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Romeo y Julieta - Biblioteca

William Shakespeare Romeo y Julieta 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales William Shakespeare Romeo y Julieta Introducci n La obra cuya traducci n ofrecemos hoy a nuestros lectores es una de las m s bellas, de las m s selectas que encierra el teatro de Shakespeare. Gracia, sentimiento, naturalidad; sublime lenguaje, expresi n del amor ardiente que aspira a la correspondencia, del amor correspondido que lucha con la contrariedad, del amor triunfante y satisfecho que pierde improviso el cielo de su ventura; he aqu , en pocas palabras, el cuadro cada vez m s correcto que va a entretener nuestra imaginaci n y a remontar la sorpresa, extasiada y anhelante por las a reas regiones de lo espiritual.

renovar la sabrosa y amante plática, deseando al terminarla ser el sueño y la paz, para, paz y sueño, aposentarse en el corazón y los ojos de Julieta. ¡Qué imágenes, qué ideas éstas tan encantadoras y bellas, tan propias de la situación, tan en armonía con los puros sentimientos de los dos amantes! Todo nuevo, todo original del

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1 William Shakespeare Romeo y Julieta 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales William Shakespeare Romeo y Julieta Introducci n La obra cuya traducci n ofrecemos hoy a nuestros lectores es una de las m s bellas, de las m s selectas que encierra el teatro de Shakespeare. Gracia, sentimiento, naturalidad; sublime lenguaje, expresi n del amor ardiente que aspira a la correspondencia, del amor correspondido que lucha con la contrariedad, del amor triunfante y satisfecho que pierde improviso el cielo de su ventura; he aqu , en pocas palabras, el cuadro cada vez m s correcto que va a entretener nuestra imaginaci n y a remontar la sorpresa, extasiada y anhelante por las a reas regiones de lo espiritual.

2 No tan ang lica como Desd mona, no tan gentil como Porcia, pero s m s vehemente, m s apasionada, m s interesante y conmovedora en sus elevados arranques, la Julieta de Shakespeare caracteriza el tipo bello, perfecto, superior, de la m s perfecta, superior y bella sensaci n del alma. Haci ndola, o bien int rprete de su exquisita sensibilidad, o bien irrecusable testimonio de su rara concepci n, el eminente poeta la ha eternizado reina entre sus hero nas, y le ha ce ido el laurel de su nombre inmortal. Julieta , unificada con Romeo , es la fiel representaci n de la tragedia del amor, como dice Mr. Guizot, lo mismo que Otelo, lo mismo que Macbeth, arrastrados por sus infernales consejeros, conforman las tragedias de los celos y la ambici n.

3 Lo hemos dicho antes, y no nos cansaremos de repetirlo, por m s que la docta pluma de Chateaubriand haya querido consignar diferencias, Shakespeare sobresale sin rival por la pureza y naturalidad de sus creaciones, por la viva y extraordinaria similitud con que retrata los sentimientos humanos. As como stos predominan, como se elevan y descienden, como se cambian a merced de impulsos repentinos e indefinibles, as su prodigiosa imaginaci n los detalla, sin esfuerzo, sin ning n premeditado estudio, sin quitar ni a adir un solo punto a la verdad, postergando siempre a sta todo ficcioso compuesto, toda floridez y elevaci n.

4 Fehaciente testimonio de este proceder son los interesantes caracteres que, aparte el de los protagonistas, figuran en la pieza que traducimos a continuaci n. Fray Lorenzo, Mercucio, la Nodriza, Capuleto, cada uno en particular, es tipo de perfecci n admirable, tipos o pinturas que van ofreciendo al lector contrastes inesperados de pureza y sublimidad, de sencillez y grandeza, siempre adecuados a las situaciones, siempre en analog a con el sentimiento especial que determinan. El bello protagonista de esta pieza, en cuya repentina mudanza de afecto han querido muchos fundar una cr tica severa, sin ver, como dice razonadamente V ctor Hugo, que el nombre de Rosalina es s lo el seud nimo de la belleza ideal que absorbe la mente de aqu l; Romeo , meridional en su conducta, meridional en su lenguaje, hijo leg timo de la extremosa Italia, hablando el idioma del Petrarca, puro amador de sus ant tesis, de sus tiernas alegor as, de sus graciosas al par que vehementes comparaciones.

5 Romeo , buscado y hallado por Shakespeare en las leyendas italianas, mantenido italiano con asombrosa maestr a, todo italiano en su pasi n por Julieta , tambi n oriunda de las regiones del Sur, aparece desde el principio hasta el fin de la pieza tal como el pensamiento, como el alma, como la vida de la inteligencia le buscaran para hacer de l la vida, el alma, la encarnaci n del amor. Su graciosa declaraci n en el baile de m scaras y su m s bello e interesante encuentro con Julieta en el jard n de Capuleto, elevan a superiores regiones la m s desprevenida imaginaci n, prepar ndola sin esfuerzo a las escenas que subsiguen.

6 Oh cara acreencia! mi vida es propiedad de mi enemiga , dice Romeo al saber el nombre de su amada; exclamaci n nicamente comparable con la breve, expresiva sentencia que muy poco despu s emite Julieta : Si est casado, es probable que mi sepulcro sea mi lecho nupcial . Amantes que en el primer albor de su misterioso y singular afecto se expresan ya de este modo, deben necesariamente producirse como lo hacen en la bell sima escena segunda del segundo acto; deben remontarse a las esferas celestes y hablar el puro, cadencioso idioma de los arc ngeles; deben entregarse a esos raptos, a esas expansiones inocentes que brotan de las almas v rgenes, que, rodeadas de extremas castidades, divisan el terrestre para so de su felicidad suprema.

7 Romeo tiene que dejar a su Julieta ; nada le importa que le sorprendan, nada puede temer de sus enemigos los Capuletos, nada de su encono, si la mirada de su bien se dulcifica; mas tiene que partir y apartarse de su ed n querido, como el amor del amor se aleja, como el ni o que vuelve a la escuela, con semblante contrito. Su alma, empero, le llama por su nombre, y cautivo de trenzadas ligaduras, d cil azor, vuelve a renovar la sabrosa y amante pl tica, deseando al terminarla ser el sue o y la paz, para, paz y sue o, aposentarse en el coraz n y los ojos de Julieta . Qu im genes, qu ideas stas tan encantadoras y bellas, tan propias de la situaci n, tan en armon a con los puros sentimientos de los dos amantes!

8 Todo nuevo, todo original del poeta, est sin embargo escrito en la conciencia del individuo, y el que lo siente, el que lo oye, juzg ndolo natural y propio, se pregunta si no lo ha escuchado o sentido otra vez, si es posible que se diga o se sienta de otro modo. Y sin embargo, p lida aparece seguramente esta graciosa escena, comparada con la m s dulce, m s tierna, m s encantadora de la despedida de Romeo y Julieta . Los primeros resplandores del d a orlan en Oriente las nubes crepusculares, las antorchas de la noche se han extinguido y el riente d a trepa a la cima de las brumosas monta as: los dos esposos, cobradas ya las primicias de su misteriosa uni n, tristes en medio de su fugaz ventura, platican tiernamente, prolongando en lo posible el acuerdo de su amoroso deseo.

9 La luz que se distingue no es para Julieta la luz de la aurora, es s lo la luz de alg n meteoro que el sol ha exhalado para servir de conductor a su dulce bien; la voz que ha penetrado en los o dos de ste es la del ruise or, cantante de la noche, no la de la alondra anunciadora del d a. Romeo comprende lo contrario, ve la inmediata necesidad de partir, mas prefiere ser sorprendido por complacer a su adorada, y conviene al fin en que el gris resplandor de la ma ana es s lo el p lido reflejo de la frente de Cintia. Dulce, encantadora con descendencia, que seduce m s por la sencillez, por la propiedad de su expresi n que por otra cosa; idea no nueva ni extraordinaria seguramente, s extraordinaria y nueva por su forma, por el conjunto en que se envuelve, por la atm sfera de que brota.

10 Esta atm sfera y este conjunto, combinaci n de gozo y de melancol a, de inefable dicha y de pesar profundo, efecto de una satisfecha esperanza y de una esperanza desvanecida, engendra, si no los primeros, los m s reales, los m s consistentes y tristes presentimientos en el alma de los dos amantes. Ya no es una simple, infundada, particular frase, cual la emitida por el taciturno Montag e al entrar en la mansi n de Capuleto, es s una doble, id ntica sensaci n de funesto porvenir, en que la vista y la imaginaci n se a nan para dejar m s honda huella y hacer m s esperado, m s indefectible el rom ntico, solemne, moral y grandioso desenlace de la tragedia.


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