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LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS - Biblioteca

Julio Verne LA VUELTA AL MUNDO EN 80 D AS 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Julio Verne LA VUELTA AL MUNDO EN 80 D AS En el a o 1872, la casa n mero 7 de Saville Row, Burlington Gardens donde muri Sheridan en 1814 estaba habitada por Phileas Fogg, quien a pesar de que parec a haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atenci n, era uno de los miembros m s notables y singulares del Reform-Club de Londres. Por consiguiente, Phileas Fogg, personaje enigm -tico y del cual s lo se sab a que era un hombre muy galante y de los m s cumplidos gentlemen de la alta sociedad inglesa, suced a a uno de los m s grandes oradores que honran a Inglaterra. Dec ase que se daba un aire a lo Byron su cabe-za, se entiende, porque, en cuanto a los pies, no ten a defecto alguno , pero a un Byron de bigote y pasti-llas, a un Byron impasible, que hubiera vivido mil a os sin envejecer.

Julio Verne LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS En el año 1872, la casa número 7 de Saville˜Row, Burlington Gardens ˜˜donde murió Sheridan en 1814˜ estaba habitada por Phileas Fogg, quien a pesar de que parecía haber

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1 Julio Verne LA VUELTA AL MUNDO EN 80 D AS 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Julio Verne LA VUELTA AL MUNDO EN 80 D AS En el a o 1872, la casa n mero 7 de Saville Row, Burlington Gardens donde muri Sheridan en 1814 estaba habitada por Phileas Fogg, quien a pesar de que parec a haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atenci n, era uno de los miembros m s notables y singulares del Reform-Club de Londres. Por consiguiente, Phileas Fogg, personaje enigm -tico y del cual s lo se sab a que era un hombre muy galante y de los m s cumplidos gentlemen de la alta sociedad inglesa, suced a a uno de los m s grandes oradores que honran a Inglaterra. Dec ase que se daba un aire a lo Byron su cabe-za, se entiende, porque, en cuanto a los pies, no ten a defecto alguno , pero a un Byron de bigote y pasti-llas, a un Byron impasible, que hubiera vivido mil a os sin envejecer.

2 Phileas Fogg, era ingl s de pura cepa; pero quiz s no hab a nacido en Londres. Jam s se le hab a visto en la Bolsa ni en el Banco, ni en ninguno de los despa-chos mercantiles de la City. Ni las d rsenas ni los docks de Londres recibieron nunca un nav o cuyo armador fuese Phileas Fogg. Este gentleman no figu-raba en ning n comit de administraci n. Su nombre nunca se hab a o do en un colegio de abogados, ni de en Gray's Inn. Nunca inform en la Audiencia del canciller, ni en el Banco de la Reina, ni en el Echequer, ni en los Tribunales Eclesi sticos. No era ni industrial, ni negociante, ni mercader, ni agricultor. No formaba parte ni del Instituto Real de la Gran Breta a ni del Instituto de Londres, ni del Instituto de los Artistas, ni del Instituto Russel, ni del Instituto Literario del Oeste, ni del Instituto de Derecho, ni de ese Instituto de las Ciencias y las Artes Reunidas que est coloca-do bajo la protecci n de Su Graciosa Majestad. En fin, no pertenec a a ninguna de las numerosas Sociedades que pueblan la capital de Inglaterra, desde la Sociedad de la Arm nica hasta la Sociedad Entoniol gica, fun-dada principalmente con el fin de destruir los insectos nocivos.

3 Phileas Fogg era miembro del Reform Club, y nada m s. Al que hubiese extra ado que un gentleman tan misterioso alternase con los miembros de esta digna asociaci n, se le podr a haber respondido que entr en ella recomendado por los se ores Baring Hermanos. De aqu cierta reputaci n debida a la regularidad con que sus cheques eran pagados a la vista por el saldo de su cuenta corriente, invariablemente acreedor. Era rico Phileas Fogg? Indudablemente. C mo hab a realizado su fortuna, es lo que los mejor infor-mados no pod an decir, y para saberlo, el ltimo a quien conven a dirigirse era m ster Fogg. En todo caso, aun cuando no se prodigaba mucho, no era tam-poco avaro, porque en cualquier parte donde faltase auxilio para una cosa noble, til o generosa, sol a pres-tarlo con sigilo y hasta con el velo del an nimo. En suma, encontrar algo que fuese menos comuni-cativo que este gentleman, era cosa dif cil. Hablaba lo menos posible y parec a tanto m s misterioso cuanto m s silencioso era.

4 Llevaba su vida al d a; pero lo que hac a era siempre lo mismo, de tan matem tico modo, que la imaginaci n descontenta buscaba algo m s all . Hab a viajado? Era probable, porque pose a el inapamundi mejor que nadie. No hab a sitio, por ocul-to que pudiera hallarse del que no pareciese tener un especial conocimiento. A veces, pero siempre en pocas breves y claras palabras, rectificaba los mil pro-p sitos falsos que sol an circular en el club acerca de viajeros perdidos o extraviados, indicaba las probabi-lidades que ten an mayores visos de realidad y a menudo, sus palabras parec an haberse inspirado en una doble vista; de tal manera el suceso acababa siem-pre por justificarlas. Era un hombre que deb a haber viajado por todas partes, a lo menos, de memoria. Lo cierto era que desde hac a largos a os Phileas Fogg no hab a dejado Londres. Los que ten an el honor de conocerle m s a fondo que los dem s, atesti-guaban que excepci n hecha del camino diariamen-te recorrido por l desde su casa al club nadie pod a pretender haberio visto en otra parte.

5 Era su nico pasatiempo leer los peri dicos y jugar al whist. Sol a ganar a ese silencioso juego, tan apropiado a su natu-ral, pero sus beneficios nunca entraban en su bolsillo, que figuraban por una suma respetable en su presu-puesto de caridad. Por lo dem s bueno es consig-narlo , m ster Fogg, evidentemente jugaba por jugar, no por ganar. Para l, el juego era un combate, una lucha contra una dificultad; pero lucha sin movimien-to y sin fatigas, condiciones ambas que conven an mucho a su car cter. Nadie sab a que tuviese mujer ni hijos cosa que puede suceder a la persona m s decente del MUNDO , ni parientes ni amigos lo cual era en verdad algo m s extra o . Phileas Fogg viv a solo en su casa de Saville Row, donde nadie penetraba. Un criado nico le bastaba para su servicio. Almorzando y comiendo en el club a horas cronom tricamente determinadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jam s a ning n extra o, s lo volv a a su casa para acostarse a la media noche exacta, sin hacer uso en ninguna ocasi n de los c modos dormitorios que el Reform Club pone a dis-posici n de los miembros del c rculo.

6 De las veinti-cuatro horas del d a, pasaba diez en su casa, que dedi-caba al sue o o al tocador. Cuando paseaba, era invariablemente y con paso igual, por el vest bulo que ten a mosaicos de madera en el pavimento, o por la galer a circular coronada por una media naranja con vidrieras azules que sosten an veinte columnas j nicas de p rfido rosa, Cuando almorzaba o com a, las coci-nas, la reposter a, la despensa, la pescader a y la leche-r a del club eran las que con sus suculentas reservas prove an su mesa; los camareros del club, graves per-sonas vestidas de negro y calzados con zapatos de suela de fieltro, eran quienes le serv an en una vajilla especial y sobre admirables manteles de lienzo saj n; la cristaler a o molde perdido del club era la que con-ten a su sherry, su oporto o su clarete mezclado con canela, capilaria o cinamomo; en fin, el hielo del club hielo tra do de los lagos de Am rica a costa de gran-des desembolsos , conservaba sus bebidas en un satisfactorio estado de frialdad.

7 Si vivir en semejantes condiciones es lo que se llama ser exc ntrico, preciso es convenir que algo tiene de bueno la excentricidad. La casa en Saville Row, sin ser suntuosa, se reco-mendaba por su gran comodidad. Por lo dem s, con los h bitos invariables del inquilino, el servicio no era penoso. Sin embargo, Phileas Fogg exig a de su nico criado una regularidad y una puntualidad extraordina-rias. Aquel mismo d a, 2 de octubre, Phileas Fogg hab a despedido a James Foster, por el enorme delito de haberle llevado el agua para afeitarse a 84 grados Fahrenheit en vez de 85, y esperaba a su sucesor, que deb a presentarse entre once y once y media. Phileas Fogg, rectamente sentado en su butaca, los pies juntos como los de los soldados en formaci n, las manos sobre las rodillas, el cuerpo derecho, la cabeza erguida, ve a girar el minutero del reloj, complicado aparato que se alaba las horas, los minutos, los segun-dos, los d as y a os. Al dar las once y media, mister Fogg, seg n su costumbre diaria deb a salir de su casa para ir al Reform Club.

8 En aquel momento llamaron a la puerta de la habi-taci n que ocupaba Phileas Fogg. El despedido James Foster apareci y dijo: El nuevo criado. Un mozo de unos 30 a os se dej ver y salud . Sois franc s y os llam is John? Le pregunt Phileas Fogg. Juan, si el se or no lo lleva a mal respondi el reci n venido . Juan Picaporte, apodo que me ha quedado y que justificaba mi natural aptitud para salir de todo apuro, Creo ser honrado, aunque, a decir ver-dad, he tenido varios oficios. He sido cantor ambulan-te, he sido artista de circo donde daba el salto como Leotard y bailaba en la cuerda como Blond n; luego, al fin de hacer m s tiles mis servicios, he llegado a pro-fesor de gimnasia, y por ltimo, era sargento de bom-beros en Par s, y a n tengo en mi hoja de servicios algunos incendios notables. Pero hace cinco a os que he abandonado la Francia, y queriendo experimentar la vida dom stica soy ayuda de c mara en Inglaterra. Y hall ndome desacomodado y habiendo sabido que el se or Phileas Fogg era el hombre m s exacto y sedentario del Reino Unido, me he presentado en casa del se or, esperando vivir con tranquilidad y olvidar hasta el apodo de Picaporte.

9 Picaporte me conviene respondi el gentie-men . Me hab is sido recomendado. Tengo buenos informes sobre vuestra conducta. Conoc is mis con-diciones? S , se or. Bien. Qu hora ten is? Las once y veintid s respondi Picaporte, sacando de las profundidades del bolsillo de su chale-co un enorme reloj de plata. Vais atrasado. Perd neme el se or, pero es imposible. Vais cuatro minutos atrasado. No importa. Basta con hacer constar la diferencia. Conque desde este momento, las once y veintinueve de la ma ana, hoy mi rcoles 2 de octubre de 1872, entr is a mi servicio. Dicho esto, Phi leas Fogg se levant , tom su som-brero con la mano izquierda, lo coloc en su cabeza mediante un movimiento autom tico, y desapareci sin decir palabra. Picaporte oy por primera vez el ruido de la puer-ta que se cerraba; era su nuevo amo que sal a; luego, escuch por segunda vez el mismo ruido; era James Foster que se marchaba tambi n. Picaporte se qued solo en la casa de Saville-Row.

10 II A fe m a dec a para s Picaporte algo aturdi-do al principio , he conocido en casa de madame Tussaud personajes de tanta vida como mi nuevo amo. Conviene advertir que los personajes de madame Tussaud son unas figuras de cera muy visitadas, y a las cuales verdaderamente no les falta m s que hablar. Durante los cortos instantes en que pudo entrever a Phileas Fogg, Picaporte hab a examinado r pida pero cuidadosamente a su amo futuro. Era un hombre que pod a tener unos cuarenta a os, de figura noble y arrogante, alto de estatura, sin que lo afease cierta lige-ra obesidad, de pelo rubio, frente tersa y sin se al de arrugas en las sienes, rostro m s bien p lido que son-rosado, dentadura magn fica. Parec a poseer en el m s alto grado eso que los fisonomistas llaman "el reposo en la acci n" facultad com n a todos los que hacen m s trabajo que ruido. Sereno, flem tico, pura la mira-da, inm vil el p rpado, era el tipo acabado de esos ingleses de sangre fr a que suelen encontrarse a menu-do en el Reino Unido, y cuya actitud algo acad mica ha sido tan maravillosamente reproducida por el pincel de Ang lica Kauffmann.


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