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JCortazar Casa tomada - Sitio web de la Biblioteca de la URL.

Antolog a casa tomada .. Julio Cort zar El ahogado m s hermoso del mundo.. G. Garc a M rquez Informe sobre el planeta tres.. Arthur C. Clarke El d o de la tos .. Clar n Es que somos muy pobres.. Juan Rulfo Los ojos verdes .. G. A. B cquer El sue o del ciervo .. Cuento chino Sin t tulo .. Garc a M rquez El viaje .. Luis Mateo D az casa tomada Julio Cort zar Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la m s ventajosa liquidaci n de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba

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  Casa, Puertas, Tomadas, Puerta de, Casa tomada

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1 Antolog a casa tomada .. Julio Cort zar El ahogado m s hermoso del mundo.. G. Garc a M rquez Informe sobre el planeta tres.. Arthur C. Clarke El d o de la tos .. Clar n Es que somos muy pobres.. Juan Rulfo Los ojos verdes .. G. A. B cquer El sue o del ciervo .. Cuento chino Sin t tulo .. Garc a M rquez El viaje .. Luis Mateo D az casa tomada Julio Cort zar Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la m s ventajosa liquidaci n de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

2 Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa pod an vivir ocho personas sin estorbarse. Hac amos la limpieza por la ma ana, levant ndonos a las siete, y a eso de las once yo -le dejaba a Irene las ltimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorz bamos a mediod a, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y c mo nos bast bamos para mantenerla limpia.

3 A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dej casarnos. Irene rechaz dos pretendientes sin mayor motivo, a m se me muri Mar a Esther antes que lleg ramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta a os con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealog a asentada por los bisabuelos en nuestra casa . Nos morir amos all alg n d a, vagos y esquivos primos se quedar an con la casa y la echar an al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltear amos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

4 Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del d a tejiendo en el sof de su dormitorio. No s por qu tej a tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era as , tej a cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para m , ma anitas y chalecos para ella. A veces tej a un chaleco y despu s lo destej a en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el mont n de lana encrespada resisti ndose a perder su forma de algunas horas.

5 Los s bados iba yo al centro a comprarle lana; Irene ten a fe en mi gusto, se complac a con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librer as y preguntar vanamente si hab a novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qu hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pul ver est terminado no se puede repetirlo sin esc ndalo.

6 Un d a encontr el caj n de abajo de la c moda de alcanfor lleno de pa oletas blancas, verdes, lila, Estaban con naftalina, apiladas como en una mercer a; no tuve valor de preguntarle a Irene qu pensaba hacer con ellas. No necesit bamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entreten a el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a m se me iban las horas vi ndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos.

7 Era hermoso. C mo no acordarme de la distribuci n de la casa . El comedor, una sala con gobelinos, la Biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte m s retirada, la que mira hacia Rodr guez Pe a. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde hab a un ba o, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zagu n con may lica, y la puerta cancel daba al living.

8 De manera que uno entraba por el zagu n, abr a la cancel y pasaba al living; ten a a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conduc a a la parte m s retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y m s all empezaba el otro lado de la casa , o bien se pod a girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo m s estrecho que llevaba a la cocina y al ba o. Cuando la puerta estaba abierta advert a uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresi n de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo viv amos siempre en esta parte de la casa , casi nunca bamos m s all de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es incre ble c mo se junta tierra en los muebles.

9 Buenos Aires ser! una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una r faga se palpa el polvo en los m rmoles de las consolas y entre los rombo! de las carpetas de macram ; da trabajo sacarlo bien con plumero vuela y se suspende en el aire, un momento despu s se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordar siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias in tiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurri poner al fuego la pavita del mate.

10 Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornado puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuch algo en el comedor o la Biblioteca . El sonido ven a impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversaci n. Tambi n lo o , al mismo tiempo o un segundo despu s, en el fondo del pasillo que tra a desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tir contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerr de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y adem s corr el gran cerrojo para m s seguridad.


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