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El origen de las especies - Rebelión

El origen de las especies Darwin, Charles (Translator: Antonio de Zulueta). Published: 1859. Type(s): Non-Fiction, Essay, Science Source: , 1. Note: This book is brought to you by Feedbooks. Strictly for personal use, do not use this file for commercial purposes. 2. Introducci n Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la marina real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan en la dis- tribuci n geogr fica de los seres org nicos que viven en Am rica del Sur y en las relaciones geol gicas entre los habitantes actuales y los pasados de aquel continente.

Introducción Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la marina real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan en la dis-

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1 El origen de las especies Darwin, Charles (Translator: Antonio de Zulueta). Published: 1859. Type(s): Non-Fiction, Essay, Science Source: , 1. Note: This book is brought to you by Feedbooks. Strictly for personal use, do not use this file for commercial purposes. 2. Introducci n Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la marina real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan en la dis- tribuci n geogr fica de los seres org nicos que viven en Am rica del Sur y en las relaciones geol gicas entre los habitantes actuales y los pasados de aquel continente.

2 Estos hechos, como se ver en los ltimos cap tulos de este libro, parec an dar alguna luz sobre el origen de las especies , este misterio de los misterios, como lo ha llamado uno de nuestros mayores fil sofos. A mi regreso al hogar ocurri seme en 1837 que acaso se podr a llegar a descifrar algo de esta cuesti n acumulando pacientemente y re- flexionando sobre toda clase de hechos que pudiesen tener quiz alguna relaci n con ella. Despu s de cinco a os de trabajo me permit discurrir especulativamente sobre esta materia y redact unas breves notas; stas las ampli en 1844, formando un bosquejo de las conclusiones que enton- ces me parec an probables.

3 Desde este per odo hasta el d a de hoy me he dedicado invariablemente al mismo asunto; espero que se me puede ex- cusar el que entre en estos detalles personales, que los doy para mostrar que no me he precipitado al decidirme. Mi obra est ahora (1859) casi terminada; pero como el completarla me llevar a n muchos a os y mi salud dista de ser robusta, he sido instado, para que publicase este resumen. Me ha movido, especialmente a hacerlo el que m ster Wallace, que est actualmente estudiando la historia natu- ral del Archipi lago Malayo, ha llegado casi exactamente a las mismas conclusiones generales a que he llegado yo sobre el origen de las espec- ies.

4 En 1858: me envi una Memoria sobre este asunto, con ruego de que la transmitiese a sir Charles Lyell, quien la envi a la Linnean Society y est publicada en el tercer tomo del Journal de esta Sociedad. Sir C. Lyell y el doctor Hooker, que ten an conocimiento de mi trabajo, pues este lti- mo hab a le do mi bosquejo de 1844, me honraron, juzgando, prudente publicar, junto con la excelente Memoria de m ster Wallace, algunos bre- ves extractos de mis manuscritos. Este resumen que publico ahora tiene necesariamente que ser imper- fecto. No puedo dar aqu referencias y textos en favor de mis diversas afirmaciones, y tengo que contar con que el lector pondr alguna conf- ianza en mi exactitud.

5 Sin duda se habr n deslizado errores, aunque es- pero que siempre he sido prudente en dar cr dito tan s lo a buenas auto- ridades. No puedo dar aqu m s que las conclusiones generales a que he 3. llegado con algunos; hechos como ejemplos, que espero, sin embargo, se- r n suficientes en la mayor parte de los casos. Nadie puede sentir m s que yo la necesidad de publicar despu s detalladamente, y con referenc- ias, todos los hechos sobre que se han fundado mis conclusiones, y que espero hacer esto en una obra futura; pues s perfectamente que apenas se discute en este libro un solo punto acerca del cual no puedan aducirse hechos que con frecuencia llevan, al parecer, a conclusiones directamente opuestas a aquellas a que yo he llegado.

6 Un resultado justo puede obte- nerse s lo exponiendo y pesando perfectamente los hechos y argumen- tos de ambas partes de la cuesti n, y esto aqu no es posible. Siento mucho que la falta de espacio me impida tener la satisfacci n de dar las gracias por el generoso auxilio que he recibido de much simos na- turalistas, a algunos de los cuales no conozco personalmente. No puedo, sin embargo, dejar pasar esta oportunidad sin expresar mi profundo agradecimiento al doctor Hooker, quien durante los ltimos quince a os me ha ayudado de todos los modos posibles, con su gran c mulo de co- nocimientos y su excelente criterio.

7 Al considerar el origen de las especies se concibe perfectamente que un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres or- g nicos, sobre sus relaciones embriol gicas, su distribuci n geogr fica, sucesi n geol gica y otros hechos semejantes, puede llegar a la conclu- si n de que las especies no han sido independientemente creadas, sino que han descendido, como las variedades, de otras especies . Sin embar- go, esta conclusi n, aunque estuviese bien fundada, no ser a satisfactoria hasta tanto que pudiese demostrarse c mo las innumerables especies que habitan el mundo se han modificado hasta adquirir esta perfecci n de estructuras y esta adaptaci n mutua que causa, con justicia, nuestra admiraci n.

8 Los naturalistas continuamente aluden a condiciones exter- nas, tales como clima, alimento, etc., como la sola causa posible de varia- ci n. En un sentido limitado, como veremos despu s, puede esto ser ver- dad; pero es absurdo atribuir a causas puramente externas la estructura, por ejemplo, del p jaro carpintero, con sus patas, cola, pico y lengua tan admirablemente adaptados para capturar insectos bajo la corteza de los rboles. En el caso del mu rdago, que saca su alimento de ciertos rboles, que tiene semillas que necesitan ser transportadas por ciertas aves y que tiene flores con sexos separados que requieren absolutamente la media- ci n de ciertos insectos para llevar polen de una flor a otra, es igualmente absurdo explicar la estructura de este par sito y sus relaciones con varios seres org nicos distintos, por efecto de las condiciones externas, de la costumbre o de la voluntad de la planta misma.

9 4. Es, por consiguiente, de la mayor importancia llegar a un juicio claro acerca de los medios de modificaci n y de adaptaci n mutua. Al princip- io de mis observaciones me pareci probable que un estudio cuidadoso de los animales dom sticos y de las plantas cultivadas ofrecer a las ma- yores probabilidades de resolver este obscuro problema. No he sido defr- audado: en ste y en todos los otros casos dudosos he hallado invariable- mente que nuestro conocimiento, aun imperfecto como es, de la varia- ci n en estado dom stico proporciona la gu a mejor y m s segura. Puedo aventurarme a manifestar mi convicci n sobre el gran valor de estos es- tudios, aunque han sido muy com nmente descuidados por los naturalistas.

10 Por estas consideraciones, dedicar el primer cap tulo de este resumen a la variaci n en estado dom stico. Veremos que es, por lo menos, posi- ble una gran modificaci n hereditaria, y, lo que es tanto o m s importan- te, veremos cu n grande es el poder del hombre al acumular por su se- lecci n ligeras variaciones sucesivas. Pasar luego a la variaci n de las especies en estado natural pero, desgraciadamente, me ver obligado a tratar este asunto con demasiada brevedad, pues s lo puede ser tratado adecuadamente dando largos cat logos de hechos. Nos ser dado, sin embargo, discutir qu circunstancias son m s favorables para la varia- ci n.


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