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El llamado de la selva - Biblioteca

Jack London El llamado de la selva 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Jack London El llamado de la selva CAP TULO 1. HACIA EL HELADO NORTE. Viejos anhelos n madas se encienden, Debilitando la cadena de la costumbre;. Otra vez de un sue o milenario despierta la sangre feroz de los antepasados. Buck no le a los diarios, pues, si as fuera, se habr a enterado de que se preparaban dificultades, no s lo para l, sino tambi n para todos los perros de m sculos fuertes y largo pelaje, desde Puget Scound hasta San Diego. Porque los hombres, andando a tientas por la oscuridad rtica, hab an hallado un metal amarillo, y porque las compa as de vapores y de transportes agrandaban a n m s el hallazgo, miles de hombres se lanzaban hacia la tierra del norte. Esos hombres necesitaban perros de m sculos fuertes para el trabajo, y de espeso pelaje para que los protegiera del fr o.

pies del juez frente al alegre fuego de la biblioteca; llevaba a los nietos del anciano caballero sobre su lomo, o los hacía rodar por el césped, y cuidaba celosamente sus pasos en sus aventuras cerca de la fuente y aún más lejos, en el sitio donde se hallaban las dehesas y los plantíos de moras y frutillas.

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  Slave, Ebrso, Fuego, De la selva

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1 Jack London El llamado de la selva 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Jack London El llamado de la selva CAP TULO 1. HACIA EL HELADO NORTE. Viejos anhelos n madas se encienden, Debilitando la cadena de la costumbre;. Otra vez de un sue o milenario despierta la sangre feroz de los antepasados. Buck no le a los diarios, pues, si as fuera, se habr a enterado de que se preparaban dificultades, no s lo para l, sino tambi n para todos los perros de m sculos fuertes y largo pelaje, desde Puget Scound hasta San Diego. Porque los hombres, andando a tientas por la oscuridad rtica, hab an hallado un metal amarillo, y porque las compa as de vapores y de transportes agrandaban a n m s el hallazgo, miles de hombres se lanzaban hacia la tierra del norte. Esos hombres necesitaban perros de m sculos fuertes para el trabajo, y de espeso pelaje para que los protegiera del fr o.

2 Buck viv a en una amplia casa del soleado Valle de Santa Clara. Se llamaba la propiedad del juez Miller, y se elevaba a cierta distancia del camino, medio oculta entre los rboles, por entre los cuales pod a divisarse la amplia y fresca galer a que la rodeaba por los cuatro costados. Se llegaba a la mansi n por caminos de grava que serpenteaban a trav s de amplios parques y debajo de las ramas entrelazadas de los elevados lamos. En la parte trasera, la propiedad ten a dimensiones mucho m s espaciosas que en el frente. Hab a all enormes establos, en los que una docena de mozos de cuadra y de muchachos eran due os de todo, hileras de casitas cubiertas de enredaderas, e interminables y ordenadas filas de casetas de guardia, largas galer as cubiertas por el parral, verdes prados, huertas, y plant os de moras y frutillas. Adem s, estaba ubicada all la bomba para el pozo artesiano, y un amplio tanque de cemento en el que los hijos del juez Miller tomaban su ba o matutino y se aliviaban del calor de las tardes del verano.

3 Y en esa extensa propiedad gobernaba Buck. All hab a nacido, y all vivi los cuatro a os de su vida. Es cierto que hab a otros perros. Imposible que no los hubiera en una propiedad tan extensa, pero los otros no ten an importancia. Iban y ven an, ocupaban las populosas perreras, o viv an oscuramente en el interior de la casa, como Toots, el faldero japon s, o Isabel, la mejicana: criaturas extra as que raramente sacaban la nariz fuera de las puertas o posaban sus pies sobre el suelo. Por otra parte, estaban los fox-terriers, una veintena de ellos por lo menos, que ladraban amenazadoras promesas a Toots e Isabel cuando stos se asomaban a las ventanas protegidas por una legi n de mucamas armadas con escobas y estropajos. Pero Buck no era ni un perro de casa ni de perrera. Toda la propiedad era suya. Se zambull a en el tanque o sal a de caza con los hijos del juez; escoltaba a Mollie y Alice, las hijas del juez, en sus correr as nocturnas o matutinas; las noches ventosas se echaba a los pies del juez frente al alegre fuego de la Biblioteca ; llevaba a los nietos del anciano caballero sobre su lomo, o los hac a rodar por el c sped, y cuidaba celosamente sus pasos en sus aventuras cerca de la fuente y a n m s lejos, en el sitio donde se hallaban las dehesas y los plant os de moras y frutillas.

4 Entre los fox-terriers marchaba con paso majestuoso, e ignoraba por completo a Toots e Isabel, pues l era el rey: rey situado muy por encima de todas las cosas que se arrastraban, caminaban o volaban en la casa del juez Miller, incluyendo a los humanos. Su padre, Elmo, un enorme San Bernardo, hab a sido el inseparable compa ero del juez, y Buck segu a los pasos de su padre. No era tan corpulento s lo pesaba ciento cuarenta libras- pues su madre, Shep, hab a sido una perra de pastor escocesa. Sin embargo, las ciento cuarenta libras, a las que se agregaba la dignidad propia del buen vivir y del respeto universal, le capacitaban para comportarse de manera arist crata. Durante los cuatro a os transcurridos desde su nacimiento, vivi la vida de un arist crata;. estaba dotado de un fino orgullo de s mismo, era un poquit n ego sta, como suelen llegar a serlo los caballeros del campo debido a su posici n en la vida.

5 Pero se hab a salvado a s . mismo al no convertirse en un mimado perro casero. Caza y los otros placeres al aire libre le hab an mantenido libre de grasa y endurecieron sus m sculos; y para l la afici n al agua fue un t nico y un conservador de su salud. As era el perro Buck al llegar el oto o de 1897, poca en que el descubrimiento de oro en el Klondike impuls a los hombres de todo el mundo hacia el helado norte. Pero Buck no le a los diarios, y no sab a que Manuel, uno de los ayudantes del jardinero, era una amistad poco deseable. Manuel ten a un vicio: le gustaba jugar a la loter a china. Adem s, al jugar, era v ctima de una debilidad que lo arruinaba: fe en un sistema; y esto hizo segura su condenaci n. Pues para jugar de acuerdo a un sistema se necesita dinero, mientras que el salario del ayudante de un jardinero apenas si alcanza para cubrir las necesidades de una esposa y su numerosa progenie.

6 El juez hab a asistido a una reuni n de la Asociaci n de Plantadores, y los muchachos estaban ocupados organizando un club atl tico, durante la noche memorable de la traici n de Manuel. Nadie los vio a l y a Buck salir por la huerta, en lo que Buck imagin ser meramente un paseo. Y con la excepci n de un hombre solitario, nadie los vio llegar al apeadero del ferrocarril conocido con el nombre de College Park. Ese hombre convers con Manuel, y cierta cantidad de dinero cambi de mano. - Podr a envolver la mercader a antes de entregarla- gru o el desconocido, y Manuel coloco un trozo de gruesa cuerda en el cuello de Buck, por debajo del collar. - Tu rzala, y le har perder el aliento- dijo Manuel. El desconocido gru una afirmaci n. Buck hab a aceptado la cuerda con tranquila dignidad. Claro est que le llam la atenci n la forma de obrar de Manuel; pero hab a aprendido a confiar en los hombres que conoc a, y a darles cr dito por una sabidur a mayor que la de l.

7 Pero cuando el extremo de la cuerda fue colocada en manos del desconocido, gru en forma amenazadora. S lo insinu su desagrado, pues su orgullo le hacia creer que insinuar era ordenar. Pero, para su gran sorpresa, la cuerda se ajust alrededor de su cuello, cort ndole la respiraci n. Dominado por la furia, salt sobre el hombre, quien le sali al encuentro a mitad de camino, le asi por la garganta, y con una r pida torsi n de la cuerda le hizo caer al suelo. Luego, la cuerda se ajust con fuerza, mientras Buck luchaba furioso, con la lengua afuera y el enorme pecho subiendo y bajando in tilmente. Nunca lo hab an tratado tan vilmente en toda su vida, y nunca se hab a sentido tan furioso. Pero su fortaleza fue decreciendo, sus ojos se pusieron vidriosos, y no se dio cuenta cuando se detuvo el tren y los dos hombres lo arrojaron dentro del furg n de los equipajes. La primera sensaci n que experiment fue de que le dol a la lengua y de que viajaban en alguna especie de veh culo.

8 El agudo silbato de una locomotora le dijo bien a las claras donde se hallaba. Demasiado a menudo hab a viajado con el juez para no conocer la sensaci n de viajar en un furg n de equipajes. Abri los ojos y se reflej en ellos la ira incontenible del rey secuestrado. El hombre trat de asirle por la garganta, pero Buck fue m s r pido. Sus mand bulas se cerraron sobre la mano, y no soltaron su asidero hasta que perdi nuevamente el conocimiento a causa de la cuerda que le ajustaba el cuello. - S , le dan ataques dec a el hombre, ocultando su mano herida de los ojos del encargado del furg n, a quien atrajeron los sonidos de la lucha -. Lo llevo a San Francisco por encargo del patr n. Un veterinario de all cree que podr curarlo. Con respecto al viaje de esa noche, el hombre habl muy elocuentemente en un cobertizo levantado en la trasera de un despacho de bebidas del muelle de San Francisco. - Todo lo que gano son cincuenta refunfu y no volver a a hacerlo ni por mil d lares al contado rabioso Ten a la mano vendada con un pa uelo manchado de sangre, y la pernera derecha del pantal n estaba hecha tiras desde la rodilla hasta el tobillo.

9 - Cu nto gan el otro tipo? pregunt el tabernero. - Cien fue la respuesta -. No quiso venderlo ni por un centavo menos. - Con eso son ciento cincuenta calcul el tabernero -, y los vale, o soy un idiota. El secuestrador deshizo el sangriento vendaje y se mir la mano lacerada. - Si no me enfermo de hidrofobia . - Ser porque naciste para morir en la horca le interrumpi el tabernero con una risotada -. Ven, dame una mano antes de irte agreg . Aturdido y sufriendo un dolor intolerable en la garganta y la lengua, medio ahogado por la cuerda, Buck intent hacer frente a sus atormentadores; pero lo arrojaron al suelo y le apretaron la cuerda repetidas veces, hasta que lograron limar el pesado collar de bronce que ten a al cuello. Luego le quitaron la cuerda y lo arrojaron dentro de un esqueleto de madera parecido a una jaula. All descans durante el resto de esa larga noche, dominado por su ira y por su orgullo herido.

10 No pod a entender el significado de lo que ocurr a. Qu quer an de l esos desconocidos? Por qu lo ten an encerrado en esa reducida jaula? No sab a porqu , pero se sent a oprimido por el vago presentimiento de un desastre eminente. Varias veces durante la noche, se par de un salto cuando se abr a la puerta del cobertizo, esperando ver al juez, o por lo menos a sus hijos; pero todas las veces era la cara del tabernero la que lo observaba a la luz mortecina de una vela de sebo. Y cada vez que as ocurr a, el ladrido gozoso que asomaba a la garganta de Buck se convert a en un gru ido salvaje. Pero el tabernero lo dej tranquilo, y a la ma ana siguiente entraron cuatro hombres y cargaron con la jaula. M s torturadores, pens Buck, pues eran criaturas de aspecto repugnante, astrosos y harapientos; y les gru furiosamente por entre los barrotes. Ellos no hicieron m s que re r y molestarlo con palillos, a los que el perro as a con los dientes hasta que se dio cuenta de que eso era lo que los hombres quer an.


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