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ENSAYO SOBRE LA CEGUERA JOSÉ SARAMAGO - En …

_____ ENSAYO SOBRE LA CEGUERA JOS SARAMAGO _____ 2 Jos SARAMAGO (1922) - Es uno de los novelistas portugueses modernos m s conocidos y apreciados en el mundo entero. En Espa a la publicaci n en 1985 de El a o de la muerte de Ricardo Re s es el inicio de un xito que ha ido creciendo con cada novela. Otros t tulos importantes son: Manual de pintura y caligraf a (1977), Alzado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio seg n Jesucristo (1991). Vive actualmente -en Lanzarote, desde donde participa activamente en la vida cultural espa ola. Un hombre parado ante un sem foro en rojo se queda ciego s bitamente. Es el primer cas de una CEGUERA blanca que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendr n que enfrentarse con lo que existe de m s primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio.

2 José Saramago (1922) - Es uno de los novelistas portugueses modernos más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España la publicación en 1985 de

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1 _____ ENSAYO SOBRE LA CEGUERA JOS SARAMAGO _____ 2 Jos SARAMAGO (1922) - Es uno de los novelistas portugueses modernos m s conocidos y apreciados en el mundo entero. En Espa a la publicaci n en 1985 de El a o de la muerte de Ricardo Re s es el inicio de un xito que ha ido creciendo con cada novela. Otros t tulos importantes son: Manual de pintura y caligraf a (1977), Alzado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio seg n Jesucristo (1991). Vive actualmente -en Lanzarote, desde donde participa activamente en la vida cultural espa ola. Un hombre parado ante un sem foro en rojo se queda ciego s bitamente. Es el primer cas de una CEGUERA blanca que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendr n que enfrentarse con lo que existe de m s primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio.

2 ENSAYO SOBRE la CEGUERA es la ficci n de un autor que nos alerta SOBRE la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron . Jos SARAMAGO traza en este libro una imagen aterradora -y conmovedora- de los tiempos sombr os que estamos viviendo, a la vera de un nuevo milenio. En un mundo as , cabr alguna esperanza? El lector conocer una experiencia imaginativa nica. En un punto donde se cruzan literatura y sabidur a, Jos SARAMAGO nos obliga a parar, cerrar los ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, tambi n, una reflexi n SOBRE la tica del amor y la solidaridad. Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos , declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez el dese m s profundo del ser humano sea poder darse a s mismo, un d a, el nombre que le falta.

3 3 ENSAYO SOBRE LA CEGUERA 1995, Jos SARAMAGO y Editorial Caminho, , Lisboa. De la traducci n: Basilio Losada T tulo original: Ensaio SOBRE a Cegueira De la edici n espa ola: 1996, Santillana, Torrelaguna, 60-28043. Madrid ISBN: 84-204-2865-5 De esta edici n: 1998, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, de Av. Universidad 767, Col, del Valle M xico, 03100, Tel fono 688 8966 Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taunis, Alfaguara, de Calle 80 10-23. Bogot , Colombia. Santillana , Avda San Felipe 731. Lima. Editorial Santillana Av. R mulo Gallegos, Edif. Zulia ler. piso Boleita Nte. Caracas 1071. Venezuela. Editorial Santillana Inc. Box 5462 Hato Rey, Puerto Rico, 00919. Santillana Publishing Company Inc. 2043 N. W. 87 th Avenue Miami, Fl., 33172 USA. Ediciones Santillana (ROU) Javier de Viana 2350, Montevideo 11200, Uruguay. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, Beazley 3860, 1437.

4 Buenos Aires. Aguilar Chilena de Ediciones Ltda. Pedro de Valdivia 942. Santiago. Santillana de Costa Rica, Apdo. Postal 878-1150, San Jos 1671-2050 Costa Rica. Primera edici n en Alfaguara: abril de 1996 Primera edici n en M xico: abril de 1998 ISBN: 968-19-0454-0 Dise o: Proyecto de Enrie Satu Ilustraci n de cubierta: La par bola de los ciegos. Pieter Brueghel Foto: Jorge Aparicio Impreso en M xico A Pilar A mi hija Violante 4 Se ilumin el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la se al roja. en el indicador del paso de peatones apareci la silueta del hombre verde. La gente empez a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero as llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, manten an los coches en tensi n, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire.

5 Hab an terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los autom viles tard a n unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de sem foros existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulaci n, o embotellamientos, si queremos utilizar la expresi n com n. Al fin se encendi la se al verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirti que no todos hab an arrancado. El primero de la fila de en medio est parado, tendr un problema mec nico, se le habr soltado el cable del acelerador, o se le agarrot la palanca de la caja de velocidades, o una aver a en el sistema hidr ulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito el ctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no ser a la primera vez que esto ocurre.

6 El nuevo grupo de peatones que se est formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atr s tocan fren ticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al autom vil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que est dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, as es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego. Nadie lo dir a. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta n tido, luminoso, la escler tica blanca, compacta como porcelana. Los p rpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso que 5 cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia.

7 En un mo-vimiento r pido, lo que estaba a la vista desapareci tras los pu os cerrados del hombre, como si a n quisiera retener en el interior del cerebro la ltima imagen recogida, una luz roja, redonda, en un sem foro. Estoy ciego, estoy ciego, repet a con desesperaci n mientras le ayudaban a salir del coche, y las l grimas, al brotar, tornaron m s brillantes los ojos que l dec a que estaban muertos. Eso se pasa, ya ver , eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El sem foro hab a cambiado de color, algunos transe ntes curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, all atr s, que no sab an lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que cre an un accidente de tr fico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que justificara tanta confusi n. Llamen a la polic a, gritaban, saquen eso de ah.

8 El ciego imploraba, Por favor, que alguien me lleve a casa. La mujer que hab a hablado de nervios opin que deber an llamar a una ambulancia, llevar a aquel pobre hombre al hospital, pero el ciego dijo que no, que no quer a tanto, s lo quer a que lo acompa aran hasta la puerta de la casa donde viv a, Est ah al lado, me har an un gran favor, Y el coche, pregunt una voz. Otra voz respondi , La llave est ah , en su sitio, podemos aparcarlo en la acera. No es necesario, intervino una tercera voz, yo conducir el coche y llevo a este se or a su casa. Se oyeron murmullos de aprobaci n. El ciego not que lo agarraban por el brazo, Venga, venga conmigo, dec a la misma voz. Lo ayudaron a sentarse en el asiento de al lado del conductor, le abrocharon el cintur n de seguridad. No veo, no veo, murmuraba el hombre llorando, D game d nde vive, pidi el otro.

9 Por las ventanillas del coche acechaban caras voraces, golosas de la novedad. El ciego alz las manos ante los ojos, las movi , Nada, es como si estuviera en medio de una niebla espesa, es como si hubiera ca do en un mar de leche, Pero la CEGUERA no es as , dijo el otro, la CEGUERA dicen que es negra, Pues yo lo veo todo blanco, A lo mejor tiene raz n la mujer, ser cosa de nervios, los nervios son el diablo, Yo s muy bien lo que es esto, una desgracia, s , una desgracia, D game d nde vive, por favor, al mismo tiempo se oy que el motor se pon a en marcha. Balbuceando, como si la falta de visi n hubiera debilitado su memoria, el ciego dio una direcci n, luego dijo, No s c mo voy a agradec rselo, y el otro respondi , Nada, hombre, no tiene importancia, hoy por ti, ma ana por m , nadie sabe lo que le espera, Tiene raz n, qui n me iba a decir a m , cuando sal esta 6 ma ana de casa, que iba a ocurrirme una desgracia como sta.

10 Le sorprendi que continuaran parados, Por qu no avanzamos, pregunt , El sem foro est en rojo, respondi el otro, Ah, dijo el ciego, y empez de nuevo a llorar. A partir de ahora no sabr cu ndo el sem foro se pone en rojo. Tal como hab a dicho el ciego, su casa estaba cerca. Pero las aceras estaban todas ocupadas por coches aparcados, no encontraron sitio para estacionar el suyo, y se vieron obligados a buscar un espacio en una de las calles transversales. All , la acera era tan estrecha que la puerta del asiento del lado del conductor quedaba a poco m s de un palmo de la pared, y el ciego, para no pasar por la angustia de arrastrarse de un asiento al otro, con la palanca del cambio de velocidades y el volante dificultando sus movimientos, tuvo que salir primero. Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que se hund a el suelo bajo sus pies, intent contener la aflicci n que le agarrotaba la garganta.


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