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EL PARAÍSO PERDIDO - Biblioteca

JOHN MILTON. EL PARA SO PERDIDO . 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales JOHN MILTON. EL PARA SO PERDIDO . Libro Primero Canta Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel rbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la p rdida del Ed n, hasta que un Hombre m s grande nos rehabilit y reconquist para nosotros la mansi n bienaventurada. Desde la cumbre solitaria de Oreb o del Sina , donde inspiraste al pastor, que fue el primera en ense ar a la raza escogida c mo salieron el cielo y la tierra del Caos, o desde la colina de Si n y las fuentes de Silo si te placen m s, invoco tu ayuda para mi atrevido canto; porque no pretendo remontarme con t mido vuelo sobre los montes de Aonia al intentar referir cosas que nadie ha narrado hasta ahora, ni en prosa ni en verso.

pusiste en peligro al Rey perpetuo de los cielos ya prueba su poder supremo, ya proceda éste de la fuerza, de la casualidad, o del hado, ¡oh jefe! Bien veo y maldigo el suceso fatal de una triste derrota y una vergonzosa pérdida, que nos ha arrebatado el cielo. Todo este

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  Perdido, Perpetuo

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1 JOHN MILTON. EL PARA SO PERDIDO . 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales JOHN MILTON. EL PARA SO PERDIDO . Libro Primero Canta Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel rbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la p rdida del Ed n, hasta que un Hombre m s grande nos rehabilit y reconquist para nosotros la mansi n bienaventurada. Desde la cumbre solitaria de Oreb o del Sina , donde inspiraste al pastor, que fue el primera en ense ar a la raza escogida c mo salieron el cielo y la tierra del Caos, o desde la colina de Si n y las fuentes de Silo si te placen m s, invoco tu ayuda para mi atrevido canto; porque no pretendo remontarme con t mido vuelo sobre los montes de Aonia al intentar referir cosas que nadie ha narrado hasta ahora, ni en prosa ni en verso.

2 Y T , oh Esp ritu!, que prefieres a todos los templos un coraz n recto y puro, instr yeme, puesto que sabes; T estabas presente en el primer instante; desplegando como una paloma tus poderosas alas, cubriste el inmenso abismo y los hiciste fecundo. Ilumina lo que en m . es oscuro, eleva y sost n lo que est abatido, para que desde la elevaci n de este gran asunto puede defender a la Divina Providencia y justificar ante los hombres las miras del Se or. Dime, desde luego, ya que ni el cielo ni la profunda extensi n del infierno ocultan nada a tu vista: di cu l fue la causa que oblig a nuestros primeros padres, tan felices en su estado y tan favorecidos por el Cielo, a separarse de su Creador, a transgredir su nica prohibici n cuando eran soberanos del resto del mundo.

3 Qui n los indujo a tan vergonzosa rebeli n? La Serpiente infernal, cuya malicia, animada por la envidia y por la venganza, enga a la madre del g nero humano: su orgullo la hab a precipitado desde el cielo con todo su ej rcito de esp ritus rebeldes, con cuya ayuda aspiraba a sobrepujar en gloria a sus semejantes, lisonje ndose de igualarse al Alt simo, si el Alt simo se le opon a. Dominado aquel esp ritu por este ambicioso proyecto contra el trono y la monarqu a de Dios, suscit . en el cielo una guerra imp a y un combate temerario: m s sus esfuerzos fueron vanos. La Potestad suprema le arroj de cabeza, envuelto en llamas, desde la b veda et rea, repugnante y ardiendo, cay en el abismo sin fondo de la perdici n, para permanecer all.

4 Cargado de cadenas de diamante, en el fuego que castiga; l, que hab a osado desafiar las armas del Todopoderoso, permaneci tendido y revolc ndose en el abismo ardiente, juntamente con su banda infernal, nueve veces el espacio de tiempo que miden el d a y la noche entre los mortales, conservando, empero, su inmortalidad. Su sentencia, sin embargo, le ten a reservado mayor despecho, porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo le atormentaba sin tregua. Pasea en torno suyo sus ojos funestos, en que se pintan la consternaci n y un inmenso dolor, juntamente con su arraigado orgullo y su odio inquebrantable. De una sola ojeada y atravesando con su mirada un espacio tan lejano como es dado a la penetraci n de los ngeles, vio aquel lugar triste, devastado y sombr o; aquel antro horrible y cercado, que ard a por todos lados como un gran horno.

5 Aquellas llamas no desped an luz alguna; pero las tinieblas visibles serv an tan s lo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jam s, en donde no penetra ni aun la esperanza, la esperanza que dondequiera existe! Pero s suplicios sin fin, y un diluvio de fuego, alimentado por azufre, que arde sin consumirse. Tal es el sitio que la justicia eterna prepar para aquellos rebeldes, ordenando que estuviesen all aprisionados en extra as tinieblas y haci ndolo tres veces tan apartado de Dios y de la luz del cielo cuanto lo est el centro de la creaci n del polo m s elevado. Oh cu n distinta es esta morada de aquella donde cayeron!

6 Pronto divisa all el arc ngel a los compa eros de su ca da, sepultados en las olas y torbellinos de una tempestad de fuego. Uno de ellos se agitaba entre llamas a su lado; era el primero despu s de l, as en poder como en crimen, mucho tiempo despu s conocido en Palestina con el nombre de Belceb ; El Gran Enemigo, llamado Satan s en el cielo, quien rompiendo el horrible silencio con altaneras palabras empez a decir: Si t eres aqu Pero cu n deca do, cu n diferente del que, revestido de un brillo deslumbrado en los felices reinos de la luz, sobrepujaba en esplendor a millares de resplandecientes esp ritus!.. Si t eres aquel a quien una mutua alianza, un solo pensamiento, un mismo dictamen, una esperanza igual e id ntico peligro en una empresa gloriosa unieron conmigo en otro tiempo, y a quien hoy une tambi n una misma desgracia en igual ruina, contempla desde qu altura y en qu abismo hemos ca do: tan poderoso se mostr l con sus rayos!

7 Pero qui n hasta entonces hab a conocido el efecto de sus armas terribles? No obstante, a pesar de sus rayos, y a pesar de todo cuando el Vencedor, en su c lera, puede hacer contra m , no me arrepiento ni var o; por m s que haya cambiado mi brillo exterior, nada podr alterar este car cter obstinado, este soberano desd n, hijo de la conciencia del amor propio ofendido; este esp ritu me indujo a levantarme contra el Omnipotente, arrastrando al furioso combate innumerables fuerzas de esp ritus armados que osaron despreciar su dominio, prefiri ndome a l y oponiendo a su poder supremo un poder contrario, hasta que en una batalla indecisa, dada en las llanuras del cielo hicieron oscilar su trono.

8 " Qu importa la p rdida del campo de batalla! A n no est PERDIDO todo. Conservando todav a una voluntad inflexible, una sed insaciable de venganza, un odio inmortal y un valor que no ceder ni se someter jam s, puede decirse que estamos subyugados? Ni su c lera ni su poder jam s podr n arrebatarme esta gloria; no me humillar , no doblar la rodilla para implorar su perd n, ni acatar un poder cuyo imperio acaba de poner en duda mi terrible brazo. Eso ser a una bajeza, eso ser a una verg enza y una ignominia m s humillantes a n que nuestra ca da! Ya que seg n lo dispuesto por el Destino, la fuerza de los dioses ni la sustancia celeste pueden perecer: ya que con la experiencia de este gran suceso nuestras armas, no debilitadas han ganado mucho en previsi n, podemos, con esperanza de mejor xito, determinarnos a hacer bien, sea por medio de la fuerza o por medio de la astucia, una guerra eterna, irreconciliable, a nuestro gran enemigo, que ahora triunfa, y que, en el exceso de su gozo, reina como absoluto, ejerciendo en el cielo toda su tiran a".

9 As habl el ngel ap stata, aunque sumido en el dolor, vanaglori ndose en alta voz, pero desgarrado por una profunda desesperaci n. Su orgulloso compa ero le replic : " Oh pr ncipe! Oh jefe de tantos tronos, que condujiste a la guerra bajo tu mando a los serafines ordenados en batalla! T , que sin espanto y en distintas acciones formidables pusiste en peligro al Rey perpetuo de los cielos ya prueba su poder supremo, ya proceda ste de la fuerza, de la casualidad, o del hado, oh jefe! Bien veo y maldigo el suceso fatal de una triste derrota y una vergonzosa p rdida, que nos ha arrebatado el cielo. Todo este poderoso ej rcito se ve por ello sumido en una horrible destrucci n, en cuanto pueden ser destruidos los dioses y las esencias divinas, porque el pensamiento y el esp ritu quedan invencibles, y el vigor renace pronto, por m s que se haya extinguido toda nuestra gloria y sumido aqu en una miseria infinita nuestro feliz estado.

10 Pero y si nuestro Vencedor, a quien empiezo a creer Todopoderoso, pues que s lo un poder como el suyo es capaz de domar otro como el nuestro, nos hubiese dejado por completo nuestro esp ritu y nuestro vigor para que podamos sufrir y soportar con fortaleza nuestras penas, para bastar a su vengativa c lera o para prestarle aqu , como esclavos suyos por derecho de conquista, un servicio m s rudo, seg n sus necesidades, o el coraz n del infierno para trabajar en el fuego o servirle de mensajeros en el negro abismo? De qu nos servir entonces conocer que no ha disminuido nuestra fuerza o la eternidad de nuestro ser para soportar un castigo eterno?". El Gran Enemigo respondi con precipitaci n: "Querub n ca do, mengua es mostrarse d bil, ya en las obras, o ya en el sufrimiento.


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