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EDMUNDO DE AMICIS CORAZ N 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales EDMUNDO DE AMICIS CORAZ N NDICE: OCTUBRE El primer d a de escuela Nuestro maestro Una desgracia El muchacho calabr s Mis compa eros Un rasgo generoso Mi maestra de la primera clase superior En una buhardilla La escuela El peque o patriota paduano NOVIEMBRE El deshollinador El d a de difuntos Mi amigo Garrone El carbonero y el se or La maestra de mi hermano Mi madre Mi compa ero Coretti El director Los soldados El protector de Nelli El primero de la clase El peque o vig a lombardo Los pobres DICIEMBRE El comerciante El presumido La primera nevada El alba ilito Una bola de nieve Las maestras En casa del herido El peque o escribiente florentino La voluntad Gratitud ENERO El maestro suplente La biblioteca de Stardi El hijo del herrero Una visita agradable Los funerales de V

EDMUNDO DE AMICIS CORAZÓN ÍNDICE: OCTUBRE El primer día de escuela Nuestro maestro Una desgracia El muchacho calabrés Mis compañeros Un rasgo generoso

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1 EDMUNDO DE AMICIS CORAZ N 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales EDMUNDO DE AMICIS CORAZ N NDICE: OCTUBRE El primer d a de escuela Nuestro maestro Una desgracia El muchacho calabr s Mis compa eros Un rasgo generoso Mi maestra de la primera clase superior En una buhardilla La escuela El peque o patriota paduano NOVIEMBRE El deshollinador El d a de difuntos Mi amigo Garrone El carbonero y el se or La maestra de mi hermano Mi madre Mi compa ero Coretti El director Los soldados El protector de Nelli El primero de la clase El peque o vig a lombardo Los pobres DICIEMBRE El comerciante El presumido La primera nevada El alba ilito Una bola de nieve Las maestras En casa del herido El peque o escribiente florentino La voluntad Gratitud ENERO El maestro suplente La biblioteca de Stardi El hijo del herrero Una visita agradable Los funerales de V

2 Ctor Manuel Franti expulsado de la escuela El tamborcillo sardo El amor a la patria Envidia La madre de Franti Esperanza FEBRERO Una medalla bien dada Buenos prop sitos El tren de juguete Soberbia Los heridos del trabajo El preso El peque o enfermero El taller El payasito El ltimo d a de Carnaval Los muchachos ciegos El maestro enfermo La calle MARZO Las clases nocturnas La lucha Los padres de los chicos El n mero 78 El chiquit n muerto La v spera del 14 de marzo Distribuci n de premios Litigio Mi hermana Sangre roma ola El alba ilito moribundo El conde de Cavour ABRIL Primavera El rey Humberto El asilo infantil En clase de gimnasia El maestro de mi padre Convalecencia Los amigos obreros La madre de Garrone Jos Mazzini Valor c vico MAYO Los ni os raqu ticos Sacrificio El incendio De los Apeninos a los Andes Verano Poes a La sordomuda JUNIO Garibaldi El ej rcito Italia Treinta y dos grados!

3 Mi padre En el campo La distribuci n de premios a los obreros Mi maestra muerta Gracias! Naufragio JULIO La ltima p gina de mi madre Los ex menes El ltimo examen Adi s! OCTUBRE EL PRIMER D A DE ESCUELA Lunes 17 Primer d a de clase! Se fueron como un sue o los tres meses de vacaciones pasados en el campo! Mi madre me llev esta ma ana a la secci n Baretti para inscribirme en la tercena elemental. Yo me acordaba del campo e iba de mala gana. Todas las calles que desembocan cerca de la escuela hormigueaban de muchachos; las dos librer as pr ximas estaban llenas de padres y madres que adquir an carteras, cuadernos, cartillas, plumas, l pices; en la puerta misma se api aba tanta gente que el bedel, auxiliado por los guardias municipales, tuvo que poner orden.

4 Al llegar a la puerta sent un golpecito en el hombro: volv la cara y era mi antiguo maestro de la segunda, jovial, simp tico, con su cabello rubio rizoso y encrespado, que me dijo: -Conque, nos separamos para siempre, Enrique? De sobra lo sab a yo; y, sin embargo, aquellas palabras me hicieron da o! Entramos, por fin, a empellones. Se oras, caballeros, mujeres del pueblo, obreros, oficiales, abuelas, criadas, todos con ni os de la mano y cargados con los libros y objetos antes mencionados, llenaban el vest bulo y las escaleras produciendo un rumor como el de la salida del teatro. Volv a ver con alegr a aquel gran zagu n del piso bajo, con las siete puertas de las siete clases, por el cual yo hab a pasado casi a diario durante tres a os. Las maestras de los p rvulos iban y ven an entre el gent o.

5 La que hab a sido mi profesora de la primera superior me salud diciendo: - Enrique, t vas este a o al piso principal, y ni siquiera te ver al entrar o salir! y me mir apenada. El director estaba rodeado de madres que le hablaban a la vez; pidiendo puesto para sus hijos; y por cierto que me pareci que ten a m s canas que el a o Encontr algunos chicos m s gordos y m s altos que cuando los dej ; abajo, donde ya cada cual estaba en su sitio, vi algunos peque ines resisti ndose a entrar en el aula y que se defend an como potrillos, encabrit ndose; pero a la fuerza los introduc an. Aun as , algunos se escapaban ya una vez sentados en los bancos, y otros, al ver que se marchaban sus padres, romp an a llorar, y era preciso que volvieran las mam s, con todo lo cual la profesora se desesperaba.

6 Mi hermanito se qued en la clase de la maestra Delcatti; a m me toc el maestro Perboni, en el piso primero. A las diez, cada cual estaba en su secci n; cincuenta y cuatro en la m a; s lo quince o diecis is eran antiguos condisc pulos m os de la segunda, entre ellos Derosi, que siempre sacaba el primer premio. Qu triste me pareci la escuela recordando los bosques y las monta as donde acababa de pasar el verano! Me acordaba tambi n ahora con nostalgia de mi antiguo maestro, tan bueno, que se re a tanto con nosotros; tan chiquit n que casi parec a un compa ero; y sent a no verlo all con su rubio cabello enmara ado. El profesor que ahora nos toca es alto, sin barba, con el cabello gris, es decir, con algunas canas, y tiene una arruga recta que parece cortarle la frente; su voz es ronca y nos mira a todos fijamente, uno despu s de otro, como si quisiera leer dentro de nosotros; no se r e nunca.

7 Yo dec a para m a: He aqu el primer d a. Nueve meses por delante! Cu ntos trabajos, cu ntos ex menes mensuales, cu ntas fatigas! . Sent a verdadera necesidad de volver al encuentro de mi madre, y al salir corr a besarle la mano. Ella me dijo: - nimo, Enrique! Estudiaremos juntos las lecciones. Y volv a casa contento. Pero no tengo el mismo maestro, aquel tan bueno, que siempre sonre a, y no me ha gustado tanto esta aula de la escuela como la anterior. NUESTRO MAESTRO Martes, 18. Desde esta ma ana, tambi n me gusta mi nuevo maestro. Durante la entrada, mientras l se instalaba en su sitio, se asomaban de vez en cuando a la puerta varios de sus disc pulos del a o anterior para saludarlo: -Buenos d as, se or Perboni. Buenos d as, se or maestro.

8 Algunos entraban, le tomaban la mano y escapaban. Se ve a que lo quer an mucho y que habr an deseado seguir con l. l les contestaba: -Buenos d as y les estrechaba la mano, pero sin mirar a ninguno; durante cada saludo se manten a serio, con su arruga en la frente, vuelto hacia la ventana, contemplando el tejado de la casa vecina, y en lugar de alegrarse de aquellos saludos, se adivinaba que le daban pena. Despu s nos miraba, uno tras otro, con mucha atenci n. Empez a dictar, paseando entre los bancos, y al ver a un chico que ten a la cara muy enrojecida y con unos granitos, dej de dictar, le tom la barbilla y le pregunt qu ten a, toc ndole la frente para ver si ten a fiebre. En ese momento un chico se puso de pie y empez a bufonear a espaldas de l.

9 Se volvi de pronto, como si lo hubiera adivinado, y el muchacho se sent y esper el castigo, con la cabeza baja y encarnado como la grana. El maestro se acerc a l, le pos la mano sobre la cabeza y le dijo: -No lo vuelvas a hacer. No dijo m s. Se dirigi a la mesa y acab de dictar. Cuando concluy , nos mir unos instantes en silencio, y con voz lenta y, aunque ronca, agradable, empez a decir: -Escuchad: tendremos que pasar juntos un a o. Procuremos pasarlo lo mejor posible. Estudiad y sed buenos. Yo no tengo familia. Vosotros sois mi familia. El a o pasado todav a ten a a mi madre: se me ha muerto. Me he quedado solo. No os tengo m s que a vosotros en el mundo; no poseo otro afecto ni otro pensamiento. Deb is ser mis hijos. Os quiero bien, y deb is pagarme con la misma moneda.

10 Deseo no castigar a ninguno. Demostrad que ten is coraz n; nuestra escuela ser una familia, y vosotros mi consuelo y mi orgullo. No os pido que lo promet is de palabra, porque estoy seguro de que en el fondo de vuestras almas ya lo hab is prometido, y os lo agradezco. En aquel momento apareci el bedel a dar la hora. Todos abandonamos los bancos, despacio y silenciosos. El muchacho de las piruetas se aproxim al maestro y le dijo con voz temblorosa: - Perd neme usted!. El maestro lo bes en la frente y le dijo: -Bien, bien; anda, hijo m o. UNA DESGRACIA Viernes, 21 Ha comenzado el a o con una desgracia. Al ir esta ma ana a la escuela, contando yo a mi padre, de camino, las palabras del maestro, vimos de pronto la calle llena de gente que se agolpaba delante del colegio.


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