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Las aventuras de Sherlock Holmes - ataun.eus

Las aventuras de Sherlock Holmes Obra reproducida sin responsabilidad editorial Arthur Conan Doyle Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio p blico en tanto que los derechos de autor, seg n la legislaci n espa ola han caducado. Luarna lo presenta aqu como un obsequio a sus clientes, dejando claro que: 1) La edici n no est supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del conte- nido del mismo. 2) Luarna s lo ha adaptado la obra para que pueda ser f cilmente visible en los habitua- les readers de seis pulgadas. 3) A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna. LAS aventuras DE Sherlock HOL- MES. Para Sherlock Holmes , ella es siempre la mujer. Rara vez le o mencionarla de otro modo. A. sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo.

LAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOL-MES Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial ésa, re-sultaban abominables para su inteligencia fría y

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1 Las aventuras de Sherlock Holmes Obra reproducida sin responsabilidad editorial Arthur Conan Doyle Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio p blico en tanto que los derechos de autor, seg n la legislaci n espa ola han caducado. Luarna lo presenta aqu como un obsequio a sus clientes, dejando claro que: 1) La edici n no est supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del conte- nido del mismo. 2) Luarna s lo ha adaptado la obra para que pueda ser f cilmente visible en los habitua- les readers de seis pulgadas. 3) A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna. LAS aventuras DE Sherlock HOL- MES. Para Sherlock Holmes , ella es siempre la mujer. Rara vez le o mencionarla de otro modo. A. sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo.

2 Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial sa, re- sultaban abominables para su inteligencia fr a y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la m quina de observar y razonar m s perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante no habr a sabido qu hacer. Jam s hablaba de las pasiones m s tiernas, si no era con desprecio y sarcasmo. Eran cosas admirables para el obser- vador, excelentes para levantar el velo que cubre los motivos y los actos de la gente. Pero para un razonador experto, admitir tales intrusiones en su delicado y bien ajustado temperamento equival a a introducir un factor de distracci n capaz de sembrar de dudas todos los resultados de su mente. Para un car cter como el suyo, una emoci n fuerte resultaba tan perturbadora como la presencia de arena en un instrumento de precisi n o la rotura de una de sus potentes lupas.

3 Y sin embargo, existi para l una mujer, y esta mujer fue la difunta Irene Adler, de dudoso y cuestionable recuerdo. ltimamente, yo hab a visto poco a Holmes . Mi matrimonio nos hab a apartado al uno del otro. Mi completa felicidad y los intereses hogare os que se despiertan en el hombre que por primera vez pone casa propia bastaban para absorber toda mi atenci n; mientras tanto, Holmes , que odiaba cual- quier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia, permaneci en nuestros aposentos de Baker Street, sepultado entre sus viejos libros y alternando una semana de coca na con otra de ambici n, entre la modorra de la droga y la fiera energ a de su intensa personalidad. Como siempre, le segu a atrayendo el estudio del crimen, y dedica- ba sus inmensas facultades y extraordinarios pode- res de observaci n a seguir pistas y aclarar miste- rios que la polic a hab a abandonado por imposi- bles.

4 De vez en cuando, me llegaba alguna vaga noticia de sus andanzas: su viaje a Odesa para intervenir en el caso del asesinato de Trepoff, el esclarecimiento de la extra a tragedia de los her- manos Atkinson en Trincomalee y, por ltimo, la misi n que tan discreta y eficazmente hab a llevado a cabo para la familia real de Holanda. Sin embar- go, aparte de estas se ales de actividad, que yo me limitaba a compartir con todos los lectores de la prensa diaria, apenas sab a nada de mi antiguo amigo y compa ero. Una noche - la del 20 de marzo de 1888- volv a yo de visitar a un paciente (pues de nuevo estaba ejerciendo la medicina), cuando el camino me llev por Baker Street. Al pasar frente a la puer- ta que tan bien recordaba, y que siempre estar . asociada en mi mente con mi noviazgo y con los siniestros incidentes del Estudio en escarlata, se apoder de m un fuerte deseo de volver a ver a Holmes y saber en qu empleaba sus extraordina- rios poderes.

5 Sus habitaciones estaban completa- mente iluminadas, y al mirar hacia arriba vi pasar dos veces su figura alta y delgada, una oscura silue- ta en los visillos. Daba r pidas zancadas por la habitaci n, con aire ansioso, la cabeza hundida sobre el pecho y las manos juntas en la espalda. A. m , que conoc a perfectamente sus h bitos y sus humores, su actitud y comportamiento me contaron toda una historia. Estaba trabajando otra vez. Hab a salido de los sue os inducidos por la droga y segu a de cerca el rastro de alg n nuevo problema. Tir de la campanilla y me condujeron a la habitaci n que, en parte, hab a sido m a. No estuvo muy efusivo; rara vez lo estaba, pero creo que se alegr de verme. Sin apenas pro- nunciar palabra, pero con una mirada cari osa, me indic una butaca, me arroj su caja de cigarros, y se al una botella de licor y un sif n que hab a en la esquina.

6 Luego se plant delante del fuego y me mir de aquella manera suya tan ensimismada. - El matrimonio le sienta bien - coment - . Yo dir a, Watson, que ha engordado usted siete libras y media desde la ltima vez que le vi. - Siete - respond . - La verdad, yo dir a que algo m s. S lo un poquito m s, me parece a m , Watson. Y veo que est ejerciendo de nuevo. No me dijo que se pro- pon a volver a su profesi n. - Entonces, c mo lo sabe? - Lo veo, lo deduzco. C mo s que hace poco sufri usted un remoj n y que tiene una sir- vienta de lo m s torpe y descuidada? - Mi querido Holmes - dije- , esto es dema- siado. No me cabe duda de que si hubiera vivido usted hace unos siglos le habr an quemado en la hoguera. Es cierto que el jueves di un paseo por el campo y volv a casa hecho una sopa; pero, dado que me he cambiado de ropa, no logro imaginarme c mo ha podido adivinarlo.

7 Y respecto a Mary Jane, es incorregible y mi mujer la ha despedido; pero tampoco me explico c mo lo ha averiguado. Se ri para sus adentros y se frot las lar- gas y nerviosas manos. - Es lo m s sencillo del mundo - dijo- . Mis ojos me dicen que en la parte interior de su zapato izquierdo, donde da la luz de la chimenea, la suela est rayada con seis marcas casi paralelas. Eviden- temente, las ha producido alguien que ha raspado sin ning n cuidado los bordes de la suela para des- prender el barro adherido. As que ya ve: de ah mi doble deducci n de que ha salido usted con mal tiempo y de que posee un ejemplar particularmente maligno y rompebotas de fregona londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero penetra en mi habitaci n apestando a yodoformo, con una mancha negra de nitrato de plata en el dedo ndice derecho, y con un bulto en el costado de su sombrero de copa, que indica d nde lleva escondido el estetoscopio, tendr a que ser comple- tamente idiota para no identificarlo como un miem- bro activo de la profesi n m dica.

8 No pude evitar re rme de la facilidad con la que hab a explicado su proceso de deducci n. - Cuando le escucho explicar sus razona- mientos - coment - , todo me parece tan rid cula- mente simple que yo mismo podr a haberlo hecho con facilidad. Y sin embargo, siempre que le veo razonar me quedo perplejo hasta que me explica usted el proceso. A pesar de que considero que mis ojos ven tanto como los suyos. - Desde luego - respondi , encendiendo un cigarrillo y dej ndose caer en una butaca- . Usted ve, pero no observa. La diferencia es evidente. Por ejemplo, usted habr visto muchas veces los esca- lones que llevan desde la entrada hasta esta habi- taci n. - Muchas veces. - Cu ntas veces? - Bueno, cientos de veces. - Y cu ntos escalones hay? - Cu ntos? No lo s . - Lo ve? No se ha fijado. Y eso que lo ha visto. A eso me refer a. Ahora bien, yo s que hay diecisiete escalones, porque no s lo he visto, sino que he observado.

9 A prop sito, puesto que est . usted interesado en estos peque os problemas, y dado que ha tenido la amabilidad de poner por es- crito una o dos de mis insignificantes experiencias, quiz le interese esto - me alarg una carta escrita en papel grueso de color rosa, que hab a estado abierta sobre la mesa- . Esto lleg en el ltimo re- parto del correo - dijo- . L ala en voz alta. La carta no llevaba fecha, firma, ni direc- ci n. Esta noche pasar a visitarle, a las ocho menos cuarto, un caballero que desea consultarle sobre un asunto de la m xima importancia. Sus recientes servicios a una de las familias reales de Europa han demostrado que es usted persona a quien se pueden confiar asuntos cuya trascenden- cia no es posible exagerar. Estas referencias de todas partes nos han llegado. Est en su cuarto, pues, a la hora dicha y no se tome a ofensa que el visitante lleve una m scara.

10 - Esto s que es un misterio - coment - . Qu cree usted que significa? - A n no dispongo de datos. Es un error ca- pital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a deformar los hechos para que se ajusten a las teor as, en lugar de ajustar las teor as a los hechos. Pero en cuanto a la carta en s , qu . deduce usted de ella? Examin atentamente la escritura y el papel en el que estaba escrita. - El hombre que la ha escrito es, probable- mente, una persona acomodada - coment , es- forz ndome por imitar los procedimientos de mi compa ero- . Esta clase de papel no se compra por menos de media corona el paquete. Es especial- mente fuerte y r gido. - Especial, sa es la palabra - dijo Holmes - . No es en absoluto un papel ingl s. M relo contra la luz. As lo hice, y vi una E grande con una g pe- que a, y una P y una G grandes con una t peque a, marcadas en la fibra misma del papel.


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