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LA MUJER ROTA - actiweb.es

LLAA MMUUJJEERR RROOTTAA SSiimmoonnee ddee BBeeaauuvvooiirr T tulo original: L'Age de la discretion Monologue La femme rompue Traducci n de Dolores Sierra y Neus S nchez Revisi n de Sanjos -Carbajosa Dise o de la cubierta: Edhasa basado en una idea original de Mabel (Tribugr fica) Primera edici n en colecci n Diamante: abril de 2007 Simone de Beauvoir La MUJER rota 3 LA EDAD DE LA DISCRECI N Simone de Beauvoir La MUJER rota 4 Mi reloj est parado? No. Pero las agujas no dan la sensaci n de girar. No mirarlas. Pensar en otra cosa, en cualquier cosa: en este d a detr s de m , tranquilo y cotidiano, a pesar de la agitaci n de la espera.

Simone de Beauvoir La mujer rota 8 —Bueno, cuando el laboratorio cierre, dentro de cuatro o cinco días, te prometo un gran paseo en coche.

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1 LLAA MMUUJJEERR RROOTTAA SSiimmoonnee ddee BBeeaauuvvooiirr T tulo original: L'Age de la discretion Monologue La femme rompue Traducci n de Dolores Sierra y Neus S nchez Revisi n de Sanjos -Carbajosa Dise o de la cubierta: Edhasa basado en una idea original de Mabel (Tribugr fica) Primera edici n en colecci n Diamante: abril de 2007 Simone de Beauvoir La MUJER rota 3 LA EDAD DE LA DISCRECI N Simone de Beauvoir La MUJER rota 4 Mi reloj est parado? No. Pero las agujas no dan la sensaci n de girar. No mirarlas. Pensar en otra cosa, en cualquier cosa: en este d a detr s de m , tranquilo y cotidiano, a pesar de la agitaci n de la espera.

2 Enternecimiento al despertar. Andr estaba acurrucado en la cama, los ojos cubiertos con una venda, la mano apoyada en la pared, con gesto infantil, como si en la confusi n del sue o hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo. Me he sentado al borde de la cama, he apoyado la mano sobre su hombro. Se ha arrancado la venda, una sonrisa se ha dibujado sobre su rostro atolondrado. Son las ocho. He instalado en la biblioteca la bandeja del desayuno; he tomado un libro recibido la v spera y ya a medias hojeado. Qu fastidio todas esas cantinelas sobre la incomunicaci n!

3 Si uno quiere comunicarse, generalmente se logra. No con todo el mundo, ciertamente, pero s con dos o tres personas. A veces oculto a Andr caprichos, nostalgias, inquietudes menores; sin duda l tambi n tiene sus peque os secretos, pero a grandes rasgos no ignoramos nada el uno del otro. He servido en las tazas, t de China muy caliente, muy cargado. Lo hemos bebido revisando nuestro correo; el sol de julio entraba a raudales en el cuarto. Cu ntas veces nos hab amos sentado frente a frente ante esta mesita, delante de las tazas de t muy cargado, muy caliente? Y otra vez ma ana, dentro de un a o, dentro de diez a Ese instante ten a la dulzura de un recuerdo y la alegr a de una promesa.

4 Ten amos treinta a os, o sesenta? Los cabellos de Andr se han encanecido tempranamente: en otra poca, esa nieve que realzaba la frescura mate de su piel parec a una coqueter a. Sigue siendo una coqueter a. La piel se ha endurecido y agrietado, viejo cuero, pero la sonrisa de la boca y de los ojos ha conservado la luz. A pesar de los desmentidos del lbum de fotograf as, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy: mi mirada no le conoce edad. Una larga vida con risas, l grimas, c leras, abrazos, confesiones, silencios, impulsos, y a veces parece que el tiempo no hubiera pasado.

5 El porvenir todav a se extiende hasta el infinito. Se ha levantado: Buena suerte con el trabajo me ha dicho. T tambi n: buen trabajo. No ha contestado. En esa clase de b squeda, forzosamente hay per odos en Simone de Beauvoir La MUJER rota 5 los cuales no se adelanta; uno se resigna a eso con menos facilidad que antes. He abierto la ventana. Par s ol a a asfalto y a tormenta, abrumado por el pesado calor del verano. He seguido a Andr con la mirada. Es quiz durante esos instantes, cuando lo veo alejarse, cuando l para m existe con la m s trastornadora evidencia; la alta silueta se empeque ece, dibujando a cada paso el camino de su regreso; desaparece, la calle parece vac a pero en realidad se trata de un campo de fuerzas que lo conducir otra vez hacia m como a su sitio natural; esta certidumbre me conmueve a n m s que su presencia.

6 Me he quedado un largo rato en el balc n. Desde mi sexto piso descubro un gran pedazo de Par s, el vuelo de las palomas por encima de los techos de pizarra y esas falsas macetas que son chimeneas. Rojas o amarillas, las gr as (cinco, nueve, diez, cuento diez) obstruyen el cielo con sus brazos de hierro; a la derecha, mi mirada tropieza con una alta muralla perforada por peque os agujeros: un inmueble nuevo; descubro tambi n torres prism ticas, rascacielos recientemente edificados. Desde cu ndo el terrapl n del bulevar Edgar-Quinet se transform en un p rking?

7 La frescura de ese paisaje me salta a la vista, y sin embargo, no me acuerdo de haberlo visto distinto. Me gustar a contemplar uno al lado de otro los dos grabados: antes, despu s, y asombrarme de sus diferencias. Pero no. El mundo se crea bajo mis ojos en un eterno presente; me habit o tan r pidamente a sus rostros que no advierto que cambian. Sobre mi mesa, los ficheros, el papel blanco me invitaban a trabajar; pero las palabras que bailaban en mi cabeza me imped an concentrarme. Philippe estar aqu esta noche. Casi un mes de ausencia. He entrado en su habitaci n, donde todav a hab a libros, papeles, un viejo pul ver gris, un pijama violeta, este dormitorio que no me decido a transformar porque no tengo tiempo ni dinero, porque no quiero creer que Philippe haya dejado de pertenecerme.

8 He vuelto a la biblioteca impregnada por un gran ramo de rosas frescas e inocentes como lechugas. Me sent a sorprendida de que este apartamento jam s me hubiera parecido desierto. Nada faltaba. Miraba cari osamente los colores cidos y tiernos de los cojines diseminados sobre los divanes; las mu ecas polacas, los bandoleros eslovacos, los gallos portugueses ocupaban modosamente sus sitios. Philippe estar aqu .. Me he quedado desamparada. La tristeza puede llorarse. Pero la impaciencia de la alegr a no es f cil de conjurar. He decidido salir a respirar el olor del verano.

9 Un negro alto, vestido con un impermeable azul el ctrico y cubierto con un gorro gris, barr a indolentemente la acera: antes, era un argelino color gris oscuro. En el bulevar Edgar-Quinet me he unido al bullicio de las mujeres. Como ya casi no salgo por la ma ana, el mercado me parec a ex tico (tantos mercados por la ma ana, bajo tantos cielos). Una viejecita renqueaba de una carnicer a a otra con sus mechones tirados hacia atr s, apretando el asa de su bolsa vac a. En otros tiempos no me inquietaba por los ancianos; los tomaba por muertos cuyas piernas a n caminan; ahora los veo: hombres, mujeres, apenas un poco m s Simone de Beauvoir La MUJER rota 6 viejos que yo.

10 A sta ya la hab a observado el d a en que hab a pedido sobras para sus gatos al carnicero. Para sus gatos! dijo cuando ella sali . No tiene gato. Va a cocinarse uno de esos guisotes! Al carnicero le parec a divertido. Luego recoger a los desperdicios bajo las tablas de la carne antes de que el enorme negro hubiera barrido todo a la alcantarilla. Sobrevivir con ciento ochenta francos por mes: hay m s de un mill n en ese mismo caso; y otros tres millones apenas menos necesitados. He comprado frutas, flores, he callejeado. Jubilarse, suena un poco como ser tirado al canasto; la palabra me helaba.


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