosuna prueba irrebatible de la exactitud de nues-tra hip tesis. Habremos de situarnos, entonces,en el punto de vista de que no es sino una pre-tensi n insostenible el exigir que todo lo quesucede en lo ps quico haya de ser conocido a laconciencia. Tambi n podemos aducir, en apoyo dela existencia de un estado ps quico inconscien-te, el hecho de que la conciencia s lo integra enun momento dado, un limitado contenido, demanera que la mayor parte de aquello que de-nominamos conocimiento consciente tiene quehallarse, de todos modos, durante extensosper odos, en estado de latencia, vale decir, enun estado de inconsciencia ps quica.

4 La nega-ci n de lo inconsciente resulta incomprensibleen cuanto volvemos la vista a todos nuestrosrecuerdos latentes. Se nos opondr aqu la obje-ci n de que estos recuerdos latentes no puedenser considerados como ps quicos, sino que co-rresponden a restos de procesos som ticos, delos cuales puede volver a surgir lo ps quico. Noes dif cil arg ir a esta objeci n, que el recuerdolatente es, por lo contrario, un indudable resi-duo de un proceso ps quico. Pero es a n m simportante darse cuenta de que la objeci n dis-cutida reposa en una asimilaci n de lo cons-ciente a lo ps quico. Y esta asimilaci n es, o unapetici n de principio, que no deja lugar a lainterrogaci n de si todo lo ps quico tiene tam-bi n que ser consciente, o una pura convenci este ltimo caso resulta, como toda conven-ci n, irrebatible, y s lo nos preguntamos si re-sulta en realidad tan til y adecuada, quehayamos de agregarnos a ella.

5 Pero podemosafirmar, que la equiparaci n de lo ps quico conlo consciente es por completo inadecuada. Des-truye las continuidades ps quicas, nos sume enlas insolubles dificultades del paralelismo psi-cof sico, sucumbe al reproche de exagerar sinfundamento alguno la misi n de la conciencia,y nos obliga a abandonar prematuramente elterreno de la investigaci n psicol gica, sin ofre-cernos compensaci n ninguna en otros secto-res. Por otra parte, es evidente que la discu-si n de si hemos de considerar como estadosan micos inconscientes o como estados f sicoslos estados latentes de la vida an mica, amena-za convertirse en una mera cuesti n de pala-bras. As , pues, es aconsejable situar en primert rmino aquello que de la naturaleza de talesestados nos es seguramente conocido.

6 Ahorabien los caracteres f sicos de estos estados nosson totalmente inaccesibles; ninguna represen-taci n fisiol gica ni ning n proceso qu micopueden darnos una idea de su esencia. En cam-bio, es indudable que representan amplio con-tacto con los procesos an micos cierta elaboraci n permite incluso trans-formarnos en tales procesos o sustituirlos porellos y pueden ser descritos por medio de todaslas categor as que aplicamos a los actos ps qui-cos conscientes tales como representaciones,tendencias, decisiones, etc. De muchos de estosestados podemos incluso decir, que s lo la au-sencia de la conciencia los distingue de losconscientes. No vacilaremos, pues, en conside-rarlos como objetos de la investigaci n psicol -gica, ntimamente relacionados con los actosps quicos conscientes.

7 La tenaz negativa a admitir el car cterps quico de los actos an micos latentes se expli-ca por el hecho de que la mayor a de los fen -menos de referencia no han sido objeto de es-tudio fuera del psicoan lisis. Aquellos que des-conociendo los hechos patol gicos, considerancomo casualidad los actos fallidos y se agregana la antigua opini n de que los sue os sonvana espuma , no necesitan ya sino pasar poralto algunos enigmas de la psicolog a de la con-ciencia, para poder ahorrarse el reconocimientode una actividad ps quica s, los experimentos hipn ticos, y espe-cialmente la sugesti n posthipn tica, demostra-ron ya, antes del nacimiento del psicoan lisis,la existencia y la actuaci n de lo an mico in-consciente. La aceptaci n de lo inconsciente esadem s perfectamente leg tima, en tanto encuanto al establecerla no nos hemos separadoun pice de nuestro m todo deductivo, queconsideramos correcto.

8 La conciencia no ofreceal individuo m s que el conocimiento de suspropios estados an micos. La afirmaci n de quetambi n los dem s hombres poseen una con-ciencia es una conclusi n que deducimos peranalogiam , bas ndonos en sus actos y mani-festaciones perceptibles y con el fin de hacernoscomprensible su conducta. (M s exacto, psi-col gicamente, ser decir que atribuimos a losdem s, sin necesidad de una reflexi n especial,nuestra propia constituci n, y, por lo tanto,tambi n nuestra conciencia, y que esta identifi-caci n es la premisa de nuestra comprensi n.)Esta conclusi n -o esta identificaci n- hubo deextenderse antiguamente desde el Yo, no s lo alos dem s hombres, sino tambi n a los anima-les, plantas, objetos inanimados y al mundo engeneral, y result utilizable mientras la analog- a con el Yo individual fue suficientemente am-plia, dejando luego de ser adecuada conforme lo dem s fue separ ndose del Yo.

9 Nuestracr tica actual duda en lo que respecta a la con-ciencia de los animales, la niega a las plantas yrelega al misticismo la hip tesis de una con-ciencia de lo inanimado. Pero tambi n all don-de la tendencia originaria a la identificaci n haresistido el examen cr tico, esto es, en nuestrossemejantes, la aceptaci n de una concienciareposa en una deducci n y no en una irrebati-ble experiencia directa como la de nuestro pro-pio psiquismo consciente. El psicoan lisis no exige sino que apli-quemos tambi n este procedimiento deductivoa nuestra propia persona, labor en cuya realiza-ci n no nos auxilia, ciertamente, tendenciaconstitucional alguna. Procediendo as , hemosde convenir en que todos los actos y manifesta-ciones que en nosotros advertimos, sin que se-pamos enlazarlos con el resto de nuestra vidaactiva, han de ser considerados como si perte-necieran a otra persona y deben ser explicadospor una vida an mica a ella atribuida.

10 La expe-riencia muestra tambi n que, cuando se trata deotras personas, sabemos interpretar muy bien,esto es, incluir en la coherencia an mica, aque-llos mismos actos a los que negamos el recono-cimiento ps quico cuando se trata de nosotrosmismos. La investigaci n es desviada, pues, dela propia persona, por un obst culo especial,que impide su exacto conocimiento. Este procedimiento deductivo aplicadono sin cierta resistencia interna, a nuestra pro-pia persona, no nos lleva al descubrimiento deun psiquismo inconsciente sino a la hip tesisde una segunda conciencia reunida en noso-tros, a la que nos es conocida. Pero contra estahip tesis hallamos en seguida justificad simasobjeciones. En primer lugar, una conciencia dela que nada sabe el propio sujeto, es algo muydistinto de una conciencia ajena, y ni siquieraparece indicado entrar a discutirla, ya que care-ce del principal car cter de tal.


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