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El primer hombre Comentario [LT1] - web.seducoahuila.gob.mx

Comentario [LT1]: El primer hombre Albert Camus T tulo original: Le premier homme ALBERT CAMUS. Naci en Argelia en 1913, en una paup rrima familia de emigrantes. Con gran dificultad realiz sus estudios primarios y de magisterio. Tras trabajar un tiempo como redactor en un diario argelino, se traslada a Par s. Muy pronto se sinti comprometido con los acontecimientos hist ricos que conmovieron Europa antes y despu s de la segunda guerra mundial. Periodista combativo, disidente de todas las ortodoxias de su tiempo, polemista incansable, escribi libros tan fundamentales en nuestra cultura como La peste, El extranjero, El mito de S sifo o Cal gula, por los que recibi , en 1957, el Premio Nobel de Literatura. Falleci prematuramente en 1960, en un accidente de circulaci n, poco despu s de declarar a un periodista: Mi obra a n no ha empezado.

El primer hombre Albert Camus Página 3 de 125 I Búsqueda del padre Intercesora: Vda. Camus A ti, que nunca podrás leer este libro a En lo alto, sobre la carreta que …

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1 Comentario [LT1]: El primer hombre Albert Camus T tulo original: Le premier homme ALBERT CAMUS. Naci en Argelia en 1913, en una paup rrima familia de emigrantes. Con gran dificultad realiz sus estudios primarios y de magisterio. Tras trabajar un tiempo como redactor en un diario argelino, se traslada a Par s. Muy pronto se sinti comprometido con los acontecimientos hist ricos que conmovieron Europa antes y despu s de la segunda guerra mundial. Periodista combativo, disidente de todas las ortodoxias de su tiempo, polemista incansable, escribi libros tan fundamentales en nuestra cultura como La peste, El extranjero, El mito de S sifo o Cal gula, por los que recibi , en 1957, el Premio Nobel de Literatura. Falleci prematuramente en 1960, en un accidente de circulaci n, poco despu s de declarar a un periodista: Mi obra a n no ha empezado.

2 El primer hombre es una novela p stuma, en la que trabajaba Camus cuando le sorprendi la muerte. El manuscrito fue encontrado en una bolsa entre los restos del veh culo. Permaneci in dito hasta la primavera de 1994. De Camus hemos publicado tambi n las Cartas a un amigo alem n (Marginales 141). NOTA DE LA EDICI N FRANCESA. Publicamos hoy El primer hombre . Se trata de la obra en la que trabajaba Albert Camus en el momento de su muerte. El manuscrito fue hallado en su cartera el 4 de enero de 1960. Se compone de 144 p ginas escritas al correr de la pluma, a veces sin puntos ni comas, de escritura r pida, dif cil de descifrar, nunca corregida (v anse los facs miles en las p ginas 12, 49, 101 y 215). Hemos establecido el presente texto a partir del manuscrito y de una primera copia dactilogr fica hecha por Francine Camus. Para la buena comprensi n del relato se ha El primer hombre Albert Camus restablecido la puntuaci n.

3 Las palabras de lectura dudosa figuran entre corchetes. Las palabras o partes de frase que no se han podido descifrar se indican con un blanco entre corchetes. Al pie de p gina figuran, con un asterisco, las variantes escritas en superposici n;. con una letra, los a adidos al margen; con un n mero, las notas del editor. Aparecen en anexo las hojas (numeradas de I a V) que estaban, unas insertas en el manuscrito (hoja I antes del cap tulo 4, hoja II antes del cap tulo 6bis), las otras (III, IV y V). al final del manuscrito. El cuaderno titulado El primer hombre (Notas y proyectos) , peque a libreta de espiral y papel cuadriculado que permite al lector entrever el futuro desarrollo de la obra planeado por el autor, figura al final. Despu s de leer El primer hombre , se comprender que hayamos incluido tambi n en anexo la carta que Albert Camus envi a su maestro, Louis Germain, apenas recibido el Premio Nobel, as como la ltima carta que le dirigi Louis Germain.

4 Queremos agradecer aqu a Odette Diagne Cr ach, Roger Grenier y Robert Gallimard la ayuda que nos prestaron con amistad generosa y constante. Catherine Camus NOTA DE LA EDICI N ESPA OLA. En la traducci n espa ola hemos mantenido las peculiaridades del texto del manuscrito, puliendo algunas repeticiones y salvando las incorrecciones gramaticales o las erratas. Se han abierto los di logos seg n la tradici n editorial espa ola y s lo en algunos casos hemos agregado alguna nota explicativa al pie, que, con llamada num rica, se suma a las de la edici n francesa original. NOTA DE LA EDICION DIGITAL. No se incluyen los facs miles de p ginas manuscritas de Camus. En cuando a las notas a pie de p gina, se recogen en cursiva las variantes escritas en superposici n en el original manuscrito, y en negrita las correspondientes a notas de editores y traductora.

5 Las restantes, son las notas marginales del autor. P gina 2 de 125. El primer hombre Albert Camus I. B squeda del padre Intercesora: Vda. Camus A ti, que nunca podr s leer este libroa En lo alto, sobre la carreta que rodaba por un camino pedregoso, unas nubes grandes y espesas corr an hacia el este, en el crep sculo. Tres d as antes, se hab an hinchado sobre el Atl ntico, hab an esperado el viento del oeste y se hab an puesto en marcha, primero lentamente y despu s cada vez m s r pido, hab an sobrevolado las aguas fosforescentes del oto o encamin ndose directamente hacia el continente, deshilach ndoseb en las crestas marroqu es, rehaciendo sus reba os en las altas mesetas de Argelia, y ahora, al acercarse a la frontera tunecina, trataban de llegar al mar Tirreno para perderse en l. Despu s de una carrera de miles de kil metros por encima de esta suerte de isla inmensa, defendida al norte por el mar moviente y, al sur, por las olas inmovilizadas de las arenas, pasando por encima de esos pa ses sin nombre apenas m s r pido de lo que durante milenios hab an pasado los imperios y los pueblos, su impulso se extenuaba y algunas se fund an ya en grandes y escasas gotas de lluvia que empezaban a resonar en la capota de lona que cubr a a los cuatro pasajeros.

6 La carreta chirriaba en el camino bien trazado pero apenas apisonado. De vez en cuando, saltaba una chispa de la llanta de hierro o del casco de un caballo y un s lex golpeaba la madera de la carreta cuando no se hund a, con un ruido afelpado, en la tierra blanda de la cuneta. Sin embargo, los dos caballitos avanzaban regularmente, tropezando de tarde en tarde, echando el pecho hacia adelante para tirar de la pesada carreta cargada de muebles, dejando atr s incesantemente el camino con sus dos trotes diferentes. A veces uno de ellos expulsaba ruidosamente el aire por las narices y perd a el trote. Entonces el rabe que los guiaba hac a restallar de plano sobre el lomo las riendas gastadasc, y el animal retomaba valientemente su ritmo. El hombre que viajaba junto al conductor en la banqueta delantera, un franc s de unos treinta a os, de expresi n cerrada, miraba las dos grupas que se agitaban delante.

7 De buena estatura, achaparrado, la cara alargada, con una frente alta y cuadrada, la mand bula en rgica, los ojos claros, llevaba, pese a lo avanzado de la estaci n, una chaqueta de dril con tres botones, cerrada hasta el cuello, como se usaba en aquel tiempo, y una gorrad ligera sobre el pelo En el momento en que la lluvia empez a deslizarse sobre la capota, se volvi hacia el interior del veh culo: Todo bien? grit . En una segunda banqueta, encajada entre la primera y un amontonamiento de muebles y ba les viejos, una mujer pobremente vestida pero envuelta en un gran chal de lana gruesa, le sonri d bilmente. S , s dijo con un leve gesto de disculpa. Un ni o de cuatro a os dorm a apoyado en ella. La mujer ten a una cara suave y regular, un pelo de espa ola bien ondulado y negro, la nariz peque a, una bella y c lida mirada color casta o.

8 Pero hab a algo llamativo en esa cara. No era s lo una suerte de m scara que el cansancio o cualquier cosa por el estilo grabara en ese momento en sus rasgos, no, era m s bien un aire de ausencia y de dulce distracci n, como el que muestran perpetuamente a (a adir anonimato geol gico. Tierra y mar). b Solferino. c resquebrajadas por el uso. d o una especie de bomb n? e calzado con zapatones. P gina 3 de 125. El primer hombre Albert Camus algunos inocentes, pero que aqu asomaba fugazmente en la belleza de sus facciones. A la bondad tan evidente de la mirada se un a tambi n a veces un destello de temor irracional que se apagaba de inmediato. Con la palma de la mano estropeada ya por el trabajo y un poco nudosa en las articulaciones, daba unos golpecitos ligeros en la espalda de su marido: Todo bien, todo bien dec a. Y en seguida dejaba de sonre r para mirar, por debajo de la capota, el camino en el que ya empezaban a brillar los charcos.

9 El hombre se volvi hacia el rabe pl cido con su turbante de cordones amarillos, el cuerpo abultado por unos grandes calzones de fundillos amplios, ajustados por encima de la pantorrilla. Estamos muy lejos todav a? El rabe sonri bajo sus grandes bigotes blancos. Ocho kil metros m s y llegamos. El hombre se volvi , mir a su mujer sin sonre r pero atentamente. La mujer no hab a apartado la mirada del camino. Dame las riendas dijo el hombre . Como quieras dijo el rabe. Le tendi las riendas, el hombre pas por encima del rabe que se desliz hacia el lugar que el primero acababa de dejar. Con dos golpes de riendas, el hombre se adue de los caballos, que rectificaron el trote y de pronto avanzaron en l nea m s recta. Conoces a los caballos dijo el rabe. La respuesta lleg , breve, y sin que el hombre sonriera: S dijo. La luz hab a disminuido y de pronto se instal la noche.

10 El rabe descolg del gancho la linterna cuadrada que ten a a su derecha y volvi ndose hacia el fondo utiliz varios f sforos rudimentarios para encender la vela. Despu s volvi a colgar la linterna. La lluvia ca a ahora suave y regularmente, brillando a la d bil luz de la l mpara, y poblaba con un rumor leve la oscuridad total. De vez en cuando la carreta pasaba cerca de unos arbustos espinosos o de unos rboles bajos, d bilmente iluminados durante unos segundos. Pero el resto del tiempo, rodaba por un espacio vac o que las tinieblas hac an a n m s vasto. S lo los olores a hierbas quemadas o, de pronto, un fuerte olor a abono, hac an pensar que recorr an por momentos tierras cultivadas. La mujer habl detr s del conductor, que retuvo un poco los caballos y se ech hacia atr s. No hay nadie dijo la mujer. Tienes miedo? C mo? El hombre repiti su frase, pero esta vez gritando.


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